Pequeño observatorio

Viaje por los grandes almacenes

Una monja compró seis palmos de ropa blanca y seguí a una chica que había ido a por un martillo

JOSEP MARIA
Espinàs

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La muerte del señor Isidoro Álvarez, la piedra básica de este monumento que es El Corte Inglés, me ha hecho recordar una de las experiencias más curiosas de mi vida.Yo había hecho ya bastantes viajes a pie por territorios catalanes y por Castilla, Andalucía, Galicia -acabarían siendo 22- cuando pensé que unos grandes almacenes también eran una especie de país, un espacio singularísimo, y que valía la pena explorarlo.

Y lo hice. Dediqué cuatro o cinco días a ir arriba y abajo por El Corte Inglés. No avisé a nadie de la empresa, aunque conocía al señor Álvarez, que me había atendido amablemente cuando dedicaba libros por Sant Jordi.

Hice unos cuantos kilómetros por dentro de El Corte Inglés, paseando por todas las plantas y tomando notas de la vida -enorme cantidad de vidas- que se movían por aquella ciudad. Fue una experiencia apasionante.

Era como descubrir una ciudad por dentro. Me paseé por la plaza de la Perfumería, por el distrito de los Muebles, por el campo de los Deportes, por un parque infantil... Cada planta tenía sus calles, con unos colores y una vitalidad propias. Viví experiencias curiosas, como elegir al azar a una persona que entraba y seguirla y descubrir qué iba a hacer. Una monja compró seis palmos de ropa blanca. Seguí a una chica que había ido a comprar un martillo. Sorpresas continuas. Estaba mirando una tienda de campaña cuando una dependienta se acerca y me dice: «¿Desea algo?» No supe si contestar «nada» o «todo».

Hasta que un día un jefe de planta me encontró sospechoso y oí que decía a una empleada: «Vigílalo, y si hace algo raro, avísame». Realmente, lo que yo hacía no era normal. Además, llevaba un bloc en la mano y hacía anotaciones. Había paseado ya bastantes horas, durante tres o cuatro días, yendo arriba y abajo por El Corte Inglés y decidí terminar la aventura. Con un convencimiento: para muchos emigrantes recién llegados, entrar en El Corte Inglés era su acreditación como barceloneses.