Muestra en el MNAC

El horror, las heridas y la resiliencia en el arte de posguerra, en una conmovedora exposición en Barcelona

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'Los vencidos', de Marc Aleu, en el MNAC.

'Los vencidos', de Marc Aleu, en el MNAC. / EFE / QUIQUE GARCÍA

Anna Abella

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Un crudísimo dibujo a tinta marrón traza cuatro cadáveres semidesnudos y ahorcados. Lo hizo el eslovaco Zoran Musicen 1945, en directo en el momento de la liberación del campo de exterminio nazi de Dachau, donde estaba preso por negarse a entrar en las SS. Inmediatamente inició una serie de pinturas poéticas y abstractas como la que flanquea al dibujo, sepultando en ellas su memoria del horror hasta los años 70, cuando los muertos resurgieron de aquellos tonos terrosos en su serie más famosa, ‘Nosotros no seremos los últimos’. En posguerra, como Music, "cada artista es un relato, una experiencia diferente de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Muchos guardaron silencio durante años. Todos tienen visiones muy diversas", constata Alex Mitrani al inicio de la exposición que comisaría en el MNAC y que reúne unas 120 obras de unos 80 creadores, nacionales e internacionales, bajo un título de absoluta vigencia que interpela al visitante: ‘¿Qué humanidad? La figura humana después de la guerra (1940-1966)’. 

Francis Bacon, Tàpies, Miró, Josep Maria Subirachs, Oteiza, Giacometti, Germaine Richier, Henry Moore, Helios Gómez, Josep Guinovart, Modest Cuixart, incluso la escritora Mercè Rodoreda... reflejan en estas obras, a través de la figuración, el dolor, horror, desamparo, heridas, angustias e incertidumbres de la humanidad, pero también la resiliencia, reinvención y esperanza, en una muestra que, como bien avisa el conservador de arte contemporáneo del museo, "conmueve y afecta emocionalmente. Es extrañamente bella, ofrece una proximidad que nos hace empatizar con la humanidad que ha sufrido la guerra y la violencia. Es una exposición terrible, pero más terrible es lo que vemos a diario en las noticias. Nos ofrece una alternativa a esa dureza, nos permite tener una distancia estética con la que enfrentarnos a la complejidad del mundo de hoy y preguntarnos qué humanidad queremos ser".

Bronces de Subirachs y Henry Moore (al fondo), en el MNAC.

Bronces de Subirachs y Henry Moore (al fondo), en el MNAC. / ANNA ABELLA

La exposición, que puede visitarse hasta el 11 de febrero y ha contado con un presupuesto de 600.000 euros, se enmarca en el proyecto del MNAC de construir los relatos de posguerra y segunda vanguardia, apostando por reivindicar a artistas catalanes y situarlos en un contexto internacional. Como ejemplos, dialogan perfectamente dos esculturas: el bronce ‘Guerrero cayendo’, del británico Henry Moore, con el metafórico del barcelonés Subirachs ‘Europa’. O el esqueleto casi infantil y tres figuras de Rodoreda, con la tremenda serie de dibujos del judío de origen lituano Lasar Segall, quien testimonió los pogromos y se instaló en Brasil. Eso no le impidió entre 1940 y 1943 reflejar el horror de los campos nazis mucho antes de que se publicaran en la prensa las fotografías del Holocausto.      

Dos obras de la escritora Mercè Rodoreda, en la muestra del MNAC.

Dos obras de la escritora Mercè Rodoreda, en la muestra del MNAC. / ACN / PERE FRANCESCH

Tras esos reflejos del "desastre", la muestra se pone en el lugar de la víctima, con obras que dan protagonismo "al individuo civil y anónimo", agredido, humillado y torturado, señala Mitrani. Claman en la sala dos cuerpos desnudos de Francis Gruber (‘Los rehenes’), las ‘Mujeres rapadas’ de Anton Prinner, la ‘Cabeza de Montserrat gritando’ de Juli González, los dibujos que hizo el barcelonés Josep Bartolí, preso en varios campos de concentración franceses -Bram, Argelès...-, de los horrores vividos y vistos, como la violación de una mujer por parte de un gendarme.

'Los rehenes' (1946), de Francis Gruber.

FRANCIS GRUBER VEGAP

También cómo aflora en ‘Ejecución con muchacho’ (1949) el recuerdo infantil del lituano Andrzej Wróblewski, que siendo niño vio morir a su padre tras un interrogatorio de la Gestapo, o el del barcelonés Gonçal Sobrer, que veía cómo los franquistas llevaban a los presos a ejecutarlos en el Camp de la Bota y lo recreó en ‘Danza del fusilamiento’, en 1966, que, apunta el comisario, fue probablemente la primera ‘performance’ en España. 

"Los artistas también se acercaron a la iconografía cristiana con una religiosidad trágica y ajena a la pompa tradicional", explica. Surge la figura del Cristo mártir, como los de Antonio Saura, Bernard Buffett o Bacon -‘Fragmento de una Crucifixión’-, una de las estrellas de la muestra, con un rostro que grita y unos coches y peatones que lo acercan a la contemporaneidad. 

La obra de Bacon (izquierda), junto a la de Antonio Saura, en el MNAC.

La obra de Bacon (izquierda), junto a la de Antonio Saura, en el MNAC. / EFE / QUIQUE GARCÍA

Con la victoria contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la figura humana resurgió. Un busto de bronce de un hombre destaca en el centro de una sala: un Giacometti. "Lo sustenta una gran peana, como soportando la frágil humanidad resurgida de sus cenizas". Y se mira con otros bronces, como ‘El ogro’ de Richier o la figura de Louise Bourgeois. Al margen de ese triunfalismo, los perdedores de la Guerra Civil protagonizan el ámbito del exilio interior, marcado por la soledad, el desarraigo y la tristeza. "La pervivencia del franquismo afecta sobre todo a las clases populares y a las mujeres, que a pesar de sufrir de primera mano esa violencia mantienen la dignidad", señala Mitrani. Mujeres como las que plasman Juana Francés (‘Silencio’), Guinovart (‘Familia’), Edouard Pignon (‘Catalana’), Maria Girona (‘Retrato de Isabel Garriga’), Joan Ponç (‘Retrato de Roser’) o Antonio López en un espectacular relieve policromado, ‘Mujer durmiendo (El sueño)’.   

Relieve policromado de Antonio López, en el MNAC.

Relieve policromado de Antonio López, en el MNAC. / ANNA ABELLA

Obras de Parvine Curie (Arlette Martí), Ramon Rogent o Roser Bru reivindicarán un optimismo y una esperanza desde la maternidad como metáfora vitalista antes de llegar al epílogo de la exposición, que se abre a nuevos "debates de carácter más social que privilegian colectivos como el feminismo o la defensa de los derechos civiles". Y ahí una pieza de la colección del MNAC destinada a sacudir conciencias en la permanente, obra de Lluís Güell, de 1965, pero de total vigencia: ‘Negro herido de bala’.

'Negro herido de bala', de Lluís Güell, en el MNAC.

'Negro herido de bala', de Lluís Güell, en el MNAC. / ACN / PERE FRANCESCH