Entrevista

Loquillo: "Después de 47 años es de risa que jamás haya actuado en el Grec"

Loquillo, en una imagen promocional

Loquillo, en una imagen promocional / Jaume de Laiguana

Jordi Bianciotto

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El cantante barcelonés publica este viernes ‘Transgresiones. Antología poética 1994-2024’, doble CD-libro en el que recorre una treintena de canciones basadas en adaptaciones literarias, a partir del álbum ‘La vida por delante’, que cumple 30 años, material que en su día generó controversia por su alianza de poesía y rock. Lo presentará el 17 de mayo en un escenario inédito en su carrera, el del Gran Teatre del Liceu, dentro del Festival Mil·lenni.

Un disco-libro en un formato físico que evoca las portadas de los volúmenes de poesía de la editorial Visor, como los de Arthur Rimbaud, Gloria Fuertes, Mario Benedetti… ¿Un homenaje?

Es bonito, ¿eh? Y raro, que todavía se hagan este tipo de cosas. Sí, yo quería que fuera como un libro de poesía de Visor, con el mismo tamaño y diseño. Se ha podido hacer, y eso es muy difícil en los tiempos que corren.

‘Transgresiones’ ofrece una selección de las adaptaciones poéticas repartidas en una serie de álbumes, empezando por ‘La vida por delante’ (1994). ¿Sentía que había que reivindicarlas?

Era necesario porque, a diferencia de lo que han hecho Bunbury con Panero, Quique González con García Montero o Christina Rosenvinge con Safo, este no es un episodio suelto. Representa una trayectoria. Cuando en noviembre salga el nuevo disco, ‘Europa’, sobre el poemario de Julio Martínez-Mesanza, del que aquí hay tres temas de adelanto, ya serán cinco discos de estudio y dos directos. Es una obra. Casi dos generaciones. Decidí celebrar esos 30 años de un proyecto alternativo, que en su día fue audaz y difícil de hacer, y que ha seguido siéndolo, porque cada disco ha costado una vida.

La discográfica, en aquel tiempo, debió de pensar que, en comparación con sus álbumes de rock’n’roll con los Trogloditas, las ventas caerían. 

Yo venía de cuatro años de gira con los Trogloditas, en una tormenta de drogas y excesos. Ya había grabado ‘La mala reputación’, de Brassens, ayudado por Quico (Pi de la Serra), y ‘El hombre de negro’, de Johnny Cash. Eso ya eran pistas, y habían funcionado. Cuando Gabriel (Sopeña) me entregó ‘Brillar y brillar’, vi la posibilidad de unir los dos mundos en ‘La vida por delante’. Y el álbum fue Disco de Oro. 

En el siguiente, ‘Con elegancia’ (1998), adaptó un poema de Jacques Brel previo permiso de su viuda. 

Fui el primer artista en musicar un texto de Brel en toda Europa. Con Gay Mercader, mi mánager durante diez años, dejamos EMI y nos fuimos a Picap. Craso error. Llevaba una semana de promoción y en un hotel me dicen que tengo que pagar las habitaciones y la comida. El disco se quedó colgado y desapareció. 

¿Cómo recuerda el efecto que produjo en la escena y entre el público la iniciativa de casar rock y poesía?

Yo era consciente de que iba a pagar un precio por ello, aunque, visto ahora, no tanto como el que puede pagar el cantante de Manel por hacer un disco en solitario, un acto valiente y audaz. Cuando rompes esquemas, pones a prueba a tu público. Hace 30 años había una doble ortodoxia: la del rock, no asumir que un artista tiene que investigar, y la de la canción de autor, que no entendía que cada generación tiene su lenguaje. Ovidi (Montllor), Paco (Ibáñez) o Serrat me ayudaron a conocer parte de la poesía española, y nosotros pretendimos hacer lo mismo con las nuevas generaciones. Como dice Luis Alberto de Cuenca, ahora los raperos son los nuevos trovadores. Lo que nosotros nunca haremos será decir que eso nos pertenece a nosotros. Me llamaron de todo: “Gabriel Sopeña te ha convertido en un maricón…” Se me acercaban al escenario y me abrían una bandera sudista. Y en el mundo de la canción de autor, igual: “¿qué hacen estos aquí?”.

En 1994 presentó ‘La vida por delante’, con sus textos de autores como Octavio Paz, Atxaga o Gil de Biedma, en una sala, el Palau, ajena entonces al circuito del rock.

Fue un roto muy gordo para muchos. Lo más bonito que me pasó es que vino Joan Manuel Serrat a felicitarme antes del bolo. Estábamos Gay y yo, y apareció. Me dio ánimos y fue muy emocionante.

Ahora debutará en el Liceu, el 17 de mayo (Festival Mil·lenni), después de tantos años. ¿A escenarios como estos hay que ir con propuestas adaptadas, no para hacer un bolo más de pop o rock?

El ritual es muy importante. El gesto. A un teatro no vas a hacer un concierto de rock’n’roll. Hay una banalización del espacio. Pero hay dos escenarios en Barcelona donde no he actuado. Uno se me ha prohibido no sé por qué, porque después de 47 años es de risa que jamás haya actuado en el Grec, que además es un sitio perfecto para un concierto de poesía. Tengo un chiste: “he tenido una pesadilla, ¡he soñado que me daban el Ondas y la Creu de Sant Jordi!”. Pues sí, esas cosas pasan. Y otro sitio donde me gustaría actuar es la Monumental. Ya es hora de que sea un lugar para la cultura. En Barcelona no paran de cerrar locales. ¿Dónde van a ir los chavales a tocar?

Hay sensibilidades ciudadanas crecientes respecto a las molestias de la música en directo.

Es una excusa patética. Barcelona no se puede quedar sin salas de conciertos. Y en los festivales te bajan el volumen: vete al Poble Espanyol o a Pedralbes, a ver si te dejan tocar a tu volumen. Al final, también habrá gente molesta con el Metro porque genera vibraciones. Todo molesta a alguien. Pero la cultura es el 3% del PIB nacional.

Está a punto de volver a la carretera. ¿Cómo ve la música en directo en España después de la pandemia?

Hay un ‘boom’ de festivales. Nosotros trabajamos con Last Tour, una de las pocas empresas que tienen un poco el aire de Gay Mercader, gente a la que le gusta la música. Ahora muchas son de fondos buitres. Es un negocio donde la música es simple entretenimiento, cuando yo sigo pensando que es una actitud y una forma de vida que refleja el estado de un país y una situación cultural. 

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