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El 'método Nicolas Cage' en 10 escenas de intensidad legendaria

El estreno de 'Prisioneros de Ghostland' vuelve a traer a los cines el peculiar arte interpretativo del sobrino de Francis Ford Coppola, un actor que alcanza siempre el nivel 10 de intensidad aun cuando la película no requiera ir más allá del tres.

Estreno de la película 'Mandy'

Estreno de la película 'Mandy' / periodico

Rafael Tapounet

Rafael Tapounet

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Son 10 pero podrían ser 500. La carrera de Nicolas Cage está plagada de esas explosiones de histrionismo actoral que el sobrino de Francis Ford Coppola ha convertido en su rasgo más distintivo como intérprete. Momentos excepcionales que admiten tanto una reverencia irónica como una admiración sincera. El estreno de la última película de Sion Sono, ‘Prisioneros de Ghostland’, con un Cage nuevamente desencadenado, nos brinda un pretexto ideal para recordar algunos de ellos. 

'Hechizo de luna'

(Norman Jewison, 1987). Nicolas Cage no necesitó mucho tiempo para encontrar el registro interpretativo que le ha hecho justamente célebre. A los 23 años, ya era capaz de construirse una imagen icónica (camiseta blanca de tirantes, pecholobo y pelo de orate) y de ofrecer una actuación de intensidad 12 sobre 10. Aquí tiene lugar una de sus primeras explosiones memorables; frente a una Cher que no sabe muy bien dónde meterse, Ronny Cammareri (el nombre ya vale un punto) pide a gritos un cuchillo grande para cortarse el cuello, golpea una lata sin venir a cuento y enseña su mano de madera: “¡Perdí la mano! ¡Y perdí a mi novia!”. 

'Besos de vampiro'

(Robert Bierman, 1989). En una de esas decisiones insensatas que han caracterizado toda su carrera, Cage dilapidó el prestigio ganado con ‘Hechizo de luna’ (seis candidaturas al Oscar y tres estatuillas) protagonizando una chaladura de película sobre un ejecutivo de éxito que cree que se está convirtiendo en un vampiro. La escena en la que deambula por la calle gimiendo y aferrado a un tablón es antológica pero no puede competir en intensidad maniaca con el momento en el que el actor, completamente fuera de control, recita todo el abecedario ante su pisquiatra mientras mueve espasmódicamente los brazos.

'El riesgo del vértigo'

(Christopher Coppola, 1993). En su segunda película como director, Chris Coppola tuvo la descabellada idea de ofrecer uno de los papeles protagonistas a su propio hermano dándole además carta blanca para componer el personaje. El filme acabó resultando un despropósito considerable, pero la actuación de Cage es un ‘what the fuck’ detrás de otro. Caracterizado con una peluca imposible, unas gafas de sol para personas fotosensibles, una nariz postiza y un bigote ridículo, el actor se transforma ante nuestros ojos en un dibujo animado que ejerce sobre el espectador la misma fascinación malsana que un accidente automovilístico: resulta imposible apartar la mirada.

'Con Air (Convictos en el aire)'

(Simon West, 1997). “Vuelve a poner el conejo en la caja”. En una entretenidísima película llena de premisas delirantes, diálogos absurdos y actuaciones ‘over the top’, Nicolas Cage se convierte en el rey de la fiesta con su interpretación de Cameron Poe, un ‘ranger’ hipermusculado con pelazo y (extraño) acento sureño que se ve atrapado en un avión con un puñado de presidiarios psicópatas. Todas sus apariciones son, de nuevo, memorables, pero su insistencia en pedirle al asesino en serie Billy Belcebú, incluso después de matarlo, que devuelva a la caja el conejito de peluche que ha comprado para su hija se lleva la palma.

'Cara a cara'

(John Woo, 1997). La presencia de Cage en el reparto de una película es el anuncio de que en algún momento del metraje vamos a presenciar un comportamiento histérico. En ‘Cara a cara’, Nic dinamita el suspense al comportarse como un completo maniaco ya desde la primera escena, en la que, disfrazado de sacerdote, se marca unos pasos de baile hilarantes y le mete mano a una chica que canta en un coro ‘El Mesías’ de Haendel al grito de “¡Aleluya!”. A partir de ahí, la intensidad no decae y alcanza quizá su punto más alto en la escena de la pelea en la prisión, en la que el actor, según reveló más tarde en varias entrevistas, sintió que abandonaba su cuerpo, tal era su nivel de entrega. Puro Cage.  

'Wicker Man'

(Neil LaBute, 2006). Muchos críticos sostienen que este ‘remake’ de una (maravillosa) película británica de 1973 es un filme innecesario. Como si hubiera alguna película con Nicolas Cage dentro que no fuera necesaria. Aquí el actor interpreta a un agente de policía que, investigando la desaparición de una niña, viaja a una isla cuyos habitantes practican un extraño culto. El actor consigue con su interpretación que todos esos isleños neopaganos parezcan, por contraste, gente de lo más normal. Curiosamente, la escena más recordada -aquella en la que el personaje de Cage es torturado con una máscara llena de abejas mientras él grita repetidamente “¡Las abejas no!”- ni siquiera aparecía en la versión que se estrenó en los cines.

'Ghost Rider: El motorista fantasma'

(Mark Steven Johnson, 2007). Ávido coleccionista de los cómics de Marvel, Cage era tan fan del personaje del motorista fantasma Johnny Blaze que lo llevaba tatuado en el brazo antes incluso de que le llegara la oportunidad de interpretarlo en el cine. Y, claro, cuando le ofrecieron el papel, el hombre lo dio todo. La primera transformación de Blaze en el esqueleto llameante es un carrusel de caras demenciales y expresiones contradictorias (¿está feliz? ¿está aterrorizado? ¿está confuso? ¿está en su sano juicio?) que ha hecho fortuna en el mundo de los 'gifs'. En la segunda parte, mea fuego. No hace falta decir más.

'Teniente corrupto'

(Werner Herzog, 2009). Si un Nicolas Cage sobrio ya es, de por sí, una bestia incontenible, imaginen lo que ocurre cuando se atiborra de todas las drogas habidas y por haber. Pues que es capaz de aterrorizar a una anciana quitándole el respirador para conseguir información o de pedir que rematen a un tipo que ya está muerto porque “su alma sigue bailando” ('breakdance', concretamente).

'Mamá y papá'

(Brian Taylor, 2017). Esta comedia malrollera sobre una epidemia que arrastra a los padrtes a asesinar a sus propios hijos brinda otro magnífico ejemplo de lo que puede ofrecer Cage cuando un director le da libertad para improvisar. ¿A qué otro actor se le ocurriría ponerse una camiseta de los Misfits y destrozar a golpes de maza una mesa de billar mientras canta la celebérrima canción infantil ‘Hokey Pokey’?

'Mandy'

(Panos Cosmatos, 2018). ¿Quieren una buena dosis de emociones humanas sin filtro? Dejen a Nicolas Cage encerrado en un cuarto de baño en calzoncillos y con una botella de vodka en la mano. Lo que hace aquí el actor al expresar todo el dolor y la rabia que siente por la pérdida de su esposa es tan sobrenatural que convierte la escena en lo más recordado de ‘Mandy’. Y estamos hablando de una película que incluye motoristas satánicos caníbales puestos de LSD y duelos con sierras mecánicas. Palabras mayores.

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