Contracrónica del 'show'

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La presencia de los Obama y los Spielberg se olía, del mismo modo que hueles los perfumes de ricos: por una inevitable imposición

Bruce Springsteen durante su concierto en el Estadi Olimpic Lluis Companys

Bruce Springsteen durante su concierto en el Estadi Olimpic Lluis Companys / FERRAN NADEU

Ignasi Fortuny

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El viejo Montjuïc es un rincón de la ciudad al que nunca ha sido fácil llegar, algo que el inevitable maquillaje azulgrana no sanará a pesar de eso que dicen de que quizá en breve haya un ser divino correteando por este monte (este viernes con tintes de Rushmore). Prometía ser aun más hostil con la sospechada bunkerización por la anunciada presencia en el concierto de Springsteen de un selecto grupo vacacional hollywodiense (había muchos otros anoche en el Estadi Olímpic, quizá no con tanta pompa). En el escenario los Springsteen (aunque Patti Scialfa no estuvo con la E Street Band, como en las última fechas), en algún otro lugar los Obama, los Spielberg, amigos todos (a esta hora nadie sabe si Tom Hanks ha llegado a la ciudad o no paró de correr a tiempo).

La presencia de todos ellos se olía, del mismo modo que hueles los perfumes de ricos: por una inevitable imposición. Es imposible escapar de esos aromas para una nariz no entrenada. En este caso, a la pandilla se la olía en el Estadi Olímpic a través de las medidas de seguridad, visiblemente superiores que en aquelarres de la misma magnitud. 

No se han repetido por la noche las imágenes Mr. Marshall que sí se han producido durante el día. Saludos a la gente que se agolpaba en los balcones del centro de Barcelona como dando la bienvenida a la idílica prosperidad yanqui, encarnada estos días por Michelle y Barack Obama, aquel presidente que debía de acercar al mundo a la ‘promise land’ a la que aun canta y aspira el Boss.

Pero no había rastro de los Obama en el estadio ni de los Spielberg hasta que, por sorpresa y con las primeras notas de 'Glory days', aparecieron ellas en el papel de coristas: la actriz Kate Capshaw (esposa de Spielberg) y la exprimera dama de los Estados Unidos Michelle Obama acompañadas de Patti Scialfa. 

Pero ese ha sido el único momento en el que la admiración al Jefe se ha tomado un ligero descanso. Porque él, Springsteen, era el esperado y verdadero Mr. Marshall, los otros eran figurantes. Seguramente por eso en sus conciertos aun se ven carteles hechos a mano de bienvenida o, otra opción, con peticiones de canciones.

No estaba, sin embargo, aquella antológica pancarta de su concierto del 2002 en el Palau Sant Jordi que decía: 'Ni Mas ni Montilla ni Carod-Rovira. Bruce for president of Catalonia'. La última parte sigue vigente, según lo visto anoche, y sin duda tiene bastantes más apoyos que algun político presente en el concierto.

Springsteen agradece la siempre cálida bienvenida y, seguramente, confirma el romance con la ciudad y Catalunya cuando verbaliza en catalán: "Us estimem, us estimem, us estimem". O cuando retaba a los casi 60.000 espectadores gritando: "¡¿Catalunya?!". Bien, algo así como "Catalunia".

De hecho, Springsteen tan solo utilizó -obvio- el inglés y el catalán, entrenado ya después de más de 20 conciertos en Barcelona. El idilio fue 'in crescendo' cuando en las pantallas apareció la letra de 'Letter to you' traducida al catalán, un hecho que ni los más sabios logran recordar. Se repitió hasta en tres canciones del concierto e incluso, a modo de subtítulos, cuando hizo el 'speech' más largo del concierto.

"Bona nit, Barcelona. Us estimem". Y se fue. Y miles de incondicionales ya sueñan con la siguiente bienvenida al Jefe.

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