TEMPORADA ALTA
El porno intelectual de El Conde de Torrefiel impacta en Girona
La compañía hace girar su nueva obra, 'Kultur', sobre una escena de sexo explícito
Sexo como frontera, último tabú. Sexo que la sociedad hipermediatizada nos devuelve masticado, saturado de clichés, escupido con violencia en forma de pornografía. Para una compañía como El Conde de Torrefiel, que hurga siempre en la doblez moral, era cuestión de tiempo que el porno pasara a primer plano. Los directores Tanya Beyeler y Pablo Gisbert han ido saltando de las salas del fondo del off de Barcelona hasta despuntar en festivales de referencia europeos como el Kunsten belga. Sus creaciones, clasificadas a veces dentro de la danza, cuentan con producción de Suiza y Austria mientras aquí apenas actúan unos días. Lo de siempre.
'Kultur', su última pieza, pasó este fin de semana por el festival Temporada Alta de Girona con el reclamo de contar con sexo en vivo. Más allá del material inflamable para titulares, la obra se presenta como un 'spin-off' de 'La plaza' (Premio de la Crítica 2018), un espectáculo que apuntaba también hacia una reflexión más colectiva. En su imitado lenguaje se acumulan las capas de texto en 'off' superpuestas con las acciones que ocurren en escena, movimiento cotidiano coreografiado.
En esta ocasión, los espectadores reciben unos auriculares antes de tomar posiciones como 'voyeurs' en la oscuridad de la platea. En escena vemos la representación hiperrealista de un cásting para una película porno. Por los cascos, mientras tanto, escuchamos una narración paralela: una escritora llega a su casa y se tiende en el sofá. Entramos en sus erráticos pensamientos a través de una narración en segunda del singular, ese tú que fuerza al espectador a identificarse con ella. Joven, culta, despreocupada; no es casual que la mayoría del público cumpla con este patrón. Los textos de Gisbert –en esta ocasión especialmente inspirados– saltan de un tema a otro, disertan libres y fragmentados como el lenguaje de internet, se nutren de referencias pedantes que van del más famoso Michel Houellebecq a la nueva sensación Emma Cline. Pesimismo de clase acomodada que puede ser leído como provocador discurso pseudonihilista o como parodia de la inacción colectiva. Que decida cada uno.
Cuando los actores –ella, Jane Jones; él, Sylvan Gavroche– comienzan a copular, cruza la platea una vibración pudorosa. Falta de costumbre, no es lo mismo el porno en ordenador que en directo. Hay en esa forma de presentarlo una cierta mecanicidad, un puzle de estereotipos que vistos desde la distancia brillan como una coreografía muy pautada. Ni rastro de sentimiento, follan pensando en las cámaras y móviles que filman, el fin último es la pantalla. Todos actuamos, «todos somos performers» escuchamos por los auriculares mientras las dos historias confluyen entre un reguero de ideas humeantes. No hay intimidad que valga, la cultura somos todos, todo es construcción. Parece complicado pero no lo es, el Conde siempre lo explica como si le hablara a un amigo. Estamos todos en el mismo barco.
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