Fanatismo y supervivencia

Robinsones en el corazón helado de Siberia

'Los viejos creyentes' reconstruye la aventura épica de una familia rusa, miembros de una escisión fanática del cristianismo ortodoxo, que sobrevivió 42 años aislada en la taiga, sin electricidad, ni pan, ni sal

VIEJOS CREYENTES RUSOS

VIEJOS CREYENTES RUSOS

Olga Merino

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Se apartaron del mundo hasta un lugar remoto de la taiga siberiana, donde en invierno, que en aquellas latitudes se extiende de septiembre a mayo, la nieve llega hasta la cintura y la temperatura se desploma hasta los 50 grados bajo cero. Una familia entera: Karl Osipóvich Lykov, su esposa, Akulina, y sus cuatro hijos, practicantes de un credo muy radical y antiguo escindido del cristianismo ortodoxo. En el verano de 1978, los descubrió por casualidad una partida de geólogos soviéticos cuando exploraban la zona en busca de posibles yacimientos de hierro. Al enterarse de su existencia, el prestigioso reportero ruso Vasili Peskov, pionero del periodismo ambiental, estuvo visitándolos durante 12 años para tejer su increíble relato: 'Los viejos creyentes', una historia de supervivencia y libertad que ahora publica Impedimenta, traducida del ruso por Marta Sánchez–Nieves.

El helicóptero de los geólogos sobrevolaba la Jakasia montañosa, en concreto el poco accesible distrito de Abakán, al sur de Rusia, cerca de la frontera con Mongolia -dicho sea esto para acotar la inmensidad-, cuando, entre la espesura de abetos, cedros y alerces, el piloto avistó una choza renegrida y el claro de un huerto que se enriscaba por la colina al tratar de localizar un calvero para el aterrizaje. En una segunda incursión, los científicos se lanzaron en paracaídas y salieron al encuentro de aquellos fanáticos religiosos que llevaban 42 años aislados de la civilización, a 250 kilómetros de la aldea más cercana. Los cinco -la madre había fallecido de hambre en un año de cosecha arruinada- vestían ropas de arpillera de cáñamo e iban descalzos o bien calzaban zuecos hechos con corteza de abedul trenzada. Habían vivido sin sal, ni pan, ni electricidad. No se habían enterado de la segunda guerra mundial ni de la llegada del hombre a la Luna.

Secta ultra

Los Lykov pertenecían a una secta ultra del cristianismo ortodoxo surgida a partir del gran cisma de 1653, provocado por el patriarca Nikon y el zar Alejo (padre de Pedro el Grande), quienes aspiraban a reforzar el poder del Estado y a revisar los textos litúrgicos, que, traducidos del griego casi siete siglos atrás, "se habían convertido en una especie de teléfono escacharrado" a causa de las numerosas copias y reescrituras. Los viejos creyentes no quisieron saber nada de aquellas reformas, ni de afeitarse las barbas, ni de hacerse la señal de la cruz con tres dedos, a la manera griega. Las consideraban una afrenta a la fe antigua y, perseguidos por las autoridades, se dispersaron en pequeñas comunidades Rusia adentro

Más adelante, en la década de 1930, las colectivizaciones forzosas y las purgas decretadas por Stalin obligaron a la familia Lykov a huir aún más lejos, hasta el rincón inaccesible donde los localizaron. Para cuando el periodista Vasili Peskov alcanzó la isba, en 1982, ya solo quedaban vivos dos de sus habitantes: el padre, Karl Osipóvich, y Agafia, la benjamina, nacida en el transcurso de aquella aventura. El resto de la camada había fallecido de forma repentina un año antes: los dos hijos mayores, de insuficiencia renal, a consecuencia de una dieta pobre (patatas, semillas de centeno, guisantes); el tercero, Dimitri, de neumonía, quizá contraída por el contacto con los geólogos.

Contarse los sueños

Publicado en Rusia en 1994, 'Los viejos creyentes' se convirtió enseguida en un éxito de ventas, cuya lectura resulta fascinante por la delicadeza y respeto con que Peskov, fallecido en 2013, trata a los robinsones de la taiga impenetrable, las descripciones de una naturaleza aterradoramente bella y la reconstrucción gota a gota de una supervivencia épica. La madre había enseñado a los críos a escribir con palitos de abedul mojados en jugo de madreselva. El principal entretenimiento de la familia consistía en contarse los sueños. Dimitri, el más fuerte, había aprendido a cazar tendiendo trampas o corriendo detrás de alces y ciervos almizcleros hasta hacerlos desfallecer de puro agotamiento.

El padre murió, pero Agafia, a sus 76 años, sigue resistiendo sola en la taiga. Por cierto, según 'The Siberian Times', uno de los hombres más ricos de Rusia, el multimillonario Oleg Deripaska, le está financiando la construcción de una cabaña de madera nueva al lado de la vieja, hecha una ruina de moho y hollín. Se prevé que esté lista a principios de 2021.

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