El urbanismo de Barcelona

Los dos planes del Eixample

Materializar el proyecto municipal de Rovira i Trias en lugar del de Cerdà habría sido un gravísimo error

JOSEP OLIVA CASAS

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A mediados del siglo XIX, Barcelona era una ciudad amurallada reducida a Ciutat Vella. Había ido creciendo en población, pero cada vez más acumulada dentro de las murallas. Lógicamente, surgió una campaña que reclamaba quitar el dogal que la constreñía y así poder extenderse en el llano vecino, porque la densidad de población era tan alta que creaba gravísimos problemas de higiene.

El caso es que Madrid retardaba la concesión del permiso para demoler. Finalmente, llegó la deseada orden de poder quedar libre de murallas e invadir urbanamente el territorio circundante. Era el momento de redactar un plan urbanístico para preparar la ampliación de la ciudad. El Gobierno central lo encargó al ingeniero de caminos catalán Ildefons Cerdà, que había hecho la carrera en Madrid, en la única escuela de España en aquella época. Era un momento histórico para la ciudad, y el Ayuntamiento, queriendo intervenir directamente, convocó un concurso. El ganador fue el arquitecto Antoni Rovira i Trias. Naturalmente, el plan lo proyectó Cerdà.

Analizados los dos planes, es curiosa la situación que ofrece el asunto. No creo equivocarme si considero que el del ingeniero era manifiestamente superior al del arquitecto. En efecto, Cerdà había estudiado a fondo la nueva temática del urbanismo que él mismo desarrolló, y lo hizo teniendo en cuenta dos enfoques básicos: mirada global y visión de futuro por la gran inercia inherente a las estructuras urbanas. Solo cabe señalar dos características que distinguen los dos planes: estructura reticular y calles de 20 metros (Cerdà) y estructura radial y calles de 12 metros (Rovira i Trias). Una cosa y otra decantan la competencia a favor de Cerdà.

Fruto, pues, del análisis de los dos planes emerge una pregunta. ¿Eran conscientes unos y otros (Madrid y Barcelona) del lado en el que radicaba la mejor calidad? ¿O es que para uno solo contaba el hecho de imponer su criterio y para el otro solo valía la voluntad de escoger el trabajo del ganador del concurso que había convocado? Si es así, es bastante lamentable que ninguno de los dos supiera discernir cuál era el mejor al margen de sus intereses. ¿Incompetencia por ambas partes? Dice muy poco de unos y otros.

Llegados a este punto, vale la pena comentar el Plan Cerdà, porque no se ha construido exactamente como estaba previsto al haber sufrido modificaciones. En alguna cuestión considero que se mejoró, y en otras se empeoró. Se preveía construir solamente dos lados de las manzanas y no los cuatro, aunque formaba tramos continuos de calles. Pues bien, ese aumento de edificabilidad, que se traduce en más densidad, probablemente contribuyó al gran éxito urbano del barrio. El ejemplo de las pésimas condiciones higiénicas de la ciudad histórica debió aconsejar esta decisión. En cambio, construir en los interiores de las manzanas en lugar de destinarlos a parques desvirtuó las ideas de Cerdà. ¿Nos imaginamos esos interiores convertidos en jardines? Habría aumentado el bienestar de los ciudadanos del Eixample.

Conviene resaltar el caso de los chaflanes, porque cumplen diversas y excelentes funciones: facilitan la visión de los vehículos en los cruces, imprimen carácter formal al plan y ofrecen la imagen de un octógono regular de 20 metros de lado (con calles y chaflanes de igual dimensión). Al Eixample, sin embargo, le faltaría la gran plaza central del barrio pensando en el lado Besòs completado.

En cuanto al Plan Rovira i Trias, da la impresión de que su imagen radial respondía a una idea puramente formal en el dibujo del plano, pero sin contenido, lo que le llevaba a una frivolidad propia de ciertos arquitectos, especialmente en dibujos o maquetas de urbanismo. Esto me lleva a enunciar que la arquitectura y el urbanismo son dos disciplinas apreciablemente diferentes, y por lo tanto no siempre un buen arquitecto es automáticamente un buen urbanista. Una cosa es poner el foco en los edificios, y otra, adoptar una visión global de la ciudad.

Por cierto, recalco que, por una vez (y no ha servido de precedente), una imposición de Madrid salvó a Barcelona. Un efecto positivo del centralismo (?). Reitero, no se trataba de que cada uno pugnase por su plan sino de que fuesen capaces de escoger el mejor. Lo importante de esta experiencia histórica es ser conscientes de que el Ayuntamiento y la sociedad civil de la época fallaron lamentablemente apostando por un plan de poca calidad. Materializarlo habría representado un gravísimo error urbanístico, porque habría hipotecado el futuro urbano de la ciudad. Cuidado, pues, con caer en otros errores.