Las estadísticas que reflejan un drama

Benjamin Button y el mercado laboral

La política económica sitúa al colectivo de los parados mayores de 50 años sin perspectivas de futuro

JAUME GARCÍA VILLAR

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Tengo un amigo que al cumplir 60 años decidió que a partir de entonces iba a «descumplir» años. Cada año sería un año más joven. A raíz del estreno de la películaEl curioso caso de Benjamin Button,le empezamos a llamar cariñosamente como al protagonista de la historia, un personaje que nace con la apariencia y condiciones físicas de una persona de 86 años y que a medida que se hace mayor va rejuveneciendo.

Mi amigo es una de esas personas a quienes les gusta este juego de hacer que las agujas del reloj giren en sentido contrario, pero como forma de expresar su espíritu joven y activo. Hoy me pregunto si en el caso de que esa decisión de restar años fuese real y tuviera efecto sobre la situación laboral, ¿sería una decisión acertada, sobre todo para aquellos que, como mi amigo, estarían hoy alrededor de los 50 años?

Si miramos la evolución reciente del mercado de trabajo, la respuesta es no. Según la encuesta de población activa (EPA), mientras que en España en el 2007 la tasa de paro de los mayores de 50 años estaba en el 6%, en el 2012 rondaba el 19% y el número de parados había crecido un 25% respecto al 2011. Además, hoy se enfrentan a un aumento de la edad de jubilación y a una probabilidad de abandonar el desempleo muy baja.

Uno puede pensar que esto solo son estadísticas, pero detrás de las mismas hay personas y, en última instancia, lo que importa no son las cifras agregadas, sino lo que pasa con cada uno de los ciudadanos. Y en este sentido, a nadie se le escapa que entre los colectivos más afectados por la actual situación del mercado de trabajo están los mayores de 50 años y los más jóvenes, y lo están no solo en el presente sino también de cara al futuro.

Los parados de más de 50 años se enfrentan a unas expectativas de empleo bajas, tanto por las condiciones actuales del mercado de trabajo, como por su perfil poco atractivo dada su edad. Por su parte, a los parados más jóvenes también les afecta la situación económica, véanse los flujos migratorios de personal cualificado al extranjero, pero también lo hace el estigma futuro de la falta de experiencia de cara al momento en que se recupere la actividad y el empleo. Los más jóvenes se enfrentan en la actualidad a una tasa de paro superior al 50%, mientras que en el 2006 no alcanzaba el 20%.

Se hace necesario diseñar políticas pensando no únicamente en las estadísticas agregadas, sino en las personas que hay detrás de las mismas, a la vez que nuestros políticos deben recuperar en su vocabulario un verbo cuya conjugación parecen haber olvidado: el verbo explicar. Para ganarse la confianza del ciudadano hay que explicar de manera didáctica las decisiones que se toman, y sobre todo la forma en que las mismas contribuyen a la mejora de la economía y, en último término, del bienestar. No basta con esa cantinela que, de una u otra forma, siempre dice: «Es la mejor decisión que se podía tomar». No es suficiente ni convincente.

Por otra parte, se debe procurar contribuir a la mejora de la productividad haciendo más con los recursos que tenemos, no haciendo lo mismo con menos recursos. En particular, las empresas y sus responsables de recursos humanos, tienen un papel que jugar a la hora de ser más eficientes, mejorar la productividad y atender a la situación de las personas que hay detrás de las cifras. El valor añadido que la gestión de recursos humanos supone para la sociedad requiere no quedarse en la mera aplicación de pautas de actuación estandarizadas, que no son necesariamente aplicables a cada caso concreto. Sirvan de ejemplo los procesos de ajuste en el empleo, vía jubilación anticipada o despido, estrechamente ligados a la edad. Eso es lo fácil, pero también es menos eficiente para la empresa y para el conjunto de la economía y menos equitativo desde el punto de vista social. El trato individualizado de los casos exige valorar aquello que va más allá de lo que hace referencia a características de los individuos (la edad).

Por suerte, el efecto Benjamin Button no es real. Mi amigo sigue teniendo la edad que realmente tiene y en el apartado laboral es un profesional autónomo al pie del cañón en su empresa familiar. La verdad es que hoy no solo lo tendrían mal aquellos que quitándose años ahora estuvieran en el grupo de mayores de 50 años, sino que también lo tendría mal el Benjamin Button de la película que al cumplir 61 años tendría un edad física de unos 25 y sería víctima no solo de la mala situación del mercado de trabajo para los mayores sino también para los jóvenes. Por razones distintas son dos colectivos que merecen una atención especial a la hora de diseñar políticas laborales, a la vez que no se puede aceptar sin más que su edad, y no su capacidad, condicione y afecte su bienestar presente y futuro.