Del subsuelo a la gentrificación

¿Hará tatuajes Zara? Las contradicciones de unas marcas marginales convertidas en masivas

El ensayo 'Curar la piel' reflexiona sobre el boyante presente del tatuaje en relación con su pasado 'outsider', mientras 'Criminal' investiga el siglo forajido de la práctica en España

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Sesión de tatuaje en el estudio Bhorn Tattoo de Barcelona.

Sesión de tatuaje en el estudio Bhorn Tattoo de Barcelona. / Àngel García

Ramón Vendrell

Ramón Vendrell

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Su madre, su padre y su padrastro fueron miembros de los Panteras Negras y sufrieron persecución estatal por ello. Él fue víctima de violencia policial, sobrevivió a un tiroteo pandillero y murió como consecuencia de otro. Nada de ello ha impedido que las camisetas y las sudaderas de Tupac Shakur (1971-1996) lanzadas por las distintas marcas del grupo Inditex sean un éxito. El hostigador ferroviario de Óscar Puente llevaba una de esas prendas cuando habló como un matón ante periodistas al salir de un juzgado, y no parece que el gangsta rap y la vida en los guetos negros de Estados Unidos formen parte de sus intereses.

Es una nueva demostración de que el turbocapitalismo es capaz de asimilar y monetizar prácticamente cualquier expresión cultural. ¿Veremos pronto en Zara estudios de tatuaje como remate del proceso de popularización de una práctica antaño 'hardcore'? "Es perfectamente posible -dice Nadal Suau-. Que yo sepa, de momento no hay franquicias, pero sí tatuadores 'low cost'". La Academia Española de Dermatología estima que una de cada tres personas de entre 18 y 35 años lleva algún tatuaje.

Nadal Suau, en Barcelona, este noviembre.

Nadal Suau, en Barcelona, este noviembre. / Jordi Cotrina

Nadal Suau (Palma, 1980) es el reciente ganador del Premio Anagrama de Ensayo con 'Curar la piel', texto en el que reflexiona sobre el boyante presente del tatuaje en relación con su pasado marginal. Desde su experiencia como tatuado: 21 piezas, y subiendo.

Gentrificación

El autor analiza qué ha pasado para que una marca que significaba, según sus palabras, "he vuelto desde otro lugar", fuera una incierta travesía marítima o la cárcel, con todas las regiones 'outsiders' que hay entre una y otra, se haya universalizado. Dinámicas como la apropiación cultural y la gentrificación ("la única fórmula válida para dignificar 'lo' humilde pasa por arrebatárselo a 'los' humildes", escribe en 'Curar la piel') forman parte de la explicación. De ambas se deriva desigualdad: los mejores tatuadores y tatuajes son de difícil acceso para economías modestas. Las que por lo común tienen, para coronar la jugada, los herederos sanguíneos de las dinastías tatuadas.

Nadal Suau no escurre el bulto ante conflictos muy contemporáneos. "A mí me gusta tatuarme, me hace sentir bien y me ha permitido aprender muchas cosas sobre mí y sobre el estado actual del mundo -explica-. Pero estas contradicciones caen sobre mí de pleno y tengo que asumirlas con humildad. No son superables. O son superables con la autocrítica de un libro como 'Curar la piel', donde defiendo una determinada forma de inserir las marcas dentro de mí y de vivir el fenómeno". Más adelante iremos al método Nadal Suau.

Pasado forajido

Servando Rocha se zambulle en el pasado del tatuaje en 'Criminal' (Editorial La Felguera). La obra, subtitulada 'Ángeles bellos, bárbaros tatuados. El tatuaje en España (1888-1993)', está poblada por delincuentes, apaches (subcultura facinerosa en toda regla que surgió en el París de la 'belle époque'), presidiarios, prostitutas, anarquistas, marineros, legionarios y quinquis. A ellos estaba reservado el tatuaje en un país sin la potente tradición británica o francesa. Es significativo que buena parte de la información rescatada por Rocha proceda de estudios médico-legales realizados en prisiones y grupos disciplinarios del Ejército, así como de archivos policiales.

Uno de los lemas más habituales fotografiados por Salvador Artacho Cabrera para su tesis 'El tatuaje en el delincuente español' (1936).

Editorial La Felguera

"El tatuado era un ser asombroso", indica Rocha. Y se tendía a descifrarlo según las ideas del criminólogo italiano Cesare Lombroso, para quien determinados rasgos físicos o fisonómicos, y el tatuaje era uno de ellos, indicaban predisposición al delito.

"El tatuaje era un símbolo de pertenencia y compromiso y a la vez un estigma", considera Rocha. De pertenencia no a un grupo sino a una persona en el caso de algunas prostitutas: no era extraño que los proxenetas las señalaran con sus iniciales. Poco cambió hasta la década de 1980, cuando empezó "la apropiación de las esferas de peligro que representaba el tatuaje", en expresión de Rocha, por parte de algunas subculturas juveniles vinculadas al rock y, a menudo, las drogas. Formas de rebeldía nuevas en España tras 40 años de catatonia franquista.

Estudio y revista clave

Alberto García-Alix, Premio Nacional de Fotografía, abrió el estudio de tatuaje El Martillo de Lucifer y fundó la revista 'El Canto de la Tripulación' en Madrid en 1989. En el primero tatuaba Mao, forjado en un local de Rota que frecuentaban sobre todo militares de la base naval estadounidense de dicha localidad gaditana. En la segunda se publicaron artículos sobre la historia y la cultura del tatuaje. Estudio y revista fueron clave para que el tatuaje saliera de la cutrez en la que había vivido.

'Autorretrato. Mi lado femenino' (2002).

Alberto García-Alix

García-Alix vio hacer tatuajes por primera vez mientras hacía el servicio militar en la Brigada Paracaidista en 1978. Con la primitiva técnica conocida como palillero. "Me atraía, pero no quería eso", cuenta. Un año después conoció a un inglés que tenía pistola de tatuar y con él se hizo su primer tatuaje: una rosa con el lema "Don't follow me, I'm lost" (no me sigas, estoy perdido; título del libro que recoge su obra de 1976 a 1986).

Cuando decidió dejar la heroína, lo primero que hizo fue eliminar esa frase de su cuerpo. "El tatuaje te representa, de alguna manera se somatiza, es un imán -expone-. Tenía que quitármelo para liberarme de ese demonio". Algo sabe del cuerpo García-Alix, no en balde ha sido su principal campo de trabajo.

El fotógrafo tiene una visión intensa del tatuaje: "Una vez rota la virginidad de la piel, eres capaz de cualquier cosa". Y considera que el tatuaje del siglo XXI rara vez tiene ese significado: "No me interesa. No me emociona. Suele ser solo decorativo".

Dimensión colectiva

Ahora sí, el método Nadal Suau para negociar con las contradicciones del tatuaje en la actualidad. El crítico literario presenta al tatuado como un curador de su propia piel, en el sentido de comisario artístico. "La idea de tatuarte para convertirte en más individuo... Todo eso relacionado con la autenticidad ya no me lo creo -indica-. Lo que sí intento es que las decisiones que tomo como persona tatuada tengan una correspondencia genuina con quien soy y el momento en que me hago cada pieza. Cuando me acerqué al tatuaje seguramente sí que pensaba en términos de subrayar mi individualidad. En cambio, me he quedado con una pasíón que es entre gremial y universal. El reconocimiento de mí mismo en una dimensión colectiva ha terminado interesándome mucho más que el esfuerzo por decir qué especial soy con mis tatuajes".

A ello ayuda que sus tatuajes sean de la escuela tradicional americana, que "responden a una iconografía muy fijada en la memoria, con un significado muy inmediato".

Perdurabilidad y dolor

Ya pueden los enemigos del tatuaje burlarse de este tanto como quieran, y remarca Nadal Suau que lo hacen con "mala leche" sorprendente para tratarse de una práctica supuestamente normalizada. 'Moda' es el dardo preferido. Como mínimo, será una moda con dos elementos diferenciales: perdurabilidad y dolor.

Sesión de tatuaje en Bhorn Tattoo

Sesión de tatuaje en Bhorn Tattoo / Àngel García

Respecto de la perdurabilidad, dice Nadal Suau: "Va en una línea totalmente opuesta a la de unos tiempos que predican la obsolescencia no solo estética, sino también de los vínculos afectivos y comunitarios. Ante un contexto cultural que nos dice que estemos preparados para dejar atrás sin remilgos cualquier cosa que pueda ser un lazo y que si la realidad cambia pues tendremos que cambiar con ella, la idea de dejar marcado para siempre un signo es... contracultural. Lo que tú quieras, lo lleva todo el mundo, pero en el fondo el ritmo artesano y lento del tatuaje es contracultural".

Y respecto del dolor, que puede ser muy agudo en función de zonas y tamaños: "Tampoco es como que te corten un brazo con una sierra mecánica, pero está ahí y nos lleva a un ámbito claramente ritual. En esta historia casi me parece más importante el acto que el resultado. Lo que es verdaderamente poderoso es el momento de la decisión y el momento de la puesta en práctica".

Nadal Suau no descarta hacerse un facial, la última frontera del tatuaje. Tampoco decarta que el 'boom' remita de tanto ver los niños a padres, profesores, policías y otras figuras de autoridad tatuadas.

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