CRÓNICA MUSICAL

Paco Mir ensambla una joyita mozartiana en el Victòria

Sus personales 'Bodas de Fígaro' en clave jazzística y hasta caribeña funcionan

bodas  de  figaro

bodas de figaro / periodico

Pablo Meléndez-Haddad

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Mozart aguanta lo que le echen. Eso dice el director teatral Paco Mir, quien sabe muy bien de qué habla ya que lleva propuestos varios espectáculos líricos en revisiones personales que siempre acaban funcionando por muy rompedoras que sean. Y con 'Jazz Bodas de Fígaro' -en el Teatre Victòria hasta el domingo-, en el que explica la conocida ópera de Mozart en clave propia del género americano y de otros ritmos incluso caribeños, Mir vuelve a conseguirlo: después de los primeros compases cargados de intriga en los que el público asume la convención, las diferentes escenas se suceden con orgánica credibilidad creando un frankenstein que mantiene el interés, provoca risas y hasta emociona. Porque la adaptación es sencillamente genial, tanto como los arreglos, transcripciones y reducciones musicales de Jaume Vilaseca, quien hace lo que quiere con la partitura replanteándola con nueva energía y que funciona casi en todo momento, salvo en algún concertante. El director de escena, por otro lado, se inventa un libreto y una dramaturgia que se basa en la ópera de Mozart pero insertándola en lo que sería el ensayo de un montaje teatral de una pequeña compañía.

En el juego metateatral el personaje que hace de director de la obra va explicando cada escena dando paso a los solistas que desgranan arias y números de conjunto interpretando con voz lírica impostada ante un acompañamiento de piano, violonchelo y batería, encajando los ‘tempi’ mozartianos con el sonido típico de una ‘jazz band’. Y así la ópera se convierte en algo así como un ‘musical’ muy moderno y actual: la perfecta métrica que da vida a la arquitectura de la obra de Mozart encaja de maravillas con el ‘swing’ jazzístico y el texto que enlaza las escenas y que va explicando la trama brilla por su adecuación. Hasta entran ganas de dar palmas y de tararear en según qué escenas, todas tratadas con ingenio, humor y sensibilidad.

La sencillez del espacio escénico, con una escenografía mínima, una iluminación precisa y un vestuario muy bien planteado, acaba de redondear esta joyita que interesará tanto a los melómanos mozartianos como a los amantes del buen teatro.

Eso sí, el escaso virtuosismo de los amplificados solistas vocales -lamentablemente no acaba de brillar ni la consagradísima Lola Casariego- es un lastre que acaba arrastrando todo el conjunto, ya que la excelencia del trío instrumental –Guillem García, Juan Pastor y Adrià Claradamunt– no se equipara con las aptitudes de los cantantes –con la excepción, quizás, del barítono Guillem Batllori como Fígaro–, todos, sin excepción, geniales en el aspecto dramático.

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