Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

'Suciología' de la Literatura

Un gato doméstico, subido a un árbol

Un gato doméstico, subido a un árbol / Mònica Serra

Debido a mis problemas de audición, cuando lo escuché en la radio -cadena nacional de tendencia progresista 'ma non troppo' pero con mucha figura pletórica-, entendí que “con la nueva ley los animales domésticos serán considerados seres sin dientes”. Pero no. Era “sintientes” el término que el cuerpo legislativo de los padres fundadores -cosa de hombres- y las madres fundadoras -las exploradoras- de la patria o de la 'matria' ha implementado para educar a la ciudadanía. Así sea, por el bien de las mascotas y de sus familias. Pero ahora que los animales domésticos tienen sus derechos como seres sintientes, parece extenderse la pretensión de que los lectores seamos como los animales domésticos antes de la reforma legal, es decir, menos sintientes que los legalmente reconocidos.

Se ha empeñado la gobernanza hodierna en cuidar de los lectores adultos, jóvenes y niños, en protegerles como a animalitos inexpresivos, en impedir que sientan. Viene la Legión Prescriptiva, sección Infantería Asesora, con sus reglamentos castrenses o castrantes, con sus teorías 'posmoderni(s)tas', con sus pensamientos débiles (basculamos entre el “pensiero debole” y el “pensiero” de Évole) y con su ideario 'blandiblub', todos ellos aptos para señores blanditos y señoras de pelo de seta acicalados para la ópera. Han habilitado estos nuevos 'catequistes' una doctrina laica con pus rancio, han impuesto estos 'filosofofós' una filosofía de 'hola don pepito', una ética tiquitaca y tiquismiquis, han instaurado estos intelectuales una Enciclopedia Álvarez sin conflicto y sin riesgo, han establecido estos policías de la lectura unas (turba)multas por nuestro bien. Se trata de infantilizar hasta la astenia, de proteger sin medida y por si acaso, de hacer profilaxis viscosa y viscoelástica hasta la tripanosomiasis, y ni siquiera recuerdan aquella canción de Serrat que decía de los niños que “nada ni nadie puede impedir que sufran, que decidan por ellos, que se equivoquen”.

Lo visten de eslóganes molones -o como lo digan-, lo anuncian en panfletos -aquí no hay eufemismo que valga-, lo envuelven en el papel de regalo de la “cultura de la cancelación”, pero eso siempre ha tenido un nombre: censura. Da igual si es para Mailer, para Christie, para Roth, para Blyton o para Nabokov.  O si lo visten de 'Suciología' de la Literatura en aquello de no separar la obra y el autor. ¿Y los lectores? Déjenlos sentir. Déjenlos ser sintientes. Porque si no, quedarán sin posibilidad de reír, llorar, quejarse, aceptar, rechazar, imaginarse. De morder. Sin dientes, vamos.

Suscríbete para seguir leyendo