Crónica teatral

'Viejo amigo Cicerón'... como decíamos ayer

Las palabras del insigne orador y político romano resuenan hoy en el Romea con una vigencia que impacta

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José Carlos Sorribes

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Las palabras de Cicerón fueron dichas en la Roma antigua dos mil años atrás, pero mantienen una vigencia que impacta. Parecen sacadas de las páginas de un diario de esta semana a cargo de un columnista sensato. O por lo menos las que ha escrito el dramaturgo madrileño Ernesto Caballero en 'Viejo amigo Cicerón'. Obra estrenada el pasado verano en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, hace ahora una temporada de poco más de tres semanas en el Teatre Romea tras una exitosa gira. Dos sabios del teatro, como Mario Gas y Josep Maria Pou, aúnan esfuerzos hombro con hombro, como director y protagonista, con la compañía no menos brillante de Bernat Quintana y Miranda Gas en el reparto.

Caballero plantea un hábil juego metateatral para ofrecer una lección acerca del pensamiento de Cicéron, personaje totémico de la Roma clásica. Político, jurista, filósofo  y maestro de la oratoria, defendió la libertad y los valores de la república frente a los partidarios de un poder más despótico como Julio César –a quien se había enfrentado como aliado de Pompeyo en la guerra civil-  y posteriormente de Marco Antonio, sí el de Cleopatra, como bien nos recuerda la pieza. Le fue en ello la vida, ya que Cicerón fue decapitado cuando intentaba huir de Roma.

La presencia de Pou, con un personaje que parece escrito para él, es una apuesta ganadora

Ese accidentado recorrido vital aparece en el montaje a partir de un encuentro entre un enigmático estudioso de su figura y un par de estudiantes que están elaborando un trabajo académico. Se produce en una imponente biblioteca que es el mejor marco posible para que brote el debate de ideas. En una brillante solución escénica, el investigador que aparece de paso por la sala con aire despistado se convierte de repente en Cicerón. El estudiante será, a partir de entonces, su secretario Tirón (Bernat Quintana), mientras su compañera se convertirá en la hija del filósofo, Tulia (Miranda Gas).

La obra se mantiene siempre viva porque sus reflexiones lo son y el debate de ideas se mueve siempre a un nivel alto, que quizá flaquea cuando baja al terreno más personal. Pero la presencia de Pou, con un personaje que parece escrito para él y que le permite desplegar todo su magisterio, se convierte en una apuesta incuestionablemente ganadora. Siempre nos transmite las tribulaciones en las que se movió Cicerón, entre ellas las de la conspiración para acabar con la vida de Julio César. Ahí la pieza llega a uno de sus momentos cumbre con un Quintana muy firme en el mano a mano, de trasfondo maquiavélico, con el maestro. A Miranda Gas -de familia le viene- le sobran recursos para hacerse notar siempre en el escenario y vuelve a dar muestra de ello. En definitiva, son 70 minutos (y no hacen falta más) de alto voltaje dialéctico y de una estruendosa resonancia con el momento político que atravesamos.

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