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Vuelve 'El bon policia', un Rusiñol muy actual

El Maldà repone esta comedia que fue un éxito inesperado

bon obrir

bon obrir / INMA QUESADA

Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente

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Resulta curioso comprobar cómo las jóvenes compañías están intentando recuperar a los clásicos teatrales catalanes para reivindicarlos, adaptarlos a nuestro tiempo y darles un nuevo significado. El respeto y la admiración por nuestros antecesores es algo que debería ser más habitual pero, sin embargo, no es muy frecuente. Hace unos meses, Epidèmia Teatre recuperaba en El Maldà la obra de Pitarra con su estimulante Mistela, candela, sarsuela (nominada a los premios Teatre Barcelona como mejor espectáculo musical) y, poco después, llegaba a la misma sala El bon policia, que ponía al día un texto, poco conocido y muy polémico en la época, de Santiago Rusiñol. Agotó las entradas en todas las funciones y es candidata a los mismos galardones en la categoría de espectáculo de proximidad. Todo ello ha provocado que, desde hoy mismo, vuelva a programarse en el mismo teatro, donde podrá verse solo hasta el 17 de septiembre.

La escenografía es uno de sus principales recursos y de los más ingeniosos. Únicamente veremos sobre el escenario una especie de armario con una veintena de separaciones que pueden servir de puertas o ventanas para que los actores aparezcan o desaparezcan de escena o para introducir nuevos elementos como cuadros, una radio antigua o un reloj. Al mismo tan solo se añaden dos taburetes y una mesita y pequeños objetos de atrezzo. Una manera eficaz y económica para poder cambiar de entorno fácilmente.

La original escenografía consiste en una especie de armario que esconde muchas sorpresas.

La original escenografía consiste en una especie de armario que esconde muchas sorpresas. / INMA QUESADA

Dos amigos del alma

Los dos actores, Ricard Farré y Arnau Puig, interpretan a los dos personajes principales. El primero da vida a Josep, un hombre viudo con dos hijos y muy ingenuo que acaba de aceptar un empleo como policía secreta para conseguir un mínimo jornal con el que mantener a sus criaturas. El otro es Anton, su amigo del alma, con el que vive y quien le ha ayudado a sacar adelante a los niños.

Foto promocional con los dos amigos: Anton (izquierda, Arnau Puig) y Josep (Ricard Farré).

Foto promocional con los dos amigos: Anton (izquierda, Arnau Puig) y Josep (Ricard Farré). / SILVIA POCH

Pero pronto descubrimos que el joven no sirve para ese trabajo, es demasiado buena persona, un tipo que va con boina en vez de una amenazante gorra para ejercer su oficio, y acepta sin rechistar las excusas que le ofrecen los presuntos delincuentes, por lo que, en vez de detenerlos, suele dejarlos en libertad. Su personaje recuerda un poco al Nino Manfredi de El verdugo berlanguiano, un individuo que, acuciado por las deudas, acepta un empleo para el que no es adecuado en absoluto sin pensar en las consecuencias.

Josep es un tipo ingenuo que usa una boina en vez de una amenazante gorra.

Josep es un tipo ingenuo que usa una boina en vez de una amenazante gorra. / INMA QUESADA

Los personajes y la actualización

Otro de los atractivos del montaje es comprobar cómo los dos intérpretes se desdoblan en muchos otros personajes para completar el elenco de la obra: Paula, una vecina ansiosa por encontrar pareja; un jugador compulsivo; el intelectual conspirador Santiago Cuixera y su discípulo más aventajado; el inspector de policía; un guardia con un acento muy peculiar o un carcelero. Con tan solo unas ligeras variaciones de vestuario o peluquería se transforman con credibilidad en cada uno de ellos. También resulta especialmente encomiable su excelente dicción y su manera de llevar unas expresiones antiguas a nuestros días. Dos clowns versátiles y cercanos.

Ricard Farré (derecha) se convierte en Paula, la entrometida vecina.

Ricard Farré (derecha) se convierte en Paula, la entrometida vecina. / INMA QUESADA

Y es que otro de sus alicientes reside en su modo de trasladarlo al siglo XXI añadiendo algunas expresiones de nuestros días como el poliamor pero manteniendo términos de la época hoy transformados, como los vegetalistas (por vegetarianos) o el amor libre. Igualmente incluye pequeños números musicales muy meritorios (se hacen cortos) con sus respectivas coreografías que sirven para completar la experiencia.

La obra incluye breves números musicales con sus respectivas coreografías.

La obra incluye breves números musicales con sus respectivas coreografías. / INMA QUESADA

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El público y el mensaje de una sátira

En el tramo final se imponen el absurdo y la ternura, juegan con el público al que se dirigen en primera persona y llegan a la apoteosis cuando, en cuestión de breves minutos, se transmutan en cada uno de los personajes anteriormente citados. Incluso incluye un mensaje que por muy repetido que esté no deja de tener su importancia, que cada uno viva como quiera y con quien quiera.

En algunos momentos, los actores también se dirigen al público.

En algunos momentos, los actores también se dirigen al público. / INMA QUESADA

La obra tiene sus componentes más evidentes y otros más escondidos. Por ejemplo, no hay que ser muy astuto para deducir una hipotética relación homosexual entre los dos amigos, que se intuye aunque nunca se explicita. Una sátira que cuestiona la autoridad policial, el abuso del poder, los prejuicios sociales o la arbitrariedad de la justicia. El individuo modesto, pobre, inculto y bonachón frente a la maquinaria del Estado, implacable y despiadado. Un ejercicio tan divertido como actual que se gana la sonrisa y la complicidad del espectador como sus personajes, con simpatía, humildad y bonhomía.

Bajo su apariencia de comedia, la obra critica el abuso de poder y la arbitrariedad de la justicia.

Bajo su apariencia de comedia, la obra critica el abuso de poder y la arbitrariedad de la justicia. / INMA QUESADA

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