Tiempos marginales
Así era Barna Tattoos, el primer estudio de tatuaje de Barcelona, abierto en 1983
El local del tatuador Vicente Pato tuvo un preámbulo en un cuarto pequeño y de techo bajo en el Bogie, un bar heavy
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Ramón Vendrell
Periodista
El argentino Vicente Pato comenzó a tatuar en el bar musical Bogie, en la calle del Vidre, a principios de la década de 1980. Como Little Fantasy Tatuaje-Shop se anunciaba en tarjetas y pasquines. En realidad era un cuarto pequeño y con el techo bajo situado al fondo de la planta principal del Bogie, que era un semisótano con un altillo. Pato tatuaba por las tardes y era camarero del garito heavy por las noches.
Gabriel Mas (Barcelona, 1966) fue uno de sus primeros clientes y a la postre uno de los más asiduos. "Tengo dibujos hechos de niño en los que las personas llevan tatuajes en los brazos -dice-. Siempre me llamaron la atención. Me parecían un medio de expresarse fuerte y auténtico".
En pensiones del Barrio Chino
Mas se escapó de casa con 14 años. Su intención era coger un ferri a Ibiza. En vez de eso pasó una temporada durmiendo en pensiones del Barrio Chino, donde conoció el submundo del tatuaje. "Lo que había eran cuatro legionarios tatuando en su casa y algún guiri, a menudo venido de Marsella, que se instalaba un mes en un hostal de Conde del Asalto [hoy, Nou de la Rambla] o cercanías para tatuar", recuerda. Solo en una ocasión vio una máquina eléctrica, en manos de un extranjero. Lo habitual era el llamado palillero: tres agujas de coser atadas normalmente a media pinza de tender la ropa que hacía las veces de mango. Con esta herramienta y una tinta que dejaba mucho que desear le hicieron su primer tatuaje, en el Carmel. "Más bien lo que me hicieron fue una llaga", bromea.
Pato era otra cosa. Tenía máquina y tintas profesionales traídas de Canadá, donde había aprendido los rudimentos del oficio con Thomas Lockhart. También tenía un esterilizador. "Sin eso, en la Ciutat Vella de los 80, habría sido un drama", da gracias Mas. Pato distaba de ser un maestro del tatuaje, pero fue mejorando a fuerza de tatuar. "Si salía bien, bien. Y si salía mal, pues bien también", señala Mas. En el "cuartito" hacía un calor que "te asabas". Los diseños ofertados eran "pocos y básicos, del estilo que hoy llamaríamos 'old school' pero que en ese momento no se llamaba 'old school': cráneos, águilas, serpientes, alguna mujer...".
Golfo y señor
Tras el fiasco palillero, el estreno en serio de Mas fue con Pato: una calavera con un sombrero de copa y un porro y una botella, en el hombro izquierdo. "Para mí, significa golfo pero señor". Tenía, calcula, 15 años.
El tatuador dio un salto al abrir en 1983 Barna Tattoos, en la calle de Obradors, 15. Fue el primer estudio de tatuaje propiamente dicho de Barcelona. "En esencia era lo mismo pero más grande y menos caluroso, y con sala de espera", describe Mas. E, importante: con rótulo y otros reclamos para el público. Formado principalmente por "mucho heavy" reclutado en el Bogie y "el elemento del barrio, toda la choricera". Personal al que se añadían marinos de la Sexta Flota estadounidense cuando barcos de esta recalaban en Barcelona, cosa que harían hasta 1987. El submundo del tatuaje palillero (y técnicas todavía más básicas) seguía activo y de hecho Pato "se hartó de tatuar rosas negras para tapar Osos Yogui, Popeyes y demás chapuzas". Unos años después de la inauguración, Ángel Jiménez se incorporó a Barna Tattoos como socio y tatuador.
Una leyenda en Barcelona
A Barna Tattoos acudieron a tatuar en los primeros tiempos Lockhart y, ojo, el inglés Ron Ackers (1932-2004), que ya había hecho alguna escapada a Barcelona en pos de navegantes de la Sexta Flota. La fotografía que documenta el tatuaje que Ackers le hizo a Mas es maravillosa. Un señor con camisa arremangada (lo cual permite ver sus antebrazos ilustrados) y corbata tatúa a un adolescente que se intuye... peligroso. En un espacio a años luz del entorno 'cool' a la vez que clínico de los estudios actuales. "No es ninguna ofensa a Pato decir que Ackers era mucho mejor. Llevaba toda la vida tatuando. Ya entonces era una leyenda del arte del tatuaje".
Todavía tenía el tatuaje fuertes resonancias carcelarias. Un clásico presidiario eran los cinco puntos, como en un dado. Querían decir un preso entre cuatro paredes y también 'arriba la golfería, abajo la policía'.
Perplejidad
Mas se muestra perplejo ante la popularización del tatuaje en el siglo XXI. "Considero que el tatuaje es un momento y ese momento ahí queda para toda la vida", empieza. "Todos mis tatuajes -prosigue- tienen un significado y todos mis tatuajes juntos tienen un significado mayor: 'No me voy a integrar'. Los tatuajes eran una actitud de rebeldía ante la vida".
A su entender, los tatuajes y el propio hecho de tatuarse han perdido su carga 'outsider'. De modo que, según su lógica 'hardcore', no tienen sentido. El turismo masivo y el tatuaje masivo son las dos grandes transformaciones que ha visto en Barcelona en su vida.
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