EXPOSICIÓN

El Reina Sofía celebra el centenario de Tàpies con la mayor retrospectiva del artista catalán

Nombre clave del arte español e internacional de la segunda mitad del siglo XX, la muestra recorre toda la trayectoria del creador con obras llegadas de diferentes rincones del mundo

La obra '7 de noviembre' (1971) preside la sala que alberga el trabajo más político de Tàpies.

La obra '7 de noviembre' (1971) preside la sala que alberga el trabajo más político de Tàpies. / / ARCHIVO FOTOGRÁFICO DEL MUSEO REINA SOFÍA

Jacobo de Arce

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Han tenido que pasar doce años desde su fallecimiento, transitar el duelo que conlleva la desaparición de un creador eterno y esperar a que llegase este momento, la hora de su centenario, para recuperar como se merece la figura de Antoni Tàpies, quizá el nombre más importante del arte español de la segunda mitad del siglo XX. Las celebraciones aparejadas a ese aniversario han tenido su puesta de largo este martes en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, donde se ha presentado Antoni Tàpies. La práctica del arte, la mayor retrospectiva del artista hasta el momento y en la que ejerce como comisario quien ha sido director tanto del museo madrileño como de la propia Fundación Tàpies de Barcelona, Manuel Borja-Villel.

La exposición, que reúne más de 220 obras del artista catalán, es para el Reina “una fiesta”, como la ha definido el sucesor de Borja-Villel y actual director del centro, Manuel Segade, y permite, según él, “trazar un mapa de las colecciones públicas y privadas de todo el mundo que incluyen su trabajo, una extensa geografía que demuestra en sí misma el peso del artista a nivel global”. Llega después de pasar el año pasado por Bruselas, aprovechando la presidencia española del Consejo de la UE, y saltará después a su propia casa, la fundación del artista en la Ciudad Condal, si bien en ambos casos en formatos más reducidos que el de Madrid, porque las propias condiciones del Reina permiten aquí albergar más obras, sobre todo las de mayor tamaño. Aunque el centenario de Tàpies se cumplió el 13 de diciembre pasado, a la capital ha llegado justo a tiempo para los fastos de ARCOmadrid, cuando la ciudad se llena de arte contemporáneo y de los visitantes asociados a la feria, que sin duda reservarán unos minutos para hacer parada en el museo de Atocha.

El despliegue está a la altura de un artista “monumental, enorme”, según Borja-Villel, que tiene una producción catalogada de más de 9.000 obras y que, desde los años 50, ha sido expuesto en los más importantes museos y galerías de arte contemporáneo del mundo. Pocos creadores españoles han tenido una presencia tan poderosa más allá de nuestras fronteras, y eso se puede constatar en las salas del Reina Sofía, con obras llegada de todos los rincones del planeta. El visitante podrá contemplar muchas que no se habían visto nunca en España o que no se habían visto juntas, desde el Tàpies más íntimo de la Serie Teresa, la colección de dibujos de temas sexuales y cotidianos de los años 60 que traza un retrato de la relación con su mujer, Teresa Barba, y que están en manos de una colección privada, al artista más público y monumental de sus obras matéricas de grandes dimensiones, algunas de las cuales han cedido organismos públicos españoles y extranjeros.

Movimientos paralelos

Fue Tàpies un creador reconocido fundamentalmente por sus experimentos con la materia y por su exploración del lenguaje y de lo simbólico, por sus aproximaciones al arte y a las religiones orientales y por bordear diferentes movimientos de los que a veces fue miembro sin querer y otras anticipador o simplemente contemporáneo. Del informalismo se le considera uno de los principales exponentes mundiales, aunque él no se sintiese cómodo con el término y se considerase un artista más realista que abstracto. El arte povera italiano llegó después de que él comenzase a jugar con los materiales más humildes, como en sus enormes dípticos de cartón y en tantas obras hechas con deshechos. Y con el pop art compartió la utilización de objetos tan cotidianos, siempre reales, como sillas, armarios, vajillas o ropa.

El catalán fue además un artista de dicotomías: en él habitan la ciencia y el espíritu, el instinto y la reflexión más intelectual, lo banal y lo sublime, lo figurativo y lo abstracto, la vida (el amor) y la muerte. Visto desde el momento actual, en Tàpies conviven además el pasado y el presente, porque el catalán es “un artista que explica la historia de este país y la historia de Europa desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, pero también un artista que se puede ver desde hoy en día, y cuyas ideas, pulsiones y líneas de trabajo tienen todo el sentido o más en la actualidad, cuando le sacamos el contexto histórico”, asegura Borja-Villel. Algo en lo que está de acuerdo Inma Prieto, actual directora de la Fundación Tàpies, que explicaba a este diario tras la presentación cuál puede ser una de esas conexiones con el tiempo presente: “Uno de los grandes retos de la contemporaneidad es sin duda el tema medioambiental. Todo el mundo sabe lo que significa reciclaje. Y quizá Tàpies fue uno de los primeros en llevarlo a cabo, solo que el concepto no existía”.

La muestra traza un recorrido cronológico por la obra del artista. Aunque sus inicios son quizá la parte más figurativa de su carrera, es curioso que la primera obra con la que se topa el visitante, Caja de cordeles (1946), sea una pieza abstracta en la que el juego es con la propia materia, en este caso textil, anticipando algo que adquirirá protagonismo en su trabajo diez años después. Le siguen sus magníficos autorretratos, casi todos dibujos, pero con alguna pintura entre ellos que demuestra que, cuando jugaba en terrenos más tradicionales, poseía un dominio de la técnica a la altura de los mejores. En esos comienzos, durante los años 40, son evidentes la influencia de Matisse, de Picasso, de Kandinski o de Miró. Es el Tàpies que se vincula al movimiento Dau al Set, al imbuido de surrealismo vía Juan Eduardo Cirlot y en el que aparece el aprecio por los objetos africanos, por la magia y por la fantasía.

Materia y política

Los años 50 están marcados por su estancia en París, que le pone en contacto con las diferentes vanguardias internacionales y donde va abandonando la figuración para centrarse en el trabajo con la materia al tiempo que va obteniendo reconocimiento internacional: la Bienal de Venecia o las primeras exposiciones en Francia y en EEUU, a las que seguirán muchos más. Dominan aquí los ocres, grises o marrones, aparecen los pegotes de pintura, las perforaciones sobre la superficie de la obra, las inscripciones a menudo difíciles de descifrar. Esa exploración continúa a lo largo de la década siguiente, en la que se percibe su interés tanto por las cosas de la vida cotidiana como por el propio cuerpo: su impresionante Materia en forma de pie (1965) o su Materia en forma de axila (1968), vello incluido, son dos ejemplos emblemáticos. Es también cuando se consolida el Tàpies de los objetos: su Silla y ropa (1970), una silla real cubierta por diferentes prendas también auténticas, es uno de los pocos que recoge esta exposición que se ha centrado más en la pintura.

En la década siguiente cristaliza el Tàpies político que lucha contra el franquismo y por el reconocimiento de la identidad catalana. Una de las salas de la exposición alberga sus piezas más conocidas de ese periodo. Junto a El espíritu catalán (1971), evocación de la senyera, están los platos apilados en los que comía durante el encierro que el artista mantuvo junto a otros intelectuales en el Convento de los Capuchinos de Sarriá. En los flancos de la sala, A la memoria de Salvador Puig Antich (1974), recuerdo del joven anarquista ejecutado aquel año, y 7 de noviembre, en referencia a la Assemblea de Catalunya reunida en esa fecha de 1971, primera plataforma de oposición democrática a la dictadura que tuvo un apoyo popular masivo. Llegada y consolidada la democracia, los 80 suponen su regreso a los experimentos con la materia, con su serie de cuadros con barnices que parecen miel, y en los 90 y 2000s, cuando el artista anciano sigue trabajando a pesar de los achaques, sus obras están profundamente marcadas por el sufrimiento, el dolor y la idea de la muerte, que se hacen muy físicos en piezas como Cuerpo y alambre (1996) o Ni puertas ni ventanas (1993), en la que es protagonista el cabecero de una cama de hospital.

“Cuando un artista fallece, cuando desaparece físicamente, su obra queda un poco en segundo plano”, comentaba Antoni Tàpies hijo a este periódico rodeado por obras monumentales de su padre. “Este centenario va a ser muy importante para volverlo a poner en primer plano y que nuevas generaciones la conozcan”. ¿Con qué se encontrarán? “Pueden descubrir muchas cosas. Pero la obra de mi padre sigue siendo muy actual. Ya en su momento él se planteaba cuestiones como la falta de democracia, las guerras horrorosas… Por desgracia, esto no ha terminado”.