Editoriales

25 años del fantasma de la aluminosis

El desplome del edificio del Turó de la Peira hace un cuarto de siglo se saldó sin ningún tipo de responsabilidad

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Tras un fin de semana lluvioso en Barcelona , el 11 de noviembre de 1990 se desplomó la parte interior de un edificio de cinco plantas en el número 33 de la calle del Cadí, en el barrio del Turó de la Peira, causando la muerte a una vecina que vivía en el ático y heridas a otras dos. El suceso, del que se cumplen hoy 25 años, popularizó una palabra desconocida hasta entonces y temida a partir de aquel momento: la aluminosis. La investigación del episodio reveló que el cemento aluminoso con el que se habían fabricado las vigas del inmueble, y de las demás fincas de la barriada, se había degradado con el paso del tiempo y los efectos de las lluvias y las humedades consiguientes. Prohibido en Francia en los años 40, ese tipo de cemento se convirtió en un material clave del sector de la construcción en la España del desarrollismo franquista en las décadas de los años 50, 60 y 70. Sus especiales características técnicas permitían un endurecimiento ultrarrápido en solo 24 horas. Esas posibilidades de acelerar el proceso constructivo despertaron en los técnicos y constructores unas expectativas muy optimistas que fueron bien aprovechadas por un régimen político necesitado de crear con celeridad viviendas para acomodar a la nueva población urbana que, en el caso de Barcelona, llegaba de la emigración o huían del barraquismo feroz de la posguerra.

Las dimensiones de la tragedia del Turó de la Peira sobrepasaron las fronteras del propio barrio y sirvió para conocer que casi la mitad de las viviendas construidas en Catalunya entre 1950 y 1970 lo fueron, parcial o totalmente, con vigas aluminosas. Al negocio inicial de trabajar con ese material se sumó el de la rehabilitación de inmuebles afectados, en muchas ocasiones de forma callada para no devaluar el precio de la finca.

Un cuarto de siglo después, el fantasma del suceso del Turó de la Peira ha quedado enterrado en la memoria negra de la ciudad. Nadie pagó por él. La justicia no encontró indicios racionales de criminalidad ni en el constructor ni en el fabricante del cemento. Incluso se llegó a culpar a los vecinos de malos usos y costumbres que podrían haber deteriorado el edificio. El caso de la aluminosis supuso un monumental fraude ciudadano que reveló una vez más la falta de controles públicos y escrúpulos humanos que anidan en los regímenes totalitarios.