Hotel Cadogan

La resucitada vuelve de la cripta

Nórdica recupera diez cuentos de terror de Emilia Pardo Bazán seleccionados por Care Santos

ilustraciones de Elena Fernández para el cuento La resucitada , de Emilia Pardo Bazán .

ilustraciones de Elena Fernández para el cuento La resucitada , de Emilia Pardo Bazán . / Elena Fernández

Olga Merino

Olga Merino

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Viene acabándose el año del centenario de Emilia Pardo Bazán, de su fallecimiento, y aún siguen apareciendo para nuestro regocijo reediciones de lo más variopinto, pues la incombustible condesa, un derroche de energía y talento, cultivó todos los palos de la baraja. Que sepamos las últimas repescas son su recetario ‘La cocina española antigua’ (La Umbría y La Solana) y ‘La cita y otros cuentos del terror’ (Nórdica), una selección a cargo de la escritora Care Santos, quien también la prologa. Diez relatos—escribió más de 400 a lo largo de toda su vida— recogidos en una bonita edición en tapa dura ilustrada por Elena Ferrándiz, cuyo estilo, elegante y expresivo, se aviene muy bien con la coloratura de las narraciones, más lúgubre que terrorífica: un rostro iluminado por una vela que entreabre una puerta, un mordisco vampírico en un cuello femenino consumido, un mausoleo cubierto de nieve, la silueta de un murciélago recortada contra la luna llena.

El mejor bombón de la antología es sin duda el titulado ‘La resucitada’, rescatado de entre las brumas hace ya algunos años por Cristina Fernández Cubas, quien, por cierto, dispone en este venerable hotel de habitación en el altillo, cama con dosel y colgaduras de seda. La gran ‘lady’ del cuento explica en su biografía de Pardo Bazán que descubrió el mencionado relato cierta tarde de lluvia, reordenando libros en casa, en una vieja antología de cuentos de misterio y terror. Lo leyó una, dos y hasta tres veces seguidas, deslumbrada por la peripecia de Dorotea de Guevara, una dama que la víspera de su entierro descubre que sigue viva y, envuelta en el sudario, decide abandonar la capilla en la que se encuentra para regresar en plena noche al hogar, donde uno de los criados trata de impedirle el paso: «Váyase enhoramala el borracho… ¡Si salgo, a fe que lo ensarto!». Brilla Pardo Bazán en la concisión, en su magnífico oído para el idioma. Y, en efecto, el eco de la frase que pone en boca de uno de los personajes, una sentencia escalofriante, sigue reverberando bajo la bóveda de la gran literatura.

La muerte que desanda el camino, ¿cabe mayor sobrecogimiento? El otro día, mientras repasábamos la plata, lo dijo como de pasada nuestro mayordomo, el muy leído míster Stevens: todos los miedos posibles se subsumen en dos: la locura o pérdida de la identidad y el temor a la muerte, el último vals con ‘la pelona’.   

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