Entrevista

Patricia Almarcegui, escritora nómada: "La curiosidad te impulsa a viajar"

La autora publica la novela 'Las vidas que no viví', que muestra la isla de Menorca como escala para ciudadanos iranís exiliados

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Patricia Almarcegui

Patricia Almarcegui / Elisenda Pons

Elena Hevia

Elena Hevia

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¿Dónde está el lugar en el mundo de una viajera? ¿De alguien que dice no tener un hogar en ningún sitio pero sí una casa? Patricia Almarcegui, como autora de libros de viajes, que sabe que en su caso los lugares condicionan la narración, proclama que su casa está en Menorca, que es el lugar donde escribe, aunque su otra gran querencia geográfica esté a kilómetros de distancia. En Irán, un país que la sedujo al realizar un largo periplo por Oriente Próximo tras haber estudiado árabe. Entre estos dos puntos geográficos transcurre buena parte de la vida de esta profesora de literatura comparada, experta en orientalismo, que nació en Zaragoza hace 53 años –“Quizá el desierto aragonés me enseñó a amar el paisaje, la luz y los colores de Irán”, bromea-, y siendo docente en la Universidad en Barcelona decidió reorganizar su vida para vivir permanentemente en la isla balear. Atrás quedó la vocación frustrada de la danza clásica a la que se dedicó profesionalmente durante un tiempo hasta que una lesión la llevó por otros derroteros. Historia esa que alumbró su segunda novela, ‘La memoria del cuerpo’.

Su último libro de viajes, ‘Cuadernos perdidos de Japón’, que ha agotado varias ediciones, es un libro fragmentario, delicado y elegante y no menos delicada es su reciente novela, ‘Las vidas que no viví’ (Candaya), donde ha convertido su isla de adopción en punto de encuentro de dos mujeres, una menorquina, Anna, y otra iraní, Pari, ambas en crisis. Esa pareja puede parecer improbable pero se basa en circunstancias concretas y reales: el hecho de que en los últimos años Menorca haya sido una escala para los y las 33 iranís que han pasado por allí camino del exilio en Bruselas. “Quería hablar de la movilidad de las personas en sitios impensables, mostrar por ejemplo que en Sant Lluís, un pueblo menorquín, se ha instalado un barbero iraní”.

Menorca concebida como encrucijada entre Oriente y Occidente guarda historias desconocidas, como el ataque turco que sufrió en el siglo XVI que hizo prisioneros a 4.000 de los 4.500 habitantes que tenía la isla entonces, y que hace a la autora preguntarse por el asombro de aquellos menorquines al contemplar la opulencia de la Constantinopla de entonces.

La novela surge de una treintena de entrevistas a mujeres de tres generaciones a las que preguntó por los momentos en los que se habían visto en inferioridad de condiciones familiares, sentimentales y sociales. Todo ello cristalizó en la historia de estas dos mujeres que Almarcegui convoca a modo de vidas paralelas. La idea es que haber nacido en Occidente no exime a una mujer de la desigualdad y la violencia: “Quería ir más allá de la revolución islámica y mostrar cómo las mujeres también tuvieron dificultades en la época del Sha. Las mujeres lo han pasado mal en los años 40, 50 y 60, tanto con Oriente como en Occidente. Por eso ninguna de mis dos protagonistas lo tiene fácil”.

Cuando el huerto es jardín

El común denominador entre ambas es el cuidado de un jardín que ella concibe de una forma distinta a la habitual: “La primera persona que vio una planta naranja lo que fue una calabaza y la que vio una fuente muy posiblemente vio una acequia. La idea es que igual no hay que hacer jardines sino huertos o utilizarlos como si fueran jardines. Creo que hay que modificar la mirada para que el paisaje más bonito sea un guisante”.

Los años menorquines le han servido para ser testigo de los últimos derroteros políticos en Baleares, con la desaparición de las consejerías de Igualdad y Medioambiente, desactivadas por la presión de Vox. “Se está vendiendo la isla porque es bella y es seguro y eso en los tiempos que corren es. Un objetivo cómodo para los millonarios que antiguamente se iban a Beirut o a Corcega. Menorca está sufriendo la gentrificación de los visitante de alto poder adquisitivo mientras que los menorquines quedan relegados porque no puede pagar los precios desorbitados de las viviendas”.

Sostiene Almarcegui que viajar sirve para tener esas perspectivas sociales, ampliar las aspiraciones y el horizonte. Lo aprendió cuando era niña mirando por la ventanilla de atrás del coche de su padre, que no podía ser otra cosa que viajante. “La curiosidad te impulsa a viajar y viajar te permite asistir en tiempo real a un acontecimiento, una puesta de sol en Madrás o un ballet en San Petersburgo. Yo he pasado por el mundo, lo he visto, y eso me deja más tranquila”.