El turno

Cómo dilapidar el patrimonio político

MARTÍ GIRONELL

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José Luis Arangurendecía que política y moral son incompatibles. Que la política se rige por las leyes de la fuerza, la astucia y la apariencia. Y sentenciaba que en política no hay lugar para la ética. Estos días han sido muy comentados los patrimonios que diputados y senadores han tenido la gentileza de darnos a conocer. Lo han hecho, dicen, en nombre de la transparencia y en virtud de una nueva legislación, aprobada por ellos mismos. Se lo agradezco, pero, francamente, tal como está el patio hubiera preferido no saberlo. Para mí es una forma de dilapidar el valioso patrimonio político que es la confianza. El adjetivo más blando que se me ocurre para definirlo esobsceno. Me ha hecho pensar en la misma sensación que tengo con aquellas informaciones que los medios de comunicación ofrecen de los bancos y las grandes compañías cuando al finalizar el año difunden los beneficios que han obtenido trabajando y trabajando. Otra obscenidad.

Ya sé que no todos los políticos son iguales. No quiero generalizar. Un político es, por definición, una persona que se ocupa de los asuntos públicos y no de los intereses personales, de partido o de empresas multinacionales. Pero sería muy necesario que los políticos de todo tipo y condición se planteasen la filosofía de vida que escuché pregonar al cardiólogoValentí Fuster. DecíaFusterque su voluntad era devolver a la sociedad todo lo que la sociedad le había dado. Ojalá nuestros políticos también hicieran suya esta máxima y se propusieran devolver a la sociedad en forma de decisiones honestas y loables lo que los ciudadanos han hecho posible, es decir, que ellos tengan el poder para cambiar la realidad, para que todos podamos aspirar a ir a mejor. Entonces quizá sí los ciudadanos seríamos responsables e iríamos a votar y confiaríamos en la política y en los políticos.