Crítica

‘Alexina B.’, orgullo lírico e intersexual en el Liceu

La ópera de Raquel García-Tomás es ovacionada con ocho minutos de aplausos en su estreno absoluto en el Liceu

Pablo Meléndez-Haddad

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El estreno absoluto de ‘Alexina B.’ demuestra que el género lírico sigue vivo. Compuesta gracias a la beca Leonardo de la Fundación BBVA, el Liceu la produjo contando con la artista Marta Pazos en la dirección de escena. Además, hace historia. Basada en la vida de Adélaïde-Herculine Barbin, una persona intersexual que vivió en Francia en el siglo XIX; criada como una mujer, tras exámenes médicos fue considerada un hombre y por orden de un juez tuvo que cambiar de nombre y de vida. Ella misma dejó escrita su desgracia antes de suicidarse a los 29 años.

La obra que la recuerda convierte a su compositora en la segunda mujer que estrena una ópera en el Liceu. Raquel García-Tomás (Barcelona, 1984) innova sin miedo al eclecticismo, y ya demostró su potencial dramático con su ópera anterior, ‘Je suis narcissiste’ (2019). En ‘Alexina B.’, con libreto en francés de Irène Gayraud, en tres actos y 22 escenas y compuesta para 20 músicos, electrónica, cinco cantantes y coro, se atreve con una partitura inmensa, en la cual la melodía tiene un papel preponderante, en un canto ‘conversatorio’ que respeta la prosodia de cada palabra. En el tratamiento orquestal juega con la tímbrica y el color y cuida la línea vocal, sin duplicarla, pero sin dar tregua. En este punto, la polémica: al utilizar electrónica, la compositora opta por un diseño de sonido y amplifica las voces, un ‘pecado’ (sutil, muy bien cuidado) que conlleva el riesgo de atentar contra la propia esencia del género: la voz lírica. Al utilizar el micrófono el trabajo de los solistas queda relativizado en términos de proyección y virtuosismo.

La música es genial. Posee acentos atmosféricamente evocadores, un hermoso dúo de amor, recuerda a Debussy y a Ravel y posee citas a la música de Hildegard von Bingen y a la canción tradicional ‘Compagnons de la Marjolaine’; con eficaces interludios dramáticos y una gran presencia del piano (con algo de Liszt), va siempre en consonancia con una trama que nace de los recuerdos de la protagonista, todos enmarcados en unas esteticistas y efectivas escenas de Marta Pazos, con escenografía de Max Glaenzel y vestuario de Silvia Delagneau. Lo fundamental y lo más valioso es que a nivel teatral la historia funciona tanto como la música.

Alexina fue interpretada por una entregada Lidia Vinyes-Curtis y su amante, Sara, por Alicia Amo (espléndida en su escena del primer acto y en la lectura de la carta), ambas secundadas, en diferentes papeles, por Elena Copons (maravillosa como la madre de Alexina), Xavier Sabata y Mar Esteve.

En el podio se situó un experto en la creación actual como es Ernest Martínez Izquierdo, quien concertó con poderío el delicado y complejo aparato sonoro, a los solistas, a las espléndidas miembros del Cor Vivaldi-Petits Cantors de Catalunya y a los músicos de la Simfònica liceísta.