Dos miradas
Bartali, Nibali
Josep Maria Fonalleras
Escritor
JOSEP MARIA FONALLERAS
Hay una canción que canto a menudo y que malogro tantas veces cuanto la entono. Es decir, solo la puedo interpretar en la ducha o en el coche, cuando viajo solo. En esta canción, que se llama Bartali, Paolo Conte aprovecha la figura del ciclista italiano que ganó el Tour en 1948 para hacer una especie de retrato existencialista de sí mismo. Como los amigos del misterioso Godot, pero esta vez sentado sobre un hito de carretera, el cantante espera que llegue el ciclista y, mientras tanto, se refugia en sus asuntos, ensimismado en el silencio que se hace en la carretera entre el paso de una moto y el de la siguiente, un silencio casi metafísico «que no sabría describirte». Es una canción festiva que esconde una profunda melancolía, un deseo transcendente del misántropo que lo es a ratos y también un homenaje a una de las grandes figuras del deporte que, entre otras cosas, salvó de los campos de exterminio a cientos de judíos italianos gracias a los salvoconductos que escondía en el tubular de su bicicleta de entrenamiento.
El viernes pasado, Vincenzo Nibali dio un paso casi decisivo para ganar el Tour. Se impuso en el ascenso a Chamrousse con elegancia y fortaleza. Será el primer italiano que llegará vestido de amarillo a París desde el triunfo del Pirata Pantani en 1998. Este mismo viernes, Bartali habría cumplido 100 años. En una fecha tan señalada recordé la letra de Conte, «la nariz triste, como una subida», y la volví a cantar. Solo.
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