Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

Fetichismos estivales

Casa de Don Vito Corleone en Staten Island

Casa de Don Vito Corleone en Staten Island / EPC

Me acerqué a una playa nudista de las Rías Baixas galegas para ver si me encontraba a Manuel Jabois o a su alter ego, usuarios asiduos de arenales despelotados en su juventud desmelenada, finos estilistas en atuendo ―qué manera de vestir la camisa blanca de manga larga― y en tecla con punta y puntería. También para aprender de su educación sentimental y de su lugar mítico. Me acerqué a Mérida para ver a Christina Rosenvinge en la representación musical de su Safo decidida que nos conduce a Lesbos a ritmo de indie, que nos seduce más allá de los géneros y de sus rigideces. Me acerqué a la Semana Negra de Xixón para ver recitar a Marta Sanz desde lejos su poesía reunida en el volumen Corpórea y para ver a un Rodríguez al que nadie le decía “zapatero, a tus zapatos” mientras avanzaba por laberintos y espejos y ficciones, y el público le lanzaba oles y alephs desde la barrera al tiempo que comía nueces de Californication. Me acerqué hasta los campos pucelanos para encontrarme de noche con Lope, golferas profesional, revolucionario oficial de la comedia áurea e inventor de un caballero, la gala de Medina y la flor de Olmedo, al que mataron otra noche.

Me acerqué al Festival Celsius 232 de Avilés para ver a autoras, autores y autoros―veletos unos, astifinos otros, también mecánicos, de fuego, afeitados, jaboneros y gachos― del terror, la fantasía y la ciencia ficción. Estaban Desirée de Fez y Laura Fernández, reinas del grito y de la nieve, y otros doscientos nombres más que nada me decían por mi propia ignorancia y porque su canon a mil voces no es mi canon, mal que me pese. Que me pesa. Así que subí la calle de Galiana, hice examen de conciencia (ficción), llevé a cabo mi acto de contrición, me confesé y estoy cumpliendo mi penitencia, no sin antes haber hecho un propósito de la enmienda (lerenda). Me acerqué a la Menéndez Pelayo de Santander para ver a Mircea Cărtărescu en un curso sobre su obra que él mismo impartía. Mircea es rumano y nada rumano le es ajeno, por lo que se contagió de covid y se aplazó el encuentro y no pudieron hacerle Doctor Honoris Causa el 14 de julio, fecha también fetiche.

Me acerqué a la puerta de la casa de los Corleone en Staten Island. Quería dar el pésame a la famiglia por el reciente fallecimiento de Santino. Una familia de Oviedo la había alquilado a través de Airbnb durante todo el mes de agosto. Cincuenta euros al día. Por darse un capricho. Sonaban dentro gaitas irlandesas en vez de tarantelas napolitanas y me pareció que olía a cacioppo, según el modelo de la probabilidad de elaboración. Volví en el ferry a Whitehall Street en el Lower Manhattan, a dos pasos de mi hotel. Leyendo un libro.

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