OTROS ESCENARIOS POSIBLES

¿De dónde sale esa música?

Tres vecinos del barrio de Horta improvisaron un breve recital de jazz al mediodía desde sus respectivos terrados

Momento de la actuación en el terrado de Joan, Pau y David

Momento de la actuación en el terrado de Joan, Pau y David / periodico

Nando Cruz

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Siete personas formaban una espaciada fila en la verdulería de la calle de Horta. La mitad llevaban mascarilla de protección. Era viernes por la mañana y había control policial en el paseo de Maragall, de modo que los aledaños de la plaza de Eivissa eran más superilla que nunca. Dos amigos se encontraron delante de la biblioteca, cerrada como la mayoría de establecimientos. ¡Distancia! ¡Distancia!, exclamó uno con voz nerviosa. Y solo entonces entablaron conversación.

Tras dos semanas de confinamiento, las rutinas diarias están ya más que asumidas. Cada cual se sabe las suyas. La de Joan, por ejemplo, es subir cada tarde al terrado y tocar la trompeta un rato justo después de los aplausos de las ocho. Los primeros días interpretó el himno partisano antifascista ‘Bella ciao’. Después cambió al ‘What a wonderful world’ de Louis Armstrong. Y luego pasó a ‘Just a closer walk with thee’, un clásico en los funerales de Nueva Orleans.

Joan tiene 20 años y estudia trompeta en la Escola Pausa. El centro también ha cerrado y aunque sigue ofreciendo clases de forma telemática, no hay mejor aprendizaje que la práctica. Su hermano Pau tiene 14 años y también estudia allí: trombón. Los dos tocan en Band de Cul, una charanga del Guinardó que estos días está más parada que nunca. La semana pasada, matando las horas en el terrado, Joan que le llamaban. Era David, un vecino del terrado contiguo con el que jamás había cruzado palabra. David es el bajista del grupo de cumbia Los Piscoleros y tenía un plan: ¿y si quedaban un día para tocar juntos?

Y así es como el viernes, a las doce y media, mientras el vecindario hacía la compra, la cuarentena coronavírica propició el primer encuentro entre Band de Cul y Los Piscoleros. Desde el cielo de Horta, a escasos metros del emblemático campanario, la reconstituyente melodía de ‘Bella ciao’ se expandió sin previo aviso. Rompió el silencio el trompetista veinteañero. Luego se le sumó el hermano trombonista. Y en tercer lugar, el contrabajo de David desde el terrado contiguo, más elevado que el de los hermanos y conectado a un amplificador para que su pulso grave tuviese algo más de fuerza.

La calle peatonal como platea

La música llegaba sin dificultad hacia los terrados, ventanas y balcones del vecindario. Sin embargo, en la calle de Horta apenas se oía nada, de modo que los clientes de la frutería apenas se percataron de la que se estaba armando. El ‘Bella ciao’ sí se coló como una inesperada brisa por la bajada de la Combinació, un callejón peatonal que conecta con la calle Chapí. Su ligera inclinación, además, convirtió la calle en una inopinada platea. En el extremo más elevado, la gente que guardaba cola para entrar al supermercado escuchaba perfectamente el concierto e incluso podía ver a Joan, Pau y David.

El trío apenas se acababa de conocer y solo había ensayado cuatro títulos. Pero tampoco la gente interrumpió su rutina para disfrutar el concierto. Los que se paraban un instante en la calle, sorprendidos por la música, alzaban la cabeza, localizaban al trío, sonreían y seguían su ruta. En los balcones, poco a poco, apareció el público más fiel, el de las ocho. Un camión de reparto ahogó las primeras notas de la vivificante ‘When the saints go marching in’. Una ambulancia cruzó calle arriba mientras los chavales abordaban ‘Second line (Joe Avery’s Blues)’, otro clásico del jubiloso repertorio fúnebre de Nueva Orleans.

Peligro: un coche de policía. Cómo saber si venía a abortar la actuación, como en aquel mítico videoclip de U2. Falsa alarma: a los cinco minutos se fue.

 La última pieza del repertorio será también resultó la más aplaudida, quizás porque las anteriores habían cogido al vecindario aún desprevenido. Los músicos se despidieron y Horta volvió a la normalidad. A la más silenciosa normalidad. Ese chirrido tan nítido provenía del oxidado carro de la compra que empujaba un anciano calle arriba. Una barrendera bajaba por la misma acera con cara de haber acabado por fin su jornada. Ni él ni ella podían ver el cartel que tenían justo sobre sus cabezas. Lo había colgado días antes Ona, una niña vecina de Joan, en la ventana de su habitación. ‘Tot anirà bé’ escribió a mano.