El futuro del autogobierno
Catalunya y España, vías divergentes
La mayoría de los catalanes opinan que su progreso colectivo dentro del Estado actual es una quimera
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La reacción del poder político o mediático español en la manifestación histórica de la Diada y los pronunciamientos delpresidentMasa favor del Estado propio ha oscilado entre la incredulidad, los desprecios frívolos y la descalificación abrupta. La misma desatención a la propuesta de pacto fiscal expresa una incomprensión radical de los retos que interpelan a la sociedad catalana.
Es como si las élites del poder central prefirieran resignarse a dejar marchar a Catalunya antes que compartir el poder. La divergencia ya está enquistada. Las razones son contundentes. En primer lugar, las condiciones que impone la mundialización del capitalismo desde el punto de vista económico y cultural exigen que Catalunya obtenga cuotas de poder político, económico y cultural muy superiores a las previstas por el esquema autonómico. Sin un salto de calidad del autogobierno no hay ninguna perspectiva de progreso económico y social, ni de continuidad ampliada de la realidad nacional de Catalunya.
LA SOCIEDAD catalana tiene la posibilidad y la necesidad de convertirse en el motor económico y cultural del sur de Europa. Ahora bien, esta pretensión choca frontalmente con el proyecto nacionalista español concebido como extensión megalómana del Gran Madrid. Las señales han sido constantes. Desde el rechazo a la OPA de Gas Natural sobre Endesa, pasando por la demencial planificación del AVE y la terca resistencia al corredor mediterráneo, hasta la férrea sujeción de El Prat a la gestión centralista de AENA.
En segundo lugar, esta incompatibilidad de proyectos se ha producido coincidiendo con la erosión de los fundamentos económicos del pacto entre Catalunya y España. Tradicionalmente, amplios sectores de la burguesía catalana podían entender un cierto déficit fiscal a cambio de una balanza comercial positiva en sus intercambios con España. Pero la entrada en la UE, la globalización y el euro han modificado drásticamente las bases de esta complementariedad económica. En los últimos años el mercado español ha pasado de representar el 70% al 35% del total de exportaciones catalanas. El mercado interior de las empresas catalanas ya es la UE y Catalunya es, con diferencia, la comunidad con una capacidad exportadora más grande del Estado. Por otra parte, Madrid ya no decide ni la política monetaria, ni buena parte de la política fiscal.
La situación ha dado un giro tan espectacular que, sin menospreciar los vínculos entre las economías catalana y la española, en la balanza de pérdidas y ganancias, a la sociedad catalana le sale más a cuenta la vinculación directa a Europa que ser subalternos dentro de España. La crisis económica ha terminado de hacer evidente la situación.
En tercer lugar está la cuestión del reconocimiento político, simbólico y cultural. Aquí hay dos factores que han sido decisivos en los últimos años: la fijación obsesiva del nacionalismo español con la normalización del uso social del catalán y la sentencia del Estatut. El Estado español nunca ha entendido la lengua y la cultura catalanas como propias. Es un hecho. Un hecho tan objetivo como la constatación de que en el contexto de la construcción europea y de la globalización ninguna cultura tiene garantizada su continuidad sin el apoyo de un Estado compartido o propio. Que el Estado fuera compartido era lo que pretendía la propuesta del nuevo Estatut. Pero la sentencia del TC sobre el Estatut tuvo efectos devastadores. Por el fondo y por la forma. Fue un portazo estrepitoso.
NO SE PODÍa decir más alto ni más claro: ni reconocimiento de la singularidad nacional, ni más poder político, ni bilateralidad. El esquema del Estado autonómico está cerrado y vallado, y si se modifica será con voluntad recentralizadora. La impunidad de las formas dejó entrever que se había hecho un cálculo erróneo de la relación de fuerzas. Con símil taurino, el conglomerado político, financiero y mediático articulado desde Madrid creyó que había llegado el momento de dar la estocada definitiva a la voluntad reivindicativa del catalanismo político.
Hoy algunos ya sospechan que quizá no. Finalmente, hay un cuarto factor que imposibilita enormemente el entendimiento entre Catalunya y España: la divergencia creciente del lenguaje y de los marcos interpretativos de la realidad. En su esfuerzo por construir una visión propia del mundo, el nacionalismo español ha configurado un universo semántico y simbólico sin ninguna conexión con la realidad cotidiana de los ciudadanos de este pedazo de mundo llamado Catalunya. La renovada violencia retórica de políticos y de medios de comunicación está haciendo más grande la desafección a España. Hoy ya es mayoritario el convencimiento de que la ilusión de progreso colectivo de los catalanes dentro de esta España es una quimera anacrónica.
Periodista y profesor de la UAB.
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