Historia

Contra el mito de la Roma lúbrica: no iba de sexo, iba de poder

‘Cunnus’, de la historiadora Patricia González Gutiérrez, retrata una sexualidad compleja, que instituyó convenciones que llegan hasta nuestros días desde la Antigüedad

Pompeya: 15.000 habitantes, 35 burdeles y ahora una expo

El Teatro de Nerón sale a la luz tras siglos enterrado a las puertas del Vaticano

Helen Mirren en 'Calígula' (1979), de Tinto Brass

Helen Mirren en 'Calígula' (1979), de Tinto Brass / EPC

Natalia Araguás

Natalia Araguás

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

“Todo en este mundo va sobre sexo, menos el sexo, que va sobre poder”. Es una cita de Oscar Wilde que la historiadora Patricia González Gutiérrez ha hecho suya para presentar 'Cunnus. Sexo y poder en Roma' (Desperta Ferro Ediciones). Este ensayo no desmonta el mito de que todo se lo inventaron los romanos, también en la cama, pero sí invita a superar las mil películas porno con túnicas y sandalias de atrezo, el Calígula de Tinto Brass y 'Yo, Claudio' o las advertencias de apartar a los niños del Gabinete Secreto del Museo de Nápoles: la Roma antigua fue una sociedad más puritana de lo que se cree.

'Cunnus' advierte de que el sexo en Roma “no era un diálogo, sino un monólogo”, que el concepto de consentimiento estaba a milenios de existir y que la única regla sagrada era que el poderoso ostentara siempre el papel activo en la relación sexual. Esto suponía deslegitimar a hombres poderosos, como Julio César, Augusto o Marco Aurelio, por haberse dejado sodomizar, pero también abominar de quien practicaba un cunnilingus. “La actividad, la penetración, se asociaban (y aún se asocian) a la masculinidad más normativa y hegemónica”, advierte la autora, que antes publicó 'Soror', que retrata la Roma antigua desde una perspectiva de género.

Suciedad y sufrimiento

Nada era inocente, y menos el lenguaje: el 'cunnus' que da título al libro, magníficamente ilustrado en la portada por Paula Bonet, significaba tanto vulva como ano o la cloaca de un animal, y era un término asociado a la suciedad en general. Del mismo modo, 'pathicus', derivado de 'sufrir' en griego, se usaba tanto para designar a hombres pasivos en el sexo como para mujeres. Si no eras la parte viril y activa, estabas destinado a padecer el encuentro sexual, no a disfrutarlo.

Patricia González Gutiérrez

Patricia González Gutiérrez / EPC

Sostiene Patricia González Gutiérrez que solo nos hemos quedado con la imagen de los frescos eróticos de Pompeya, cuando en realidad era un enclave de veraneo donde los jóvenes iban a desparramar, comparable con un Magaluf actual. Que los numerosos falos que adornan las construcciones romanas se han malinterpretado y solían ser amuletos contra el mal de ojo, que se creía provocado por las mujeres. Y que al final, las fuentes nunca retrataban para la posteridad las apacibles relaciones normativas que transcurren dentro del matrimonio, al darlas por descontadas, igual que nadie escribe sobre dormir o respirar. Los emperadores depravados, las legiones de prostitutas y las patricias casquivanas que forman parte de nuestro imaginario han sido recreados a partir de libelos o propaganda política, confeccionados con ánimo de denuncia o sátira.

Orgías en la sala de espejos

Sin embargo, 'Cunnus' recoge llamativos casos como el de Hostio Cuadra, que montó una sala de espejos donde celebrar sus orgías a costa de sus esclavos, que, cansados de sus continuos abusos, acabaron por asesinarle. Algo de veras inusual, ya que, según las normas de la antigua Roma, si un siervo mataba a su amo, el resto de esclavos de la casa, niños y mujeres incluidos, eran castigados con la muerte. Sin embargo esa vez Augusto los indultó, tan grande era la depravación de Hostio Cuadra.

Otro personaje, Mamerco Escauro, fue acusado por Tiberio de diversos crímenes y purgado de forma brutal de la esfera política romana. Se le acusó de prácticas sexuales aberrantes, como recibir con la boca abierta la sangre menstrual de sus esclavas, algo que no había importado demasiado hasta que cayó en desgracia políticamente. También Catilina, epítome de la maldad, corrompía a los hombres a base de pagarles prostitutas y comprarles perros y caballos. En la Roma antigua, cuenta 'Cunnus', la degeneración moral era asociada a la social y la física. El Pater Patriae (padre de la patria) debía ser ejemplar también en lo privado para dirigir a la sociedad, planteada como una gran familia. Ya antes Aristóteles en su 'Política' destacaba que los gobernantes y sus familias debían ser no solo irreprochables en lo sexual sino además discretos, al contrario que los tiranos, que además de ser lascivos lo iban pregonando.

Un cunnilingus, en un grabado de Pompeya.

Un cunnilingus, en un grabado de Pompeya. / EPC

'Cunnus' también invita a plantearse qué hay detrás de personajes como Mesalina, presentada como una ninfómana que quiso competir con prostitutas: una adolescente forzada a casarse con quien le doblaba la edad y víctima de una campaña de propaganda. Y a reflexionar sobre que la violencia sexual aparezca como una constante en Roma hasta el punto de que cada cambio de época, política o simbólica, esté marcado por una violación: desde Rea Silvia, madre de Rómulo y Remo, hasta el rapto de las sabinas.

Contra la visión de que el advenimiento del cristianismo volvió puritana a una sociedad libérrima, Patricia González Guitiérrez argumenta que los romanos también tenían sus propios dioses y habían entrado hace tiempo en fase de puritanismo. Roma era una sociedad compleja, concluye, como lo era la manera de relacionarse con el sexo de sus ciudadanos.

Suscríbete para seguir leyendo