Crónica teatral

El horror del holocausto

Ariadna Gil se vacía en el monólogo 'El dolor', de Marguerite Duras, con una actuación en la Sala Petita del TNC que huye de todo artificio

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José Carlos Sorribes

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Si hubiera que buscar un símil deportivo para un monólogo el más apropiado sería probablemente una disciplina atlética de largo recorrido, un maratón por ejemplo. No tanto por el tiempo de duración sino por el esfuerzo que requiere, aunque apenas se prolongue durante una hora. Quizá por ello no son pocos los intérpretes que se resisten a esa prueba de esfuerzo, sin ninguna compañía, en la que todas las miradas del espectador se dirigen exclusivamente hacia ellos.

Ariadna Gil ha tardado en someterse al reto, y lo ha hecho después de que estos últimos años haya vuelto al teatro tras una larga etapa cinematográfica. La excelente acogida de su 'Jane Eyre' la ha animado probablemente a dar el paso. Y ha sacado con nota el monólogo El dolor, a partir del texto de Marguerite Duras, en la Sala Petita del TNC.

'El dolor'   ahonda en la herida íntima y colectiva que provocó el régimen nazi

Cuatro décadas después de los hechos, la escritora francesa dio forma a unos diarios recuperados, y que ya había olvidado,  en los que recogía la pesadumbre que le provocó la caída de su marido en manos de la Gestapo en 1944. A ese hecho terrible siguió después la asfixia provocada durante su búsqueda desesperada entre los deportados que regresaban a París de los campos de concentración. La figura paralela de su amante acababa de cerrar un opresivo triángulo personal en ese contexto colectivo del horror del holocausto. 

Gran calado literario

Gil se ha puesto a las órdenes de Lurdes Barba en una obra de calado literario y en el que manda la palabra por encima de la teatralidad. Toda la emoción queda en la voz y el gesto de la actriz en una escenografía que recuerda a una mazmorra y que está aliñada con proyecciones documentales.

La íntima confesión empieza en un tono bajo, quizá excesivamente bajo, con la protagonista de perfil y recostada en una pared. Tampoco ayuda el característico tono de la voz de Gil a caldear el ambiente. Esa decisión de la directora puede explicarse por la búsqueda de un 'crescendo' que acaba acercando el rostro de la actriz al espectador, momento en que 'El dolor' adquiere toda su dimensión.

Es entonces cuando quedamos atrapados por el terrible drama de Duras y de todas las víctimas del nazismo. Gil llega así a la meta de 'El dolor' con buen paso. El día del estreno lo hizo después de un pequeño avituallamiento a media función, como en cualquier maratón, a partir de un buen trago de agua.