La caja de resonancia
Rumba catalana: pero, ¿qué valora la Unesco?
El organismo reconoce las expresiones culturales que dan a una comunidad un sentimiento de identidad y que siguen vivas generación tras generación, lo cual se ajusta a esta tradición musical. Pero queda trabajo por hacer para precisar qué es la rumba catalana y qué la hace única.
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Más allá del desencuentro, tal vez superable, entre los defensores de la rumba catalana como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y la parte ministerial, no hay que perder de vista que el objetivo final es construir una candidatura sólida a la que el comité de la Unesco dé su visto bueno llegado el día. Siendo conscientes de todas las dificultades.
La primera, de la que ya advirtió el Ministerio de Cultura a la Plataforma por la Defensa de la Rumba Catalana, es que las cosas serían más fáciles si, para empezar, Francia, estuviera también por la labor. Era la intención, pero en París no hablan de ‘rumba catalana’, sino de ‘rumba gitana’. Denominación que la Plataforma rechaza porque, alega con lógica, introduce un marchamo étnico indeseable y poco o nada inclusivo.
Luego, flota cierta confusión sobre la naturaleza misma de la rumba catalana, cuya definición no puede depender únicamente de las observaciones, muy vividas y genuinas, de los músicos que la practican y que son parte en el debate. A estas alturas, hay todavía un déficit de documentación académica y de estudios musicológicos. Incluso en el mundo rumbero se producen discrepancias que pueden llamar la atención a los profanos: así, ¿no es rumba catalana El Pescaílla? ¿Quizá no lo sea técnicamente, pero forma parte de esta historia? Sea como sea, esto hay que explicarlo bien. ¿Y los Gipsy Kings, principales embajadores del género? ¿Y a Ojos de Brujo, Joan Garriga o Estopa, hay que dejarlos fuera o entender que son ramas del mismo árbol genealógico? Sería extraño que un entorno mestizo por naturaleza se pusiera ahora purista (y que empequeñeciera su perímetro).
Pero la rumba catalana cumple con el requisito primero de “proporcionar a una comunidad un sentimiento de identidad y de continuidad”. Y, muy importante, está viva, como me subraya Jordi Tresserras, presidente del comité español del Icomos, organismo asociado a la Unesco. Y no solo se filtra en expresiones musicales modernas, sino que “vas a la plaza del Rastre, de Tortosa, y ves a los jóvenes tocándola”, añade. “Y llevándola a bodas y a funerales”. Ese sustrato popular, lo que hace que la rumba se trence con la vida cotidiana, es lo que la Unesco pone en primer plano.
Todo ello tendrá que manejarlo con guante de seda y con toda la vocación explicativa y pedagógica, y la carga tanto emocional como académica, la Plataforma en el dosier que prepara para el próximo otoño. Que, quizá, convenza a quienes debe convencer, más aún si los ‘tempos’ políticos le ayudan.
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