Francia, un camino hacia el abismo

RAFAEL VILASANJUAN

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En la noche de los resultados de las elecciones regionales en Francia el veredicto no es solo saber quienes ocuparán los consejos. Esta es la última fotografía real antes de las elecciones presidenciales y lo que de verdad apuntan es el camino político de los candidatos hacia el Elíseo.

De ahí la importancia de seguir el ascenso del Frente Nacional de Marine Le Pen, la inquietante deriva de nuestros vecinos hacia la ultraderecha. Por primera vez es el partido más votado y, a falta de una segunda vuelta, lo que parece cierto es que la vida política francesa, agitada por los atentados yihadistas y la declaración de guerra al Estado Islámico, ha dejado de bascular entre la izquierda y la derecha tradicionales para incluir a un tercer partido reaccionario.

En tiempos difíciles el voto se vuelve conservador y la inseguridad por los atentados de París y Saint Denis es demasiado reciente como para pensar que no influiría en nuestros vecinos a la hora de marcar papeletas. Pero aunque el Frente Nacional (FN) haya utilizado la crisis de los refugiados asegurando que con su llegada el riesgo es que la 'sharia' acabe sustituyendo a la Constitución de la República, lo cierto es que su ascenso no es temporal y eso lo hace aún más preocupante.

No importa tanto que la ultraderecha acabe gobernando en dos o tres regiones al otro lado de los Pirineos. Al fin y al cabo, las regiones en Francia son entidades de gestión sin mucha carga política. Lo verdaderamente preocupante es que, desde el 2007, el FN ha venido creciendo continuamente en cada cita. En menos de una década el partido de Marine Le Pen ha pasado de ser una fuerza marginal en la barrera mínima del 5%, a ocupar el centro de la agenda y ganar unas elecciones. Sería fácil decir que el terrorismo y los refugiados les han ayudado. Es cierto pero no del todo. La progresión del FN se alimenta de una corriente de fondo que les viene impulsando desde que superaran su crisis interna.

Ahora ganan en todas las regiones donde el paro es superior a la media. No es el terrorismo, o no es solo terrorismo. Es la economía, la exclusión, la falta de puestos de trabajo o la sensación de que Francia va a la deriva. Su progreso empezó con Sarkozy en el poder y ha continuado con Hollande, entre otras cosas porque frente a la incertidumbre ambos han acabado asimilando algunas de las soluciones frente al temor que tan bien sabe agitar la extrema derecha. Ni Hollande, en las antípodas, ni Sarkozy, que les está viendo pasar por la derecha, han sido capaces de defender que la Francia que promueve Le Pen es enemiga de la República y de sus actuales valores.

A falta de otros liderazgos, el proyecto ultranacionalista que ahora gana en las urnas se basa en ilusiones tan simplistas como peligrosas. Desde salir de la Unión Europea a recuperar el franco y volver al proteccionismo, el FN defiende un modelo de control estatal que ocupa todo el espacio público, un país cerrado a extranjeros, contrario a los valores de libertad, igualdad y fraternidad que obligan a dar asilo a quienes huyen de la violencia. Defienden, en fin, un nacionalismo étnico que desprecia a los musulmanes o a los africanos, a pesar de ser franceses, o peor aún, los utiliza para generar temor. Puede que gobernando en las regiones gestionen correctamente los recursos, pero el avance hacia la presidencia del país vecino abre un camino hacia el abismo no solo en Francia, previsiblemente también en Europa.

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