Estreno de cine

'Not a pretty picture', el relato pionero y fundamental sobre el abuso de Martha Coolidge

El filme de Martha Coolidge, realizado en 1975 pero prácticamente inédito hasta ahora, es un auténtico descubrimiento en su forma de plantear el tema del abuso y la violación

'Not a pretty picture', un filme muy pertinente sobre la cultura del abuso.

'Not a pretty picture', un filme muy pertinente sobre la cultura del abuso. / EPC

Quim Casas

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Creo que de Martha Coolidge solo se han estrenado comercialmente cuatro o cinco películas en España. La más relevante es ‘Rambling Rose. El precio de la ambición’ (1991), adaptación de una novela de Calder Willingham protagonizada por Laura Dern y Robert Duvall y ambientada en el sur estadounidense de los años 30, con sus pulsiones sexuales, sociales y raciales. Ha dirigido muchas más películas y episodios televisivos, filmes más combativos y alimenticios dentro de la industria, incluyendo títulos de planteamientos relevantes como el telefilme ‘Si las paredes hablasen 2 (Mujer contra mujer)’, centrado en tres historias de relaciones lésbicas interpretadas en distintas épocas por Sharon Stone, Chloë Sevigny, Michelle Williams, Ellen DeGeneres y Vanessa Redgrave. 

 Pero ninguno tiene la fuerza y originalidad de ‘Not a pretty picture’, producción independiente que supuso su debut tras la cámara, rodado en 1975, restaurado en 2022, devuelto a la vida en salas ahora y absolutamente pertinente a las puertas del 8-M, en relación con el #Me Too estadounidense y el aún muy incipiente #Me Too español concentrado, de momento, solo en la figura de Carlos Vermut.

No es solo un documental sobre las repercusiones de una violación, pero lo es de manera tajante al mismo tiempo. No es una ficción, ya que parte de experiencias reales, pero reconstruye situaciones como si se tratara de una representación. Puede verse también como un documental sobre el rodaje del propio filme. Es un ensayo y es un relato pionero sobre un tema siempre complicado de trasladar con verdadero éxito a una pantalla, la violación y la denominada cultura del abuso. Pudo realizarse al margen del sistema, convirtiéndose en un título clandestino que ahora, casi medio siglo después, tiene un alcance no diré que superior, pero si más trascendente que en el momento en el que fue concebido.

 En 1962, durante una fiesta, Coolidge fue violada por un compañero de clase algo mayor que ella. Una década y media después decidió exponer sus sensaciones derivadas de aquella situación traumática. El dispositivo es muy avanzado: escenas en las que la directora ensaya con sus actrices y actores, discuten puntos de vista y preparan los planos en un abandonado ‘loft’ neoyorquino –lo que le confiere a la vez una atmósfera fílmica y de ensayo teatral–, y escenas que son la reproducción con estos intérpretes de lo que le ocurrió, poniendo en contexto a los personajes: Coolidge tenía entonces 16 años, vivía en una residencia de estudiantes con sus amigas y cantaba canciones folk. La directora se examina a sí misma y a toda la sociedad, pero no es la única. La actriz que la interpreta, Michele Manenti –cuya trayectoria en el cine empieza y termina con este filme– fue violada en el instituto cuando tenía 15 años.

 Las dos pasaron por lo mismo, pero tienen formas distintas de encarar y recordar el shock, la sorpresa, la incultura generalizada sobre el tema, la consolidación social del abuso, la negación y el sentimiento de culpa, la idea inculcada de que muchas veces la víctima es la responsable de la situación. Coolidge, Manenti y el resto de los intérpretes –de los que solo una actriz, Amy Wright, que encarna a la amiga de la protagonista, ha tenido carrera cinematográfica–, hablan sin tapujos en torno a todo ello mientras preparan las escenas, prueban cosas, improvisan o se ciñen al guion. En un momento, cuando ensayan la escena de la violación, Coolidge les dice: “No quiero poneros límites, vamos a ver que sale”. 

 Es muy interesante el punto de vista del joven que representa al violador, encarnado por Jim Carrington. Tras un primer ensayo de la escena en que fuerza a Martha/Michele, dice tener miedo de identificarse con la frustración y violencia del agresor. Explica situaciones dominantes que vivió en la universidad y expone las diferencias entre quienes forzaron a algunas jóvenes creyendo que aquello era lo normal y los que eran auténticos depravados. 

 No hay diferencia, en ambos casos se trata de un abuso, de una violación, pero la manera en que lo establece Carrington, sus dudas reales y sinceras al interpretar un personaje y unas situaciones de estas características, le confieren a la película una de sus muchas singularidades. Mucho más aún cuando Manenti cuenta que cuando la violaron no sintió que el agresor quisiera hacerle daño, y que pensó que el tipo no sabía lo que hacía y acabo dándole lástima.

 Parece mentira que una película de este calibre haya estado olvidada y oculta durante cinco décadas. Vista hoy podríamos pensar que fue realizada ayer mismo. No solo por la valentía que expresa la realizadora al utilizar su propia experiencia traumática para reflexionar sobre el alcance social de la misma, y por el método cinematográfico que emplea para mostrarlo, escuchando y valorando siempre las opiniones de sus actores, sino porque analiza muchísimo mejor el meollo de la cuestión a cómo lo han hecho propuestas recientes de abierto feminismo sobre la cultura del abuso.