La caja de resonancia

¿La prensa debe empezar a ignorar a los artistas que la maltratan?

El veto de Beyoncé a los fotógrafos y la prohibición a los redactores de usar ordenadores, en su reciente concierto en el Estadi Olímpic, tensan un poco más la cada vez más pautada y acotada relación entre las figuras musicales y los medios de comunicación

Beyoncé en el Estadi Olímpic Barcelona

Beyoncé en el Estadi Olímpic Barcelona / Kevin Mazur

Jordi Bianciotto

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Beyoncé tuvo a bien imponernos a los medios, la otra noche, las fotos que debíamos publicar para ilustrar nuestras crónicas de su concierto en el Estadi Olímpic. Las suyas, disparadas por un fotógrafo de su agencia. Nada nuevo, aunque sí lo fue una limitación indescifrable: la prohibición a los redactores de llevar ordenadores a la zona de prensa, parcela de la grada llamada así no por capricho sino porque dispone de su parada de pupitres y enchufes. Nos vimos todos escribiendo con el móvil (usando ambos pulgares los más avezados: no es mi caso), y la medida no impidió que se publicaran las correspondientes crónicas exprés: tan solo hizo que la escritura fuera más incómoda.

Amables lectores me deslizan que deberíamos negarnos a informar de esos espectáculos en los que todo son trabas y zancadillas. Ganas a veces no nos faltan, pero si cada vez que a los periodistas no se nos ponen las cosas fáciles tiráramos la toalla, ¿qué sería de esta profesión? La observación denota que puede confundirse la labor informativa con la promocional, cuando el artículo no debe responder a la glorificación del divo de turno, sino al derecho a la información y a la libertad de opinión. Precisamente por eso, suele ser una interferencia fastidiosa para los artistas en sus planes de dominación mundial.

Las medidas impuestas por Beyoncé (por su equipo, no por la promotora, Live Nation, a quien no adivino ninguna voluntad de tocarnos las narices) llueven sobre mojado: desde hace algunos años, artistas como Adele, Bryan Adams, Lorde, Rufus Wainwright, Ben Harper y muchos más han ido estrechando el cerco, en particular, a los fotógrafos. Dentro de unos días, Bob Dylan inmovilizará los móviles en el Liceu: los del público y los de la prensa, que no tendrá posibilidad de escribir ni de tomar notas, ni siquiera en un palco alejado.

Campa en el gremio la sensación fatalista de que los medios cada vez somos menos necesarios para las grandes figuras musicales, que cultivan sus vías de comunicación directa con los seguidores, sin intermediarios. Cierto, aunque los ejemplos de gigantes que han puenteado a la prensa todo lo que han podido son abundantes desde siempre: ya en los 70, Led Zeppelin alimentó a conciencia la animadversión mutua. Ahora cabe añadir el recochineo de esos miles de fotos y videos capturados cada noche con el móvil por cualquier asistente, sin restricciones, y surcando las redes. No importa: el periodismo es otra cosa, y ahí debe seguir, actuando con la risueña complicidad de los artistas o sin ella.