Cuatro décadas

Roberto Tierz (Sidecar): "El turismo ha alejado a los barceloneses de la plaza Reial más que la heroína"

Uno de los cuatro fundadores y actual director de la sala de la plaza Reial recorre la formidable trayectoria del club en 'Este no es el libro del Sidecar' (66 Rpm), volumen que presentará el sábado, 25 de marzo, dentro de las celebraciones del 40º aniversario del local

Tierz

Tierz / Jordi Otix

Ramón Vendrell

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Sidecar abrió el 13 de noviembre de 1982 y los próximos días 24, 25 y 26 celebrará su 40º aniversario con 40 horas ininterrumpidas de conciertos (Mushkaa y La Habitación Roja), debates ('¿De dónde venimos?', con Gerard Quintana, Santi Balmes y The New Raemon, y '¿Adónde vamos?', con Alizzz, Mushkaa y Yago Alcover, cantante y guitarrista de Mujeres), una exposición de la ilustradora Cristina Daura, programas de radio en directo y otras actividades. Entre las que destaca la presentación de 'Este no es el libro del Sidecar' (66 Rpm), el sábado, 25, sobre las 12.30 horas. Lo firma Roberto Tierz, uno de los cuatro fundadores de la sala de la plaza Reial y su director desde hace la tira, y es desde ya un texto fundamental sobre historia subterránea de Barcelona. Porque el volumen no solo documenta con precisión y elegancia una trayectoria formidable (apenas hay artista estatal y no digamos barcelonés de las últimas cuatro décadas que no haya pasado por su sótano y las medallas internacionales del club quitan el hipo: de The National a The New York Dolls pasando por Alex Chilton y Pete Doherty), sino que relaciona esa singladura con la evolución social, cultural y política de la ciudad.

¿Sentía simpatía o antipatía por Zeleste en 1982?

Simpatía. Lo frecuentaba desde finales de los 70 y lo era todo. Allí tocaban grupos, era un punto de reunión, montó una discográfica, tenía incluso una escuela de música. Venía de la onda 'laietana' pero a principios de los 80 empezó a acoger actuaciones de Alaska, Gabinete, todos los grupos de Madrid. Pero al acabar el concierto ponían Weather Report o cualquier otra cosa imposible de bailar, cuando tú lo que querías era tomarte un copa, bailar, ligar, seguir. Eso lo empezamos a hacer en Sidecar, donde introdujimos una cultura de club moderna o algo así.

¿Dónde compraban los discos y qué importancia tenían?

Un motivo por el que montamos Sidecar fue poner nuestros discos. La primera colección que tuvimos en Sidecar eran nuestros discos particulares. Entraron a robar y se los llevaron todos. Fue un drama. Perdimos las colecciones que habíamos reunido desde niños. Se llevaron otras cosas, alcohol y tal, pero lo que nos jodió vivos fue perder nuestros discos. Comprábamos en Castelló, que entonces era un quiosquito en la calle de Tallers, porque tenía mejores precios que El Corte Inglés y otros sitios más grandes. Luego intentábamos ir a Andorra para bajarnos discos que aquí no salían. Y si un colega viajaba a Londres le hacíamos la lista de la compra. En aquel momento las salas tenían sus discos. Ahora son los 'dj' los que traen su maletín o su 'pen'. Tengo en Sidecar un montón de vinilos almacenados de esos años. Supongo que Jesús de [la tienda de discos] Revólver está esperando a que yo palme para intentar comprarlos a peso.

'London calling' [de The Clash] era como nuestra canción emblemática, todo el mundo se sentía interpelado

¿Un 'hit' infalible en 1983?

'London calling' [de The Clash] era como nuestra canción emblemática, todo el mundo se sentía interpelado. Ramones y Jam también funcionaban muy bien. Y cosas que nos llegaban de Madrid, incluso en maqueta.

Distrito V, en la primera actuación que hubo en Sidecar, la noche de Fin de Año de 1982.

Distrito V, en la primera actuación que hubo en Sidecar, la noche de Fin de Año de 1982. / Archivo Roberto Tierz

En los 70 los creadores 'underground' de Madrid (Alberto García Alix, Ceesepe, Ouka Leele, Pedro Almodóvar... ) venían con frecuencia a Barcelona porque era donde estaba el meollo contracultural. En los 80 se volvieron las tornas. ¿Qué ocurrió?

Santiago Auserón también venía mucho a ver a grupos progresivos y 'laietanos'. Pasaron varias cosas. Evidentemente hubo un apoyo político a la movida madrileña, con Tierno Galván [alcalde de Madrid de 1979 a 1986] a la cabeza. Hubo una fuga de discográficas de Barcelona a Madrid. La recién creada Radio 3 se volcó con la movida, igual que otros medios de comunicación. Sin olvidar el empuje de la juventud moderna de Madrid. Todo ello originó una llamarada muy potente. En Barcelona grupos no faltaban, pero era muy diferente encontrarte a toda la industria musical en un bar a ser alguien periférico. Pasó un poco lo que pasa en España ahora mismo: Madrid es un agujero negro que se lo traga todo.

¿Cómo se llevaban las llamadas tribus urbanas en Sidecar?

Convivieron razonablemente bien, a pesar de que se suponía que había una guerra de mods contra rockers. Tuvimos algunas trifulcas pero recuerdo sobre todo mezcla de punkis, mods y rockers, todos ellos con una estética muy marcada. Y había un sector como más intelectual, que eran los que llevaban gabardina. No estaban en ninguna tribu concreta pero estaban ahí y la gabardina les funcionaba muy bien.

Los chorizos eran vecinos del barrio y cuando te habían visto unas cuantas veces ya eras uno más. Esto cambió hacia 1985 con la entrada del caballo

¿Tuvieron problemas con el sustrato maleante de la plaza Reial y alrededores?

Cuando llegamos en 1982 había delincuencia local. Los chorizos eran vecinos del barrio y cuando te habían visto unas cuantas veces ya eras uno más del barrio: 'Yo te respeto y tú me respetas'. Nuestra estrategia era ver, oír y callar. 'Tú te dedicas a esto, no lo hagas en mi local y todo irá bien'. Esto cambió hacia 1985 cuando entró el caballo, un negocio controlado por una delincuencia de fuera y que atraía a gente de fuera del barrio. Era una delincuencia mucho más dura que la nativa, que era una cosa que venía de la posguerra, del rollo portuario. Nos tuvimos que bunkerizar porque no había normas. Pero la gente de Barcelona seguía bajando, a lo mejor buscando ese ambiente un poco canalla y peligrosillo; pero si te metías en los locales estabas salvado. Cosa que ahora no pasa tanto. El turismo ha alejado más a la gente de Barcelona de la plaza Reial que la heroína. 'Ese barrio no es para mí', piensan ahora los barceloneses.

SIDECAR

SIDECAR / Archivo Roberto Tierz

¿Adónde iba cuando cerraba Sidecar?

A Bikini. A un sitio que se llamaba directamente After Hours [la posterior discoteca Metro, en Sepúlveda, 185]. A Distrito Distinto, en la Meridiana, donde se mezclaban ambiente gay y gente que venía de otros locales, ya fuera de currar o de fiesta. Nos gustaba mucho porque era muy 'destroy'.

¿Y Otto Zutz?

Tenía ese punto elitista... Barcelona se dividía entre los que tenían el carnet de Otto Zutz y los que no. Fui, y me gustaba mucho la música que ponían, más de baile que la que poníamos nosotros, y era un localazo. Pero me molestaba un poco el tufilllo elitista.

Se nos llamó la generación del desencanto. Nos autoexcluimos de los círculos de poder y tal vez a nivel colectivo fue perjudicial

¿Qué grado de politización tenía?

Tenía intereses sociales. Los que abrimos Sidecar veníamos de ateneos libertarios, eso te marca un poco lo que sentíamos. Estábamos más próximos al punk que al PSC o a cualquier partido.

A la larga, ¿fue negativo el distanciamiento de buena parte de su generación de la política convencional?

Se nos llamó la generación del desencanto. Cuando murió Franco yo tenía 16 años y, al menos en Barcelona, se abrió un periodo muy esperanzador. Los gais ya podían ser gais, los anarquistas ya podían ser anarquistas, se montaban festivalones por todos lados, era una fiesta... Pero hubo una pérdida de credibilidad de los líderes políticos porque parecía que todo iba a cambiar y resultó que no cambió tanto. Por ejemplo, el PSOE subió al poder [en 1982] y dijo que de entrada OTAN no, pero fue que sí. Nos autoexcluimos de los círculos de poder y tal vez a nivel colectivo fue perjudicial.

SIDE

SIDE / Germán Meni

La mesa de billar de Sidecar era sagrada en los 90. ¿Y una fuente de problemas?

Alguna pelea hubo por los turnos pero poca cosa. Había gente que venía, ponía su moneda para pedir tanda, se iba a cenar y luego ya volvía. Se creó un núcleo duro de apasionados del billar que dominaban la mesa. Una clásica era Valerie Powles [Birmingham, 1950-Barcelona, 2011], una inglesa a la que recientemente le han dedicado una calle en el Poble-sec por recuperar un refugio antiaéreo de la Guerra Civil en la falda de Montjuïc [el Refugio 307]. Fue una cosa muy de la época. Busca un billar ahora.

A la gente que ha ido trabajando en Sidecar siempre nos ha interesado la música, y eso hace que tú te vayas renovando y el público se vaya renovandorenovando el público.

¿Iban a Sidecar Lluís Llach, Oriol Bohigas, Beth Galí y otros ilustres nuevos residentes de la plaza Reial en los 90?

Lluís Llach, que yo sepa, no. Pero Bohigas y Galí sí venían. Bohigas era un dandi, la camisa le combinaba con el cinturón y los calcetines. Una noche que vinieron él y Galí actuaba Manu Chao. Lleno hasta la bandera, todo el mundo sudando, y ellos dos allí muy dignos viendo el concierto.

¿Cómo ha conseguido Sidecar sucesivas renovaciones de su público?

En estos sitios pequeños, donde entre el cliente y la direccción solo hay un paso, se ven mucho los gustos de quien los lleva. A la gente que ha ido trabajando en Sidecar siempre nos ha interesado la música, y ese interés te lleva a conocer cosas nuevas y a estar pendiente de lo que pasa. Y eso lo vas trasladando muy rápido a lo que haces. Tú te vas renovando y se va renovando el público.

En 2016 Sidecar donó a la biblioteca Vapor Vell 1.090 maquetas presentadas por artistas que querían actuar en la sala. ¿Recuerda alguna con la que viera claro que el artista iba a triunfar?

En este sentido recuerdo a Sidonie, no tanto por la maqueta, que estaba bien, como por el desparpajo, el empuje y las ganas de triunfar que tenían. De hecho tenían tantas ganas de triunfar que casi se autocontrataron.

¿Qué actuaciones en Sidecar le han dejado boquiabierto?

La de The National [en 2005]. Pero fue un fracaso: vinieron 70 personas. Y me encantó Nick Lowe [2016], que ofreció con los Straitjackets un concierto precioso para celebrar los 5.000 hechos en Sidecar. Teníamos la premisa de traer a alguien que estuviera funcionando y a la vez tuviera una carrera larga. Pensamos primero en Coque Malla, pero se nos cruzó Nick Lowe y no lo pensamos dos veces. Se había informado: nos habló de los 5.000 conciertos, de Quim [Blanco, programador de Sidecar, fallecido en 2016]... Hablabas con él y te transmitía la sensación de que estaba concentrado en ti. Un caballero inglés.

Pete Doherty, en Sidecar, en 2016.

Pete Doherty, en Sidecar, en 2016. / Jordi Vidal

Cuenta en 'Este no es el libro del Sidecar' que la primera canción que sonó en la sala fue ' You can't be too strong', de Graham Parker, coetáneo de Nick Lowe.

Vaya generación. ¡Y Elvis Costello! Intentamos traerlo a la plaza Reial para celebrar nuestro 25º aniversario [en 2007]. Estos artistas no tienen caché, van a subasta. O sea: '¿Quieres a Elvis Costello? Pues ofrece'. Ofrecimos 25.000 euros de aquella época y ni nos contestaron. También lo intentamos con la Brian Setzer Orchestra. Al final nos tuvimos que conformar con los Undertones, que tampoco están mal.

Sidecar no existiría sin un contrato indefinido de renta antigua. No. Imposible. La zona sufre una especulación inmobiliaria brutal

¿Por cuántos conciertos van?

Hace tres o cuatro semanas eran 5.543, con la pandemia de por medio.

¿Han sufrido algún tipo de extorsión, por parte de sujetos legales o ilegales?

No. Supongo que somos demasiado pequeños.

Seis alcaldes de Barcelona ha conocido Sidecar: Narcís Serra (por los pelos), Pasqual Maragall, Joan Clos, Jordi Hereu, Xavier Trias y Ada Colau. ¿Con cuál ha tenido mejor sintonía?

Los he tratado, aunque sea muy poco, a todos. Maragall era cercano y amante de la música, sobre todo de los 70. Me habló con entusiasmo de Blood, Sweat and Tears. Pero responde a la pregunta el hecho de que con Ada Colau el ayuntamiento nos diera la Medalla de Oro de Barcelona [en 2017].

¿Existiría aún Sidecar si no tuviera un contrato indefinido de renta antigua?

No. Imposible. La zona sufre una especulación inmobiliaria brutal. Creo que fue en EL PERIÓDICO donde leí el caso de una farmacia de la calle de Ferran, cerca de la Rambla, a la que se le acababa el contrato y la inquilina ofreció 8.000 euros al mes para renovarlo [la botica La Estrella, abierta en 1840 y que tuvo que trasladarse en 2021]. La propiedad dijo que no. Es un nivel de alquileres que no sé quién los puede pagar.