Dos miradas
Inútil
El escultor Jaume Plensa define la escultura que algún día espera levantar en Barcelona como «una pieza que la ciudad necesita, algo que no sirve para nada que al final es lo que más sirve». No es la primera vez que el artista reflexiona sobre la supuesta inutilidad del arte que, justamente por ello, se convierte en imprescindible. Nadie necesita pasearse frente a una gran obra, nadie precisa embeberse de la belleza de un cuadro o sumergirse en los versos de un poema. Nada de ello tiene una utilidad desde el punto de vista práctico, pero la capacidad de emocionarnos, de hacernos reflexionar o de producirnos placer puede ser arrolladora.
La utilidad marca el precio de los productos y servicios que consumimos. En el mercado de las necesidades, la tecnología ha superado todos los límites. Miles de dispositivos y aplicaciones compiten para hacernos, supuestamente, la vida más fácil. Nos empapamos de información de usar y tirar porque creemos que resulta útil. Buscamos la inmediatez porque refuerza el sentido más práctico de nuestros actos. Vivimos una exaltación de la utilidad y destinamos al saco de lo inservible, de lo caduco, palabras como belleza, arte o literatura. Podemos acallar la cultura, pero la huella que deja en nuestras vidas la convierte en algo trascendente. Porque es ahí, en su recuerdo, en la memoria colectiva, donde encuentra su razón de ser. Quizá inútil, pero indefectiblemente humana.
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