CRÓNICA

Bartoli, convertida en una brillante Cenicienta

La cantante romana triunfa en su regreso al Palau con la ópera de Rossini

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Pablo Meléndez-Haddad

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Antes de comenzar la función un anuncio heló la sangre del público que abarrotaba la sala: la salud de Cecilia Bartoli podría estar tocada. Pero no. Se trataba del tenor belcantista Edgardo Rocha, que cancelaba por enfermedad, siendo reemplazado por el barcelonés David Alegret, quien venía de cantar otro Rossini en la Ópera de Oviedo –'Il turco in Italia'–, incorporándose en el último minuto al reparto de esta gira que recorre media Europa y que ya ha recalado en Madrid.

El público disfrutó de lo lindo con esta joya que es 'La Cenerentola' –a 201 años de su estreno– que se ofreció semiescenificada pero con movimientos bien resueltos, con las mínimas payasadas, un importante despliegue de vestuario –responsabilidad de Claudia Blersh, como de toda la regia–, y a la que solo le faltó escenografía, aunque el Palau de la Música Catalana y su decoración modernista funcionó como marco adecuado, incluso con la orquesta sobre el escenario. 36 músicos y un coro masculino de 16 integrantes –los componentes de Les Musiciens du Prince-Monaco, con instrumentos de época–, bajo la guía de un Gianluca Capuano que supo subrayar los 'crescendi' y dar confianza a los cantantes, ofrecieron una versión camerística de esta ópera genial, una reducción muy adecuada a la voz de Cecilia Bartoli, estrella que llenó el Palau y agotó localidades.

Público fiel a Bartoli

Porque la velada era, más que un homenaje de la temporada Palau 100 al compositor italiano a 150 años de su muerte, una excusa para reencontrarse con esta mezzosoprano romana que arrastra multitudes y que en Barcelona tiene un público muy fiel y que la adora. Recibida con aplausos, su canto tuvo una vez más en la coloratura y el canto florido su punto fuerte, ametrallado con su impresionante talento y dejando al público impresionado con su dominio, especialmente en el espectacular rondó final, que ella se preocupó de ornamentar con variaciones propias; además, en el escenario derrochó simpatía (y empatía) con las desventuras de la pobre e incomprendida Cenicienta.

Carlos Chausson fue un ejemplar Don Magnifico –voz amplia, dicción clara, un canto 'sillabato' de manual y absoluto dominio de su cruel personaje– junto al Dandini de Alessandro Corbelli, que con 66 años aportó un fraseo ideal, aunque con dificultades en las agilidades. Ambos estuvieron secundados por Rosa Bove y Martina Jankova, bien complementadas como las hermanastras, y por un José Coca de prometedor futuro (Alidoro).

David Alegret controló los nervios de su precipitado príncipe Don Ramiro y se movió con cierta soltura, imponiendo su canto noble y muy en estilo, aunque con agudos y sobreagudos poco asentados, detalle importante que le restó enteros a su voluntariosa y profesional prestación.

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