Crítica de cine
'Red Rocket': el carisma del lobo
Una de las mayores virtudes del filme es el estupendo trabajo del actor Simon Rex cuyo personaje desafía nuestra capacidad de empatía
Nando Salvà
Sean Baker ha dedicado su carrera a retratar con viveza casi táctil, y sin emitir juicios ni caer en el 'miserabilismo' o la condescendencia, a aquellos se buscan la vida en los rincones más depauperados de Estados Unidos. Son gente recurrentemente ignorada por políticos que les prometieron la luna, y en ese sentido no es casual que la acción de su nueva película se sitúe en los prolegómenos de las elecciones presidenciales de 2016; de hecho su personaje principal, un actor porno acabado que regresa al pueblo de Texas donde creció -quienes efectúan trabajos sexuales son presencia habitual en el cine de Baker-, es la viva imagen de Donald Trump: un fulano que se pavonea de éxitos que no cosechó, que embauca a los demás gracias a su astucia a la hora de decirles lo que necesitan oír y cuya fachada apenas logra esconder su naturaleza machista, manipuladora, narcisista y parasitaria.
En suma, el tipo es una sabandija, un desastre andante que no deja más que destrucción a su paso. Y, pese a lo que la película inicialmente puede dar a entender, Baker no le abre el camino hacia la redención sino que lo guía por el que lo conducirá a probar su propia medicina; y mientras lo hace vuelve a cuestionar sin tremendismos pero con contundencia ese concepto romántico y falaz llamado sueño americano, y a poner en evidencia la impotencia y la frustración que dejaron a amplios sectores de las clases bajas estadounidenses desarmadas frente a los tejemanejes de una antigua celebridad.
Una de las mayores virtudes de 'Red Rocket' exhibe en el proceso radica en su forma de contemplar a un personaje cuyo comportamiento desafía nuestra capacidad de empatía, en la destreza con la que -en buena medida gracias al estupendo trabajo del actor Simon Rex, cuya trayectoria frente a la cámara incluye escarceos con el cine para adultos- disimula las honduras de su podredumbre moral bajo tales dosis de carisma que resulta imposible quitarle los ojos de encima, y en su extraordinaria capacidad para ir adentrándose en territorios más y más oscuros sin perder, entretanto, ni un ápice de su habilidad en el manejo de la farsa y el humor negro.
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