EL LIBRO DE LA SEMANA
'La madrina': una madre en el mundo del hampa
Hannelore Cayre construye un polar de corte doméstico incisivo e hilarante
Marta Marne
Crítica literaria
Marta Marne
Paciencia Portafuegos tardó en llegar. Nació tras 10 meses de embarazo. Debido a su gran tamaño, tras esa larga gestación fue necesario utilizar fórceps para sacarla, algo que le provocó una discreta hemiplejia que originó que hable con la boca un tanto torcida. Y de paso, que tenga menos arrugas en un lado de la cara. Su cerebro es especial y disfruta de los placeres de una sinestesia bimodal. Las formas y los colores en su mente se mezclan con el gusto y las sensaciones, desencadenando un deseo voraz de ingerir pintura o juguetes de plástico. Cuando contaba con 29 años, con dos niñas pequeñas y una vida sencilla y acomodada a sus espaldas, vio morir frente a ella a su marido en medio de un ataque de risa por la ruptura de un aneurisma.
Este arranque que suena a un cuento de hadas cruel nos lleva a asumir que estamos frente a una mujer extraordinaria y fuera de lo común. Sin embargo, tras este periplo de extraños sucesos, poco a poco descubriremos que el día a día de Paciencia Portafuegos es de lo más anodino. Nos encontramos ante una de esas mujeres que han perdido su propia identidad a fuerza de cedérsela a sus seres queridos. Los estragos de la edad empiezan a hacerse manifiestos, su madre es cada vez más dependiente y aunque no lo verbalice transmite esa sensación de haber transitado por su vida como una mera espectadora. Añora el pasado de manera constante y a sus cincuenta y tantos parece que su mayor logro ha sido sacar a su familia adelante. Puede que debido a todo esto, y gracias a su trabajo como traductora de intérprete judicial de lengua árabe en casos de estupefacientes, se convierta casi sin querer en traficante de marihuana. En ‘La Madrina’ (Siruela, 2020).
Por encima de los demás
En menos de 250 páginas Hannelore Cayre construye una historia de corte criminal donde todo queda supeditado a la fuerza de su narradora y protagonista. Paciencia no deja títere con cabeza y critica todo tipo de segregaciones, meritocracias, e incluso se atreve a atacar a esas súper madres capaces de construir desde tartas de glaseado rosa perfectas a los mejores disfraces de la clase; y sin perder la sonrisa. El tono pesimista, el carácter punzante y algún que otro giro tragicómico hacen el resto. Los bajos fondos de la delincuencia le permiten por primera vez estar por encima de los demás, ser quien maneja los hilos de la situación, y no solo por su mayor inteligencia sino por la experiencia que le otorgan los años.
Estamos acostumbrados a una visión del mundo del crimen en la que no caben madres de familia que se han pasado la vida apurando ahorros para poder pagar ortodoncias y excursiones escolares. Se suele derrochar con ostentación, invirtiendo en lujo y dejando a un lado la gestión de la economía doméstica. Eso no tiene glamur. Pero en esta novela podemos ver que hay días en los que es más complicado mantener a flote una casa que una organización criminal. Aunque solo sea porque a tus hijos no puedes castigarles mandándoles a dormir con los peces.
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