Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

Mis ferias, mis farias, mis furias, por Javier García Rodríguez

Festejo taurino en la plaza de toros de Arlés, en Francia

Festejo taurino en la plaza de toros de Arlés, en Francia / RUSLAN KALNITSKY / 123RF

Con mayo llegan las ferias y las farias y las furias. Para el niño que yo fui, la feria primera siempre fue la de los “caballitos”, ese no-lugar de casetas con actuaciones delirantes (seres humanos con cuerpo de serpiente, motoristas diabólicos), el teatro de Manolita Chen con vedetes descocadas, una vida que es una tómbola, tom, tom, tómbola, de luz y de color ofrecidos por la Muñeca Chochona y el Perrito Piloto, y los carruseles, la noria, el pulpo y el tren de la bruja. Para ese niño la feria era también la de los toros. Ahora se lleva poco la cosa taurina. Morante no cotiza en la cultura ¿hodierna?

Con el mes de mayo, el mes de las flores -venid y vamos todos- aparece, como una estocada en todo lo alto, el artículo antitaurino de Manuel Vicent hablando de vísceras y de cultura y de toreros vestidos con medias rosas como la sota de bastos. Y las viñetas de El Roto. Y como siempre hay un roto para un descosido, lo único que queda de las ferias taurinas son los Farias™, cigarros puros humeando las plazas desde 1889, el bestseller de los puros, el habano de los pobres, el tercer mandamás en el café, copa y puro que configuran el triunvirato del mus y del julepe. Nunca es un craso error, para quedarse como un césar, tomar una copa de magno. Sol y sombra en el bar y en los tendidos.

Brillan también las ferias de los libros. Casi siempre los autores al sol que más calienta. Aunque en muchas ocasiones hay más sombras que luces en el traje de escritor. Duran poco las alegrías en la caseta del pobre. Y para unos pocos es tan larga la fila como para otros es tan largo el olvido. He hecho ferias del libro en todas sus variantes: he presentado autores, he presentado libros, me han presentado a mí, me han presentado libros, he comprado, he vendido, he aconsejado, he sido público, he acompañado, he firmado y me han firmado. Desde la primera como público en la plaza mayor de Salamanca, de excursión con el colegio. O la de León, donde compré la primera edición -era 1984- de 'El entierro de Genarín' de Julio Llamazares, aquella biografía del pellejero borrachuzo y putero que murió “con la mano en el manubrio” atropellado en 1929 por el primer camión de la basura que actuó en la ciudad de León. En la feria de Valladolid presintiendo una muerte, en la de Zamora inventando una voz, en la de Madrid siendo a la vez oso y madroño, en la de Oviedo resistiendo, en la de Xixón inaugurando. He sido matador, presidente, banderillero, picador, banderillero, sobresaliente, cirujano, monosabio y hasta mulilla, si me apuran. Y toro un par de veces, si no recuerdo mal. Veleto y astifino.

En fin, que si ya se sabe que cada quien cuenta la feria como le va en ella -palmas, ovación, vuelta al ruedo, oreja, rabo, puerta grande, enfermería-, hay que tener cuidado con las vanidades y pecar lo justo, no vaya a ser que aparezcan las Furias para castigar nuestros pecados y volvernos locos. Y cuidado también con tener muchos humos. Que cada cual se divierta como pueda. Ya llegan las ferias. Si yo fumara puros, como Armas Marcelo, me encendería un Farias™. Pero como lo dejé cuando dejé de ir a los toros (una mala corrida en Colmenar en la que conocí al grandísimo Joaquín Vidal), solo me queda cantar con todos los gremios del libro: ¡Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto! Y desearles que en la tómbola les toque una muñeca Chochona vestida de guerrillera o de alcaldesa.

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