Crítica de cine

'El prodigio', de Sebastián Lelio: tan bella como pomposa, tan barroca como vacía

El director Sebastián Lelio adapta la novela de Emma Donoghue para hablar de fanatismo religioso en la Irlanda del siglo XIX en una película en la que destaca la interpretación de Florence Pugh.

Un fotograma de 'El prodigio', de Sebastián Lelio

Un fotograma de 'El prodigio', de Sebastián Lelio / Netflix

Beatriz Martínez

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El director Sebastián Lelio nunca se lo pone fácil. Cada una de sus películas resulta un reto, un desafío, en la mayoría de las ocasiones, a la hora de poner en imágenes realidades a menudo estigmatizadas que él se encarga de visibilizar, algo que ocurrió, por ejemplo, en ese tríptico femenino que conforman 'Gloria', 'Disobedience' y 'Una mujer fantástica'

El caso de 'El prodigio' es un poco diferente. Es un cuento al que nos aproximamos desde las bambalinas de un rodaje de época en la Irlanda pobre del siglo XIX, quedando desde el primer momento claro el artificio de la propuesta, su ‘falsedad’. Esa parece ser la metáfora. ¿Es cierto que una niña que ha dejado de comer pueda sobrevivir porque está tocada por la Virgen? ¿Milagro o estafa? Es lo que tendrá que descubrir una enfermera (encarnada por Florence Pugh) cuando llegue a la casa de una familia humilde dentro de una comunidad opresiva en la que campa a sus anchas el fanatismo religioso. La ciencia vs. la fe, lo racional vs. lo espiritual

‘El prodigio’ es tan bella como pomposa, de esas películas cuyo virtuosismo no parece justificado, porque en el fondo, termina siendo tan barroca como vacía y, lo que es peor, a menudo incluso cursi. Así, la impostura se impone al misterio y muchas de las interesantes cuestiones que propone se quedan por el camino, fagocitadas por el propio artificio, por su 'falsedad'.