dos miradas

El patio de vecinos

emma riverola

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Hay vecinos chismosos, ruidosos, antipáticos. Algunos te niegan el saludo o apestan el ascensor con basura de tres días. Otros se empecinan en perder las llaves y practicar funambulismo en tu ventana. Suerte que siempre hay algún vecino benefactor. Ese al que puedes recurrir en busca de un puñado de sal, una escalera más alta que la tuya o una taza de café y 20 minutos de charla.

En realidad, el mundo es un patio de vecinos. Unos, obsesionados con el derecho de admisión, pretenden reservar la escalera a presidentes bajitos con alzas y divinasfemmes fatales. Otros se dirigen a la misma planta, pero el ascensor, frenado por el peso de tanto ego soberano, no hay manera de que arranque. Algunos más temen el final del viaje y se hacen los distraídos para no pulsar la tecla de su destino. Quién sabe, piensan, quizás a base de alargar la espera el edificio podrá beneficiarse de algún plan de rehabilitación y se obrará el milagro. Mientras, los que optan a heredar la finca ruegan para que los negocios turbios de sus parientes cercanos no entorpezcan la operación.

Yo he tenido suerte. Cada día coincidiré con Josep Maria Fonalleras en el ascensor. El trayecto será breve y el cruce de miradas, inevitable. Habrá mañanas de visiones distintas y enfoques opuestos. Pero no descarto que, en más de un encuentro, el revuelo del patio de vecinos nos arranque un guiño de complicidad.