La rueda

'Antígona' en Grecia

Aunque la tragedia clásica buscaba la catarsis, ahora se pretende alterar el desenlace

OLGA MERINO

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Durante la campaña, antes de que las urnas lo encumbraran, Alexis Tsipras apeló a la tradición cultural helenística para infundir esperanza. Prevaleceremos, dijo el líder de Syriza, porque Grecia es el país que vio nacer a Sófocles, quien con la obra Antígona «nos enseñó que en determinados momentos la ley suprema es la justicia». Bellas palabras para un mitin, en efecto. Repasando el argumento de la tragedia clásica, Antígona -o sea, Grecia- desobedece la ley escrita por los hombres -las disposiciones de la troika- para defender lo que considera justo: enterrar el cuerpo de su hermano. Se arriesga a darle una sepultura digna a pesar de que el rey había dispuesto abandonar el cadáver a merced de los cuervos y las alimañas. Antígona paga con su propia vida la transgresión.

La tragedia griega tenía como fin último la catarsis; es decir, la purificación, un respiro o convulsión interna, una descarga emocional, la transformación que sobreviene tras un cúmulo de penalidades sufridas. Antígona se sacrifica por el bien ajeno. Pero parece que, sobre el terreno político, el desenlace clásico se retrasa o altera. ¿Alcanzarán los griegos la catarsis tras el veneno de la austeridad? Parece que lo tienen crudo. Por de pronto, en la trama aflora otro recurso narrativo: la némesis o castigo divino, personificado aquí en Merkel y en su recetario de hierro calvinista para salvar el euro. La cancillera alemana dice que nones, que Grecia, en el filo del abismo, debe hacerse responsable de sus deudas.

Eso nos enseñaron: lo que se debe, se paga. Pero Merkel parece olvidar que tan responsable es quien se endeuda -la élite griega, no el pueblo-, como el prestamista. Los bancos alemanes insuflaron millones (también en España) aun a sabiendas de que Atenas no podía permitírselo. Crédito barato para estimular las exportaciones alemanas. A eso en mi pueblo se le llama codicia.