Un cómico esencial

El legado de Eugenio, visto por la nueva escena catalana de comedia 'stand up'

El estreno de una película sobre el humorista coincide con la primera edición del festival Cruïlla Comèdia

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Eugenio, en 1999

Eugenio, en 1999 / Elisenda Pons

Rafael Tapounet

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Cuando, en los años 80 del pasado siglo, Eugenio Jofra Bafalluy (1941-2001) vendía cientos de miles de cintas de casete y llenaba teatros y salas de fiestas, el uso de la expresión ‘stand up’ para aludir a los espectáculos de comedia en los que el humorista se dirige directamente al público apenas había trascendido el ámbito anglosajón. Claro que Eugenio tampoco hacía exactamente ‘stand up’; no, al menos, en sentido literal, puesto que él no actuaba de pie, sino sentado en un taburete alto (siempre junto a una mesita auxiliar equipada con un vodka con naranja y un cenicero). Y, sin embargo, tiene todo el sentido otorgar a Eugenio, con su personalísima puesta en escena y su manera de interpelar a la audiencia –“¿el saben aquel que diu…?”-, un lugar destacado en el panteón de cómicos catalanes que marcaron el camino a las siguientes generaciones de humoristas hasta llegar a la actual eclosión de la comedia ‘stand up’.

Por eso, resulta una feliz sincronía que hayan coincidido en el tiempo el estreno de la película de David Trueba sobre Eugenio, ‘Saben aquell’, y la primera edición de Cruïlla Comèdia, un festival que del 2 al 5 de noviembre reúne en diversos espacios del Poblenou a algunos de los más destacados representantes de la emergente escena de ‘stand up’ en catalán que se ha ido vertebrando en los últimos años en torno a plataformas como El Soterrani, Massa Comedy, L’Altre Mic, Comedy Gold y ese supermercado de la risa que es La Llama Store.

Público en una de las primeras sesiones del Cruïlla Comèdia, el jueves

Público en una de las primeras sesiones del Cruïlla Comèdia, el jueves / Ana Puit

El de Eugenio es quizá el nombre que más se repite cuando a los nuevos cómicos se les pide que compongan un ‘all star’ de la comedia patria, ejercicio que sirve para constatar la existencia en Catalunya de una larga tradición de humoristas de gran singularidad en los que la persona y el personaje se confunden hasta resultar casi indistinguibles (un patrón en el que encajan también las figuras recurrentes de Joan Capri, Pepe Rubianes y Andreu Buenafuente, por citar solo tres eslabones de esa cadena).

“Eugenio entronca mucho con la tradición cómica catalana, que, salvo algunas excepciones y a diferencia de las de otras regiones peninsulares, no despliega un humor de hacer el idiota o reír las propias bromas, sino que opta por un humor más basado en la flema y la contención, hecho más desde el guion que desde la interpretación”, resume Joel Díaz, corresponsable del popular pódcast ‘La Sotana’, que el viernes protagonizará una de las sesiones previsiblemente más tumultuosas del Cruïlla Comèdia.

Cintas de casete

Pero, ¿cómo llegaron los humoristas de nueva generación hasta un cómico que falleció hace más de dos décadas y que alcanzó la cúspide de su fama cuando muchos de ellos ni siquiera habían nacido? En muchos casos , la respuesta es simple: a través de las cintas de casete que atesoraban sus padres. “Mi padre tenía en el coche cintas de Eugenio, de Arévalo y del Señor Tomás, que era una especie de Marianico el Corto navarro ‘avant la lettre’”, apunta Òscar Andreu, codirector y guionista de ‘La competència’, que el sábado presentará su primer monólogo en el Cruïlla. “Como se ve –añade-, la horquilla era amplia y el criterio, dudoso”. Magí Garcia, alias Modgi (‘La Sotana’, ‘Està passant’), recuerda que sus padres tenían no una cinta sino un disco de Eugenio. “Lo ponían los sábados por la mañana –cuenta-. Después lo vi actuando por TVE y la imagen mental que me había formado de él fue ampliamente superada por la realidad”.

En casa de Joel Díaz no había ni cintas ni discos de Eugenio, así que su primer contacto con el cómico de las gafas oscuras, el Ducados y el nomeolvides fue a través del televisor: “Cuando era pequeño, lo veía por la tele y me daba mucha pena. Como no entendía los chistes, lo único que veía era un señor francamente triste. Luego ya pasó a hacerme gracia lo que contaba, pero esa condición suya de payaso triste es el rasgo que más me ha marcado y con el que más me identifico. La idea del hombre que se dedica a hacer feliz a la gente aunque él no es en absoluto feliz me parece preciosa, muy romántica”.

Puesta en escena

Ninguno de los cómicos consultados se considera discípulo de Eugenio, ni siquiera en un sentido amplio; entre otras razones, porque la figura del contador de chistes prácticamente ha desaparecido hoy del humor escénico (“seguramente, era el mejor de los cuentachistes, pero ese es un tipo de comedia que pertenece a otra época”, sostiene Modgi). En cualquier caso, sí existe la convicción generalizada de que la forma en la que el hombre del rostro impertérrito se presentaba ante el público y explicaba sus historias ha dejado una huella profunda. “Esa puesta en escena tan particular, teóricamente sin acompañar el chiste, fue una apuesta muy moderna que a mí me impactó mucho en su momento y que hoy en día está muy integrada en la comedia ‘mainstream’”, señala Oye Sherman (nombre real, Maria Rovira), que el viernes estrena en el Cruïlla algo parecido a un espectáculo de ‘greatest hits’.

Eugenio, en una actuación en 1999.

Eugenio, en una actuación en 1999. / Elisenda Pons

Otro rasgo de Eugenio que los nuevos humoristas destacan como un legado que se ha mantenido en el tiempo es su profundo conocimiento de los resortes de la risa. “Entendía y controlaba los mecanismos del chiste a la perfección, de manera que si escribes comedia, aunque no lo sepas, muy probablemente estás utilizando los mismos mecanismos que empleaba él”, comenta Modgi. En este punto, Òscar Andreu asume abiertamente su influencia: “Eugenio hizo que me interesara desde muy joven por los mecanismos internos que hacen que un chiste o un gag funcionen”. Y añade que también le hizo comprender la importancia de herramientas como “la cadencia, los silencios y la dinámica” a la hora de sacar partido cómico a las historias.

Eugenio, y ahí hay coincidencia, no creó escuela. Como subraya Oye Sherman, tenía “un estilo tan diferenciado y concreto” que resulta difícil ejercer de heredero sin caer en la pura imitación. Pero, aun así, sigue siendo una presencia ineludible para todos aquellos que hoy se suben a un escenario en Catalunya a intentar hacer reír al público. “Y además –remata Modgi-, el tío podía fumar mientras actuaba. Eso lo envidio”. 

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