Luto en el cine catalán

Muere Ventura Pons, gran estandarte del cine catalán en los 80 y 90

El director Ventura Pons, en la presentación de 'Oh, quina joia!' en 2016

El director Ventura Pons, en la presentación de 'Oh, quina joia!' en 2016 / Danny Caminal

Quim Casas

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La trayectoria de Ventura Pons, fallecido este lunes a los 78 años en un accidente doméstico, al atragantarse, tiene luces y sombras. En un momento concreto fue uno de los grandes valedores del cine catalán y en catalán, de los pocos que conseguía estrenar sus películas fuera de Catalunya en versión original catalana con subtítulos en español. Eran los tiempos, meritorios, de filmes como ‘El perquè de tot plegat’ (1994), adaptación de los relatos de Quim Monzó; ‘Actrius’ (1996), un duelo de altura entre Núria Espert, Rosa Maria Sardà, Ana Lizarán y Merce Pons, de ‘Caricies’ (1998) y ‘Amic/amat’ (1999). Después, su estilo de relatos de episodios cruzados y ambientes teatrales se fue agotando, y varias de sus últimas películas no estuvieron a la misma altura. También se incorporó a la industria como exhibidor, dirigiendo el cine Texas de Barcelona con resultados económicos no muy satisfactorios: fue una buena idea mal gestionada.

Pons, que en los últimos años arrastraba problemas de salud agravados por un ictus, se convirtió en uno de los nombres más importantes del cine catalán gracias a esas combinaciones de historias cruzadas heredadas de Robert Altman y Paul Thomas Anderson, la reivindicación/normalización de la homosexualidad en la pantalla y sus repartos con todo el ‘star system’ catalán y español (Sardà, Espert, Lizarán, Pons, Julieta Serrano, Lluís Homar, Enric Majo, Amparo Moreno, David Selvas, Josep Maria Pou, José Coronado y Carme Elías fueron recurrentes en su cine). 

Otro de los aspectos que caracterizó su andadura cinematográfica lo emparenta con John Huston y demás directores que crearon una obra personal adaptando siempre material ajeno, fuera literario o teatral: Monzó, Josep Maria Benet i Jornet, Sergi Belbel (hasta en tres ocasiones), Jordi Puntí, Ferran Torrent, Lluïsa Cunillé y Lluís-Anton Bauldenas le suministraron los soportes argumentales de sus películas más destacadas.

Un debut interesante

También adaptó a escritores anglosajones, como en ‘Menjar d’amor’ (2002), a partir de la novela de David Leavitt, rodada en inglés e interpretada por Paul Rhys (el mayordomo de la reciente ‘Saltburn’) y Juliet Stevenson. Esto en cuanto al cine de ficción, ya que Pons trabajó también el documental a lo largo de toda su carrera. De hecho, una de sus películas más importantes es ‘Ocaña, retrat intermitent’ (1978), filme sobre el pintor José Ocaña que sigue siendo hoy uno de los mejores retratos de la Barcelona liberada de finales de los 70, de las Ramblas, la Plaça Reial, Nazario, la contracultura libertaria y las reivindicaciones sexuales. 

 A este interesante debut le siguieron varias comedias algo tópicas que, pese a ello, le consolidaron como uno de los directores de más éxito en Catalunya: ‘El vicari d’Olot’ (1981), ‘¡Puta miseria!’ (1989) y, sobre todo, ‘La rossa del bar’ (1986), con la debutante Núria Hosta, Enric Majó y Ramoncín al frente del reparto, banda sonora de Gato Pérez, guion del escritor argentino y contracultural Raúl Nuñez y, de nuevo, protagonismo del antiguo barrio chino barcelonés. No es de extrañar que la productora de Pons se llamara Els Films de la Rambla.

 Con Núria Hosta repitió en la que posiblemente fuera su comedia más popular, ‘Què t’hi jugues, Mari Pili?’ (1991), una suerte de remedo de las comedias románticas del Hollywood de los cincuenta con tres amigas dispuestas a encontrar pareja en la noche de la Barcelona preolímpica. Eran otros tiempos para la ciudad y para el cine catalán. Y también para Pons, que a partir de su adaptación de los relatos de Monzó contenidos en ‘El perquè de tot plegat’ dejó la comedia más o menos hedonista para entrar en terrenos más propios del melodrama sobre los deseos, amistades, soledades, rencores y supervivencias afectivas. En este terreno fue más sobrio, pero también con alguna pieza distendida como demuestra ‘Anita no perd el tren’ (2001), otra de sus colaboraciones con Rosa María Sardà y José Coronado, historia tragicómica de una taquillera de cine prejubilada a la fuerza y uno de los trabajadores que operan en el solar en el que antes estuvo la vieja sala cinematográfica.

 A Gato Pérez, otro argentino afincado en España, cabeza visible de la rumba catalana, dedicó Pons el segundo de sus documentales más importantes, ‘El gran Gato’ (2002). Siguió haciendo relatos de cámara como el de ‘Barcelona (Un mapa)’ (2007), sobre las relaciones entre los seis habitantes de un piso del Eixample, pero se decantó por el documental: ‘Ignasi M.’ (2013), retrato de Ignasi Millet, seropositivo y con familia compleja, o ‘Cola, Colita, Colassa’ (2015), sobre la fotógrafa Colita, también recientemente fallecida.