La clave
Tortilla a la francesa o patatas chips
Albert Sáez
Albert SáezDirector de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Los partidos catalanes tienen una cierta urgencia por deshacerse del debate sobre la consulta o el llamado derecho a decidir. Enero marca el pistoletazo de salida del nuevo ciclo electoral que arrancará con los comicios europeos de mayo y ya no parará hasta las catalanas del 2016. Se trata, pues, de cerrar temporalmente la carpeta de la independencia quedando en la mejor posición para presentarse a las sucesivas elecciones. El PSC ya se apeó de este tren cuando la conferencia política del PSOE acarició a Pere Navarro al grito de España será federal o no será. Ahora las élites contrarias a la independencia y los de la prisa soberanista presionan a ICV con desigual habilidad para que decida si está con el improbable derecho a decidir o se apunta al imposible federalismo. Y los de Joan Herera y Dolors Camats se resisten con uñas y dientes a ser los enterradores de un cadáver que no es suyo. Mientras Esquerra deja claro que con las cosas de comer no se juega y que esta batalla será la de Mas y no la de Junqueras. La pelota, pues, pese a la torpeza de algunos de sus adversarios está en el tejado de CiU y muy especialmente en el de Mas.
Pospujolismo
Para elegir la salida de este atolladero, Mas no necesita recurrir a Pujol. Tiene tradición propia. Entre las opciones posibles está encontrar una solución como la que fraguó una noche de septiembre del 2005 el actual conseller Homs con el ahora exdirigente del PSC Ernest Maragall que cerraron un pacto sobre la reforma del Estatut comiéndose una tortilla a la francesa en casa del nieto del poeta. Allí se acordó un texto inclusivo» que duró poco más de 48 horas cuando el aparato del PSC lo enmendó en la puerta trasera del mismo Parlament. O puede optar por ir de noche a La Moncloa, después de cenar unas patatas chips en el hotel con su mujer, como hizo una noche de enero del 2006 acordando con Zapatero el grosor del cepillo que Guerra le iba a pasar al texto fundamental de la autonomía catalana.
Ahora el objeto del pacto y los potenciales aliados son otros. Pero se trata del mismo dilema: sumar para ser hegemónico en el catalanismo o rendirse para gobernar.
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