La rumba catalana en el camino hacia la Unesco (y 5)

Rumba catalana: apoyada en el Parlament, ninguneada en las fiestas mayores

Los rumberos denuncian que los ayuntamientos los ignoran y que prefieren apostar por los “artistas de moda”. En paralelo, el género se muestra influyente a través de la mezcla con el pop, la electrónica u otros sonidos, de Rosalía a Ladilla Rusa pasando por C. Tangana

Arrels de Gràcia, Rosalía y Joan Garriga de La Troba Kung-Fú.

Arrels de Gràcia, Rosalía y Joan Garriga de La Troba Kung-Fú. / Made using TurboCollage from www.TurboCollage.com

Jordi Bianciotto

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Aunque las discusiones sobre dónde empieza y acaba la rumba catalana son acaloradas, a efectos de la candidatura de la Unesco el género puede lucir una perenne vitalidad, ya sea en su forma más canónica o filtrada en propuestas musicales mestizas. De hecho, como apunta el ‘rumbólogo’ Txarly Brown, “ahora la clave pasa por mezclar”, y ahí es posible detectar señales en el escaparate de la música comercial, ya sea en la ‘Milionària’ de Rosalía o en los meneos electro-kitsch de Ladilla Rusa con la voz amiga de Lady Gipsy, que no es otra que Soraya, nieta de La Selu, acompañante de Peret en Eurovisión-74.

En medio de todo ello, y a veces bajo radar, sigue operando la rumba catalana de siempre, la del ventilador guitarrero y las palmas, sin mucho más. Grupos mayormente gitanos que invocan las esencias del género tal como las establecieron los pioneros. Ahí están Arrels de Gràcia, combo que tiene en su haber uno de los pocos ‘hits’ modernos de la rumba, ‘La moto’, y que, como tantos otros, vive en buena medida de los bolos en bodas, cumpleaños y convenciones empresariales. De ese circuito se habla a veces en tono despectivo, pero de él se puede vivir. “Vamos trabajando, no nos quejamos”, despeja su cantante, Jonathan Ximenis, que se ha visto últimamente animando con su grupo las fiestas de cumpleaños de celebridades como Dulceida o Macarena Gómez.

Eventos privados

Pero sí que aflora una protesta: “me sorprende que nos llamen para tantos eventos privados y que, en cambio, los ayuntamientos no nos apoyen”, hace notar Ximenis, que constata cómo la rumba prende allá donde va. “En los bolos para público extranjero, engancha, y en las bodas, con gente joven, igual. Y cuando hemos tocado en una fiesta mayor, la gente no se ha ido”, observa. Pero esto último no abunda. “Nos cuesta llegar al público al que más nos gustaría alcanzar, el más general”. En Arrels de Gràcia está un sobrino-nieto de El Pescaílla, el percusionista Elías González.

Así que estamos ante una llamativa paradoja: mientras que la rumba catalana es objeto de solemnes declaraciones en el Parlament o en el Ayuntamiento de Barcelona, luego, a la hora de programar, los mismos partidos la ningunean en fiestas mayores y eventos públicos. “A las instituciones les cuesta programar rumba porque van a buscar las músicas que están de moda”, apunta Sam ‘Mosketón’ Gracía, director del Ecomuseu Urbà Gitano de Barcelona, en la calle de la Cera (y coproductor de ‘Això sí que és culpa de Colau’, canción electoral de Barcelona en Comú para el 28-M).

Ahora, en las fiestas mayores y festivales, es la hora de las músicas urbanas y de la escudería ‘Eufòria’. ‘Mosketón’ reclama al consistorio barcelonés que, en la Mercè, no se limite a programar un concierto rumbero, sino que dedique al género todo un escenario. “¿Por qué no se ha hecho nunca? Lo hemos reclamado muchas veces, y cuando ha habido una actuación de rumba catalana, siempre lo ha petado”.

Aceptando el pulpo

Arrels de Gràcia representan el hilo conductor rumbero a través de la comunidad gitana. Ahí están también Sabor de Gràcia (con Sicus Carbonell, vicepresidente de la Plataforma per a la Defensa de la Rumba Catalana) y Muchacho & Los Sobrinos, grupo este cuyo líder, el guitarrista Muchacho, ha sido miembro de La Troba Kung-Fú (con el indispensable Joan Garriga) y toca actualmente con Macaco.

Con este último grupo “hace el ventilador en todos los temas, aunque luego el resultado ya no sea rumba catalana”, apunta Txarly Brown, para quien ser o no ser rumbero depende tan solo de definirse como tal, y que ve cabal “aceptar pulpo como animal de compañía”. Ahí, después de todo, sitúa en el madrileñísimo C. Tangana “la mejor” expresión nueva del género a tenor de temas como ‘Los tontos’, grabado con Kiko Veneno. En las mezclas está una buena parte del presente, que Txarly Brown (que fue presidente de la extinta Forcat, Forment de la Rumba Catalana), detecta en otros artistas de fuera de Catalunya, como los del sello sevillano Dagrama, caso de La Cebolla.

Las fusiones, en la rumba, vienen de lejos. De la cuna, en realidad. Y en las últimas dos décadas se han alborotado con el roce del pop, el flamenco, el ska, el reggae, la cumbia… Ya con la generación de Ojos de Brujo y Dusminguet, luego con Gertrudis, Dijous Paella o los muy heterodoxos Very Pomelo (con Xarim Aresté). Y de ahí, al ‘Gat rumbero’, de La Pegatina, y a ‘Una lluna a l’aigua’, de Txarango. “Pero ni siquiera Peret hizo siempre rumba catalana. También jugó con otras músicas en temas como ‘Chavi’”, relativiza Xavi Ciurans, cantante de Gertrudis, grupo artífice de la popular ‘Samarreta’, que se siente libre de casar el ventilador con el pop, el house o la pincelada balcánica. “Nosotros no somos de familia gitana y no nos debemos al género”, señala, deslizando una clave a partir de la cual se ubican unos y otros.

Todos acaban recordando que “la rumba siempre acaba volviendo”, más allá de los cíclicos vaivenes de las modas, si bien Sam ‘Mosketón’ advierte: “cierto, pero los que siempre la hemos mantenido somos los gitanos”.

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