El turno

La metáfora del aprendiz de brujo

JOSÉ ENRIQUE Ruiz-Domènec

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La metáfora de este otoño es aprendiz de brujo. Es como si cada nuevo curso una película en 3D se adelantara a los acontecimientos, convirtiendo la ficción en pedagogía política. La paradoja de la globalización es que mientras el mundo se vuelve más unido, el poder se vuelve más difuso. Mientras Zapatero practica la Realpolitik en China y Japón, Catalunya vive un dilema dramáticamente escenificado antes del verano: dar un salto hacia adelante o quedarse atascada durante décadas.

Catalunya tuvo ese mismo dilema a finales del siglo VIII. Sucedió entonces que el gobernador abasí de Barcelona Sulaimán ibn al-Arabi se dirigió a Carlomagno, desesperado ante la creciente poder del Estado central en Córdoba del omeya Abderramán I. Era consciente de que el futuro residía en adaptar la estructura económica, el orden social y la cultura política a un tiempo de cambios. No puso cuidado y se equivocó. El final fue que Catalunya acabó siendo una marca carolingia. El error se debió a una mala formación política en la toma de decisiones. Lo mismo pasa hoy.

Al margen del debate sobre si el nivel C de catalán en la universidad es una medida necesaria, inoportuna, desacertada o descabellada, una cosa está clara: Catalunya no tendrá futuro mientras no tenga una universidad entre las 100 primeras del mundo. Pero ¿por qué no la tiene? Porque estamos ante una institución que muestra, primero, torpeza a la hora de seleccionar profesorado, de elegir proyectos o de promover liderazgo y, segundo, desidia al dejar la excelencia de sus miembros en manos de unos organismos gubernamentales poco claros en sus decisiones. En conclusión, su presente es malo, pero su futuro es peor.

En el mundo actual la palabra clave es influjo y no fuerza; pero nosotros vamos a contratiempo. Un cambio de actitud es obligado si queremos seguir en el futuro el ritmo marcado por Europa, y no convertirnos en una simple marca suya como ya ocurrió en el pasado.