Crónica
Ron Carter, la eterna lección
Roger Roca
Periodista
Tenía que actuar en Barcelona el año pasado, pero un problema de salud se lo impidió. A su edad, podría haber sido el principio del fin de una carrera de leyenda. Falsa alarma: el contrabajista Ron Carter, 86 años y una huella inmensa en la historia del jazz, sigue al pie del cañón. El jueves, al frente del cuarteto Foursight, y dentro del Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona, volvió a la sala Paral·lel 62, donde había actuado por última vez en 2019. El mismo lugar, la misma banda, la misma liturgia y prácticamente el mismo repertorio ordenado de la misma manera. Casi una repetición del concierto de hace cuatro años y del disco en directo 'The Complete Stockholm Tapes'. Pero la gracia está en el casi, claro. En las manos adecuadas, esta música no es nunca la misma. Y no hay manos más adecuadas que las de Ron Carter para abrir el libro del jazz moderno. En las páginas más importantes, desde los primeros años sesenta en adelante, aparece su nombre.
Con Foursight, su grupo desde hace ya unos cuantos años, Carter no se cansa de contar una historia que es la suya y al mismo tiempo, es la historia en mayúsculas de esta música. El reto, para Carter, parece estar más en la excelencia que en la novedad o en la sorpresa. En saber encontrar la nota precisa para decir exactamente lo que quiere decir. Como si la perfección fuera una posibilidad real y cada vez que toca Ron Carter se propusiera alcanzarla. El Foursight Quartet está diseñado para ese fin. Un grupo de caligrafía impecable y atento al más mínimo detalle, ajustado a lo que pide en cada momento el “Maestro”, como le llaman sus propios músicos. Está todo pensado para que luzca el inconfundible sonido de Carter, para que sus 'walking' brillen como si desfilara en una pasarela. Para que el contrabajo sea no la estrella, pero sí el centro alrededor del cual gira la música.
Como en una suite, el cuarteto envolvió varias partituras de Miles Davis entre los compases de un groove firmado por Carter que abrió y cerró la primera parte del concierto. La balada “My Funny Valentine”, una de sus canciones preferidas, sonó delicadísima a cuatro manos, las del contrabajista y las de la pianista Renee Rosnes, maestra absoluta del matiz. En solitario, Carter transformó poco a poco una melodía folk en una sonata de Bach -fue, antes que contrabajista, violoncelista de clásica- en un solo que dice mucho de quién es, de dónde viene y de cómo entiende la música: rigor, excelencia, elegancia. Charló distendidamente con el público, se acordó del contrabajista Richard Davis, fallecido hace poco, y antes de irse nos dedicó a todos 'You and the night and the music', porque “en el título de esta canción estáis todos”. Al despedirse se le vio satisfecho, como si esa noche hubiera andado cerca de la versión perfecta de sí mismo.
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