Triángulos de cine

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Crítica de 'Passages' de Ira Sachs: no siempre se sale ileso de la pasión y el deseo

Una escena de 'Passages' de Ira Sachs.

Una escena de 'Passages' de Ira Sachs. / EPC

Quim Casas

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Una de las películas canónicas del cine clásico de Hollywood, ‘Casablanca’, ya proponía una relación triangular en la que la protagonista femenina, Ingrid Bergman, tenía que decidir entre el cariño hacia su marido y la ética política que este representaba, ya que se trata de un líder de la resistencia contra los nazis, y el amor y deseo que aún siente por el viril y escéptico Humphrey Bogart, con quien vivió una romántica historia en París. 

 El cine estadounidense ha planteado por lo general de forma conservadora las historias de infidelidades y triángulos sentimentales. Ha tenido la virtud de enmascarar como finales felices historias mucho más amargas como la misma de ‘Casablanca’, pues es evidente que Ingrid Bergman está enamorada de Bogart pero decide irse con su marido, y Bogart, lejos de venirse abajo, se compromete ahora por la causa antinazi y le suelta al jefe de policía aquello de que presiente que con él está naciendo una gran amistad. 

 El nuevo Hollywood de finales de los 60 buscó algo más de realismo y así surgieron títulos como ‘El graduado’, en el que el inmaduro Dustin Hoffman se enamora de la joven Katharine Ross mientras se acuesta con su madre, Anne Bancroft. Algo más recientemente, la canadiense Sarah Polley expuso con desencanto una clásica relación triangular en ‘Take this waltz’ (2011), título tomado de una canción de Leonard Cohen: Michelle Williams está casada con Seth Rogen y se enamora intensamente de Luke Kirby, intentando hacer funambulismos entre las dos relaciones y quedándose al final sin uno ni otro.

Una escena de 'Jules et Jim'. 

Una escena de 'Jules et Jim'.  / EPC

 Hay ejemplos en todas las cinematografías, como en la italiana de los 60, donde las infidelidades estaban al orden del día, pero casi siempre en clave de comedia, o en la española, con títulos como ‘Segunda piel’, de 1999, en el que el heterosexual Jordi Mollà está casado con Ariadna Gil y se enamora del homosexual encarnado por Javier Bardem: más o menos el mismo principio del que parte ‘Passages’. En Reino Unido, Joseph Losey dirigió en 1975 ‘Una inglesa romántica’: Glenda Jackson y Michael Caine son una pareja burguesa que invitan a Helmut Berger a mantener una relación con los dos. Pero es el cine francés el que mejor ha tratado el tema desde todos los ángulos posibles.

 La generación de la ‘nouvelle vague’ tuvo querencia por las historias de amor conformadas por tres personajes, caso de ‘Jules y Jim’ (1962) de François Truffaut, pero sería Jean-Luc Godard, en la brillante ‘La mujer casada’ (1964), quien expondría con más contundencia el dolor de la partición amorosa y de la toma de decisiones drásticas: su protagonista, Macha Méril, está embarazada y no sabe si el padre es su marido o su amante, por lo que tiene que decidir entre uno y otro… o quizá ninguno. También Jacques Rivette abordó el tema en ‘L‘amour fou’ (1968): un director teatral ve como la relación con su esposa y actriz principal comienza a deteriorarse a la vez que selecciona para substituirla en el escenario a una antigua amante. En muchos filmes de Éric Rohmer se contemplan los amores y deseos compartidos. 

Ariadna Gil, Jordi Mollà y Javier Bardem, un triángulo en 'Segunda piel'. 

Ariadna Gil, Jordi Mollà y Javier Bardem, un triángulo en 'Segunda piel'.  / EPC

 Pero de los cinco grandes de la Nueva Ola, sería Claude Chabrol quien más atención prestaría a las relaciones a tres bandas o las infidelidades –incluso con fines criminales y muestrario tóxico–, generalmente en el seno de la alta burguesía de provincias. Es el caso de ‘Las ciervas’ (1968), en la que la joven protegida de una acaudalada lesbiana se enamora de un arquitecto que irrumpe en la relación entre las dos mujeres; o de ‘La mujer infiel’ (1969), en la que de nuevo la propia esposa del realizador, Stéphane Audran, interpreta a una esposa infiel cuyo marido contacta a un detective para que descubra la identidad de su amante, o ‘Inocentes con manos sucias’ (1975), que, acogiéndose a un esquema que parece tomado de una novela negra de James M. Cain, tipo ‘El cartero siempre llama dos veces’, muestra a la mujer interpretada por Romy Schneider conspirando con su amante para asesinar a su esposo, pero el cadáver de este desaparece misteriosamente.

 De esa época es también el filme que encaró una relación amorosa triangular de la forma más cruda y directa posible, la recién restaurada ‘La mamá y la puta’ (1973), reflejo de la propia relación que su director, Jean Eustache, mantuvo con su mujer y son su amante, la actriz François Lebrun, que es quien da precisamente vida a la amante de la película es un doloroso juego de espejos. Y hasta el marsellés Robert Guédiguian tocaría la temática en ‘Marie-Jo y sus dos amores’ (2002): la esposa del director, Ariane Ascaride, se debate entre dos hombres a los que ama por igual, con un desenlace más o menos consecuente con esa imposibilidad de no poder vivir dos relaciones al mismo tiempo por celos, presión familiar o condicionantes sociales.

 El cine estadounidense les ha hincado el diente a muchas películas francesas, consciente, quizá, de que reflejaban mucho mejor estos conflictos: ‘Entre dos mujeres’ (1994) muestra la característica encrucijada de un hombre (Richard Gere) dividido entre esposa (Sharon Stone) y amante (Lolita Davidovich), y el filme es un remake de ‘Las cosas de la vida’ (1970) de Claude Sautet, en el que los mismos personajes fueron incorporados por Michel Piccoli, Léa Massari y Romy Schneider. Gere también encarnó al marido engañado de ‘Infiel’ (2002) de Adrian Lyne, versión americana de ‘La mujer infiel’ de Chabrol. Y antes, Paul Mazursky remodeló el triángulo de ’Jules y Jim’ en un filme de 1980 que aquí se tituló… ¡‘Una almohada para tres’!

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