Opinión | La nueva película de Erice

Berta Marsé

Escritora

Berta Marsé

Cerrar los ojos

La nueva película de Víctor Erice, un filme que desprende gratitud a raudales, es la prueba cinematográfica de que el director está tan en forma como parece al verle y, sobre todo, al escucharle

José Coronado, Víctor Erice y Manolo Solo, en el rodaje de 'Cerrar los ojos'

José Coronado, Víctor Erice y Manolo Solo, en el rodaje de 'Cerrar los ojos'

"Hay películas que nos obligan a una percepción distinta porque su sintaxis discurre al compás de hechos esenciales de la vida, y suscitan en el espectador una actitud de descubrimiento". Hace mucho tiempo anoté en una libreta estas palabras de Susana Fortes, publicadas en la revista 'Túria', diría que a propósito de 'El espíritu de la colmena', aunque no estoy muy segura porque en su día no tuve la sensatez de anotar el contexto ni el año. Lamento la imprecisión, pero en realidad no importa. Lo que de verdad importa, lo que andaba yo buscando como una loca en mis libretas, es la palabra descubrimiento subrayada en fosforito rosa, tal y como yo lo recordaba. Pero ¿por qué me ha venido esa palabra a la memoria, ahora que me dispongo a escribir unas líneas sobre la nueva película de Víctor Erice? ¿Y por qué parece que no he podido empezar hasta que la he encontrado y rescatado entre montañas de notas?

La RAE la define como conocimiento de lo que estaba oculto o secreto o era desconocido, y me sirve, sí, aunque evoque poco o nada de la emoción visceral que trae consigo todo descubrimiento, y que deja una huella imborrable en la memoria, o en el alma, o donde sea que se fijen y se guarden estas cosas. Así es que sigo buscando hasta dar con unas palabras del propio Erice, en uno de los tres breves textos con los que prologa su guión 'La promesa de Shanghai' (Areté/2001). Se titula 'Umbral del sueño', y narra con mucho encanto cómo él y un amigo, ambos con 12 años, se cuelan en un cine para ver 'El embrujo de Shanghai', dirigida por Josef Von Sternberg, no tolerada para menores entonces, comienzos de los 50, y calificada por los curas como gravemente peligrosa. Habla de cómo, a pesar de que la copia es un desastre y apenas entienden el argumento, la película les causa un profundo impacto. Habla de ese instante privilegiado donde las cosas suceden por vez primera, turbación original de los sentidos a través de la cual cierta belleza del mundo se les revela. Y ahora sí, ya puedo empezar a escribir.

Entiendo que a través de la literatura, jugando con las palabras, es posible reproducir ese instante de emoción genuina, pura, que nos sacude cuando tenemos un revelación. Pero para reproducirlo a través de las imágenes entiendo que no hay más remedio que captarlo, cazarlo al vuelo, para lo que hay que tener primero la paciencia necesaria, y luego la puntería. No debe ser nada fácil, siendo que ya no depende solo de la imaginación del autor/a, sino que entran en juego otros muchos factores, entre ellos el esquivo azar. Pero que no sea fácil no quiere decir que sea imposible, y si bien todos hemos tenido alguna vez la capacidad de asombro, aunque haya que remontarse hasta la primera infancia, solo algunos tienen además la capacidad de asombrar.

Conclusión: si descubrimiento era la palabra clave para arrancarme a escribir es porque consigue englobar mucho de lo que significa Víctor Erice para mí, y me refiero ahora tanto al cineasta como a la persona, al hombre, a Víctor. Desde que vi -descubrí- 'El espíritu de la colmena' por primer vez, con 11 años, en L’Arboç, un pueblo de la comarca del Penedès donde tenían una casa mis abuelos, hasta el pasado 29 de septiembre, en San Sebastián, donde pude felicitarle por su película y por su premio, y abrazarle y volver a hablar un rato con él. En medio pasaron muchos años y muchas cosas, algunas de ellas maravillosas. 

Un guion y un puñado de cartas

De los años durante los cuales Víctor trabajó en la adaptación de la novela de mi padre, queda un guión cinematográfico publicado y un puñado de cartas apasionantes. Al leerlas, destaca el entusiasmo con el que mi padre recibe sus apuestas, especialmente con aquellas que no estaban en la novela y que Víctor inventó, inspirado por los personajes y sus circunstancias. Un entusiasmo y una ilusión que manifestó repetidamente, y no solo por carta. Fascinante, escribe en una de ellas, fechada en junio de 1997, sencillamente fascinante. No podías haber hallado una solución mejor y más hermosa, más conformada al tema central -lo que yo entiendo por tema central, que podría resumirse en esto: los hombres atesoran sueños y fantasías, utopías y presunciones, antes de verse derrotados. En la misma carta, casi al final, se confiesa emocionado. Solamente la escena de la entrevista Lévy-Kim, ese diálogo y esa atmósfera, ya constituye toda una promesa. 

Son solo breves extractos de una correspondencia muy extensa e interesante, que rescato para la ocasión porque creo que vienen a cuento. Víctor solía decir -y sigue diciéndolo- que él no adaptó la novela, sino que la adoptó, y mi padre, que de adopciones sabía algo, lo consideró toda una suerte, y tanto es así que a partir de entonces, cada vez que le preguntaron cuál era la adaptación de sus novelas que más le gustaba, y se lo preguntaron siempre, dio la misma respuesta: la que no se hizo. 

Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, nos enseña el archivo privado de su padre, con manuscritos y dibujos realizados por él.

Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, nos enseña el archivo privado de su padre, con manuscritos y dibujos realizados por él. / ZOWY VOETEN

Entre otras muchísimas cosas, 'Cerrar los ojos' es una película que me hace feliz porque me devuelve algo de aquella suerte, de aquella ilusión, dándole un lugar donde quedar fijada y bien guardada (¡en Triste-Le-Roi, no podría imaginarle un sitio mejor!), y sobre todo dándole un sentido. Celebro la película de principio a fin, celebro que la sala esté llena, cuando voy a verla por segunda vez para tomar algunas notas, celebro todo lo que se está hablando y escribiendo sobre ella. Se dice que tiene mucho de despedida, pero no se dice que también tiene mucho de lo contrario, sea cual sea el antónimo, que no lo sé.

Como quiera que sea, 'Cerrar los ojos' es la prueba cinematográfica de que Víctor Erice está tan en forma como parece al verle y, sobre todo, al escucharle. La constatación, por si hacía alguna falta, de que tiene mucho que contar, y de que es generoso, como destacó Ana Torrent en el discurso que le dedicó en la entrega del premio Donostia. Tal vez yo esté equivocada, o tal vez no, pero siempre he considerado la generosidad como una condición sine qua non de un verdadero artista. Y más allá de las claves cinematográficas, las deudas resarcidas, las películas inacabadas, las aventuras truncadas, los fantasmas del pasado, más allá de todo eso de lo que los críticos y los expertos hablan mucho mejor que yo, 'Cerrar los ojos' es una película que desprende gratitud a raudales; a los amigos muertos y a los amores perdidos, a los hijos y a los padres, a la gente que quisimos y nos quiso, a los que se fueron para siempre y a los que aún están aquí, a los que aún les importamos y nos importan. Una invitación a no olvidarnos de quién y cómo queremos que nos mire, cuando cerremos los ojos.