novedad editorial

En las entrañas de la edad de oro de la música independiente

El libro 'Freak scene' traza a través de una avalancha de testimonios la odisea de los sellos 'indies' británicos desde 1975 hasta el 2005

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Ramón Vendrell

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En el rudo Glasgow de finales de la década de 1970, donde el punk se tradujo "en un montón de grupos que se llamaban The Sick, The Vomit, The Drags o The Jokes", según despectivas palabras de Edwyn Collins, Alan Horne tenía un tesoro que le hacía sentir superior al resto de la humanidad: una maleta llena de 'singles' originales de Big Star y de sellos como Sue, Motown, Stax o Elektra. Viperino fanático del pop, de su manera de entender el pop, Horne encontró en Collins, el cabecilla de Orange Juice, a su alma gemela. Nada le gustaba más a ese par que despedazar a grupos según sus exigentes y caprichosos criterios estéticos. "Eran capaces de exiliar a gente al espacio exterior", dice Grace Maxwell, testigo de sus diatribas propulsadas por 'speed' en calidad de mánager de Orange Juice.

Bien, Horne fundó Postcard Records como vehículo para Orange Juice, conjunto revolucionario desde su feliciano nombre hasta la fragilidad emocional que exhibía de forma despreocupada en sus letras, pasando por el pulso funky de sus canciones. Lo más anti-rock que había parido madre, vaya. Poco importa que Postcard durara menos que los baterías de Spinal Tap. Lo importante es que construyó un pequeño reino que expresaba un posicionamiento frente al mundo. Y como Postcard, una miríada de sellos independientes nacidos al calor del incendio punk.

La historia de estas discográficas, desde un punto de vista estrictamente británico, es lo que cuenta 'Freak scene. Los chalados e inconformistas que crearon la música independiente, 1975-2005', de Richard King, publicado en el 2012 en Gran Bretaña y ahora en España por Contra. Como señala el autor, las marcas independientes existen prácticamente desde los orígenes de la música grabada, con tótems como Sun, Chess, Atlantic, Virgin o Island. Pero no es menos cierto que en los 70 eran historia y que el rock corporativo había edificado una fortaleza tan fabulosa que desde ella los pictos ni se veían. Contra ese statu quo se amotinó el punk, que más allá del ruido y la furia sembró la valiosísima semilla para los pictos del 'do it yourself'.

Interioridades y capitostes

Sus razones tendrá King para ignorar olímpicamente Chiswick y tratar como nota a pie de página Stiff (ojalá que sus razones no tengan nada que ver con el rollo listillo que más adelante envolvería todo lo 'indie'). El caso es que su relato, prolijo en testimonios, comienza con 'Spiral scracth', el EP autoeditado por los Buzzcocks en enero de 1977, y finaliza con la apoteosis de los primeros años del siglo XXI protagonizada por Strokes, Libertines (Rough Trade), White Stripes (XL Recordings), Franz Ferdinand y Arctic Monkeys (Domino). Apoteosis que permitió a Yeah Yeah Yeahs, banda con poco más que un nombre sensacional y una cantante que sedujo a las revistas 'cool', plantar a Wichita tras haberlos lanzado y fichar por una multinacional. O sea, de tiempos de hambruna a una época de vacas gordísimas.

Entre ambos momentos se nos muestran las interioridades de la odisea independiente británica y quedan retratados sus capitostes. La bancarrota de Factory llegó poco después de su traslado a unas despampanantes oficinas que ni la buena voluntad de New Order pudo pagar; todo el mundo veía venir la ruina excepto Tony Wilson, cabecilla del sello y hedonista sin tasa que seguramente pensó cuando chapó el sello: 'Que me quiten lo bailao'. Aunque para juerguista, Alan McGee, un tipo capaz de tener problemas económicos con Primal Scream, Felt, My Bloody Valentine, Teenage Fanclub y ¡Oasis! en su escudería. Por el contrario, menudo agonías es Ivo Watts-Russell, jefe de 4AD. Rough Trade, tienda, distribuidora y discográfica, llegó a tener ayudas públicas en tanto que icono del movimiento, lo que no evitó una aparatosa quiebra... tras la que resurgió con Strokes y Libertines bajo el brazo. Es revelador el pasmo que causaron Sonic Youth, Big Black, Dinosaur Jr y Butthole Surfers en Gran Bretaña, donde desembarcaron de la mano de Paul Smith y su sello Blast First: una cultura musical basada en el ingenio descubría cómo las gastaban sus pares transatlánticos, forjados en el esfuerzo y la eficacia.

El presente

A la pregunta de qué ha sucedido desde el 2005 hasta ahora en la industria discográfica independiente británica, King tiene nuevas buenas y malas. 

Las buenas: "El 'streaming', Spotify en particular, ha permitido a los sellos estabilizarse financieramente, y el abaratamiento del coste de editar música ha asegurado a los que tienen un pasado sólido y pedigrí que pueden competir con las grandes discográficas". En este nuevo escenario, prosigue King, "la idea de que los sellos independientes tienen menos potencial comercial que las 'majors' ya no es relevante, pues las ventas son más fáciles de conseguir a través de la distribución digital. Y la influencia de nuevas instituciones como Pitchfork, Coachella y Primavera Sound ha creado una infraestructura para los sellos independientes que de momento se está demostrando exitosa". 

Las malas: "Es notable que no haya salido ningún nuevo sello independiente rompedor y que ninguno de los más pequeños haya crecido más allá de consolidarse. La posibilidad de crear una compañía de discos y tener cierto éxito sin hacer una inversión astronómica nunca ha sido tan remota".

La suma de ambas remite a algo bastante grande y también bastante fosilizado.