Crítica de libros

'Les hores noves', de Julià Guillamon: el tiempo de la naturaleza

Este escritor veterano de trazo fino construye un festival de literatura describiendo en la actualidad el mundo natural y los paisaje de su infancia

Barcelona 13/08/2018 El barri de la Plata, en Poblenou, a partir de un libro de Julià Guillamon , fotografiado en el carrer Doctor Trueta entre Ciutat de Granada y Badajoz FOTO de FERRAN NADEU

Barcelona 13/08/2018 El barri de la Plata, en Poblenou, a partir de un libro de Julià Guillamon , fotografiado en el carrer Doctor Trueta entre Ciutat de Granada y Badajoz FOTO de FERRAN NADEU / FERRAN NADEU

Valèria Gaillard

Valèria Gaillard

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Como un sabio Lucrecio del siglo XXI, el escritor barcelonés Julià Guillamon continua su exploración de la naturaleza en 'Les hores noves' (Anagrama), un libro que está en total sintonía con películas como 'Alcarràs', de Carla Simón, por su sencillez, su honestidad, por la inquietud ecológica que las mueve. La narración adopta la forma casi de un diario.El autor describe el mundo animal y vegetal que lo rodea, desde las múltiples clases de setas hasta los diferentes tipos de melocotón, de olivas o de lirios: nada de su entorno le resulta indiferente. Descubre, con ojos limpios, la belleza de este universo mudo: las nubes, la lluvia, las libélulas o los excrementos de los zorros. Evidentemente, a pesar de que se ilustra con fotografías, no es ningún libro para biólogos, y detrás de esta contemplación abierta al exterior late un interior fecundo, una vida con sus penas y anhelos, un día a día que parece nimio al lado del esplendor de esta naturaleza que se transforma al ritmo de las estaciones, indiferente a los hombres, como impulsada por otro resorte más ancestral y poderoso.

 El relato empieza en septiembre, justo cuando el bosque «está seco como un cartón» y se alarga durante poco más de un año. Guillamon se ha instalado en Arbúcies con su mujer para escribir un libro, y redescubre el paraíso de su infancia, ya que sus padres regentaban un hostal por la zona. Es el momento de constatar los cambios acaecidos en el estilo de vida de los payeses, de aprovechar para hablar con los cuatro que quedan y que resisten al embate del progreso. Muestra los cambios producidos en el paisaje, la injusta competencia de productos extranjeros que ahogan los productores autóctonos, como las nueces de California. También lamenta la aparición de nuevos personajes, como, por ejemplo, los ciclistas coloridos «que lo estropean todo» con su paso. ¿Nostalgia? Seguro. Sin embargo, reconoce que es el primero en colgar mensajes en Twitter y que ha vivido durante años en el confort de la gran ciudad.

Los breves capítulos avanzan en esta cotidianidad hecha de paseos, conversaciones con los habitantes, comidas compartidas, recuerdos y, sobre todo, de observaciones que permiten a Guillamon explayarse con una prosa esmaltada, una escritura humilde con la que describe las estalactitas de Santa Fe del Montseny, que ve como unos caninos que se pondría en la boca «para hacer el show, corriendo por el sendero como un tigre de dientes de sable», o las salamandras en los aguazales que se esconden veloces al notar su presencia, y cuya «cola amarilla y negra desaparece como los tallarines que sorben los niños».

La descripción minuciosa revela la profundidad de una mirada que imanta el entorno con los ojos insaciables de la curiosidad. Revela también un escritor veterano de trazo fino, como esa caligrafía china que fluye con jugosa tinta negra. Así, unas crónicas que de entrada parecen previsibles, se convierten en un festival de literatura, una reflexión también sobre la vida que invita a apreciar el propio huerto, en lugar de desear el del vecino, y a asentir de vez en cuando con cara de resignación.

Suscríbete para seguir leyendo